Civilización o Barbarie
Hace 150 años un escritor y político argentino le dio a la oligarquía argentina la única idea con la cual ha pensado la realidad económica y social del país, y de la que tristemente no se ha movido ni un milímetro. Según esta idea, Argentina es un injerto europeo en Sudamérica, un país blanco y civilizado que debe luchar contra las fuerzas de la irracionalidad, la vagancia, la violencia y la inmoralidad para alcanzar su destino de grandes y desarrollo. En síntesis, la Argentina no puede ser una potencia porque existe una barbarie que se lo impide. Cuando Sarmiento desarrolló estas ideas la barbarie eran los caudillos del interior rebeldes frente al poder central, las comunidades indígenas, los trabajadores rurales, y por extensión toda la población que no pudiera enmarcarse en la cultura europea de la que hacían gala las clases terratenientes. Así, de hecho, la barbarie era prácticamente todo el país, al que había que someter para alcanzar el crecimiento económico y el refinamiento de las costumbres.
Esa fue la idea original, luego transmutada una y otra vez por la derecha argentina, ampliando el contenido de la barbarie que en las primeras décadas del siglo incorporó a los movimientos sindicales, luego a los socialistas y los anarquistas, luego a los peronistas, luego a la resistencia peronista, luego a los desocupados y los piqueteros, luego al kirchnerismo, luego a los movimientos sociales, luego a las feministas.
Todo lo que se niega a obedecer este proyecto de país que encumbra a una minoría y que explota los recursos comunes para beneficio de un grupo de empresarios, es visto como irracional, salvaje, bárbaro.
Aquí es donde desde la oligarquía y sus representantes emergen estos discursos esquizofrénicos donde Argentina sería un país mucho mejor si para empezar no fuera ni Argentina, ni tuviera el pueblo que habita en ella. Para que el país sea bueno, debe empezar por no ser. Podemos ser EE.UU. en 50 años, Alemania en 35. Podemos aspirar a ser Australia, Sudáfrica, podemos ser Singapur, pero nunca Argentina, el país que existe, que es, con su territorio, su historia, su población y sus potencialidades. El destino que las clases oligárquicas piensan para su país es siempre extranjero, siempre otro, siempre un ejemplo donde o nos sobran 15 provincias, o nos sobran 30 millones de argentinos.
El caso más reciente y triste, por lo vacío de las declaraciones y por desconocimiento sobre geografía, es Irlanda. En 35 años podríamos ser un país europeo desarrollado con altas tasas de índice de desarrollo humano. ¿Pero qué es en realidad Irlanda? ¿Cómo llegaríamos a ser Irlanda? ¿Qué significa para nosotros ser como Irlanda?
Un paraíso de tréboles y sociedades fantasma
Éire, como le dicen los irlandeses, es para empezar una isla con 5 millones de habitantes, cuyas actividades apenas bastan para mantener su población que vive básicamente de lo que se conoce como “competencia fiscal”. ¿Y qué es esto? Es la práctica común entre guardias fiscales de tener impuestos más bajos a las empresas que sus vecinos. Así, por ejemplo, mientras que la Unión Europea ronda una tasa de 25% de impuestos para las empresas multinacionales, Irlanda tiene el 12%. De esto podemos sacar tres conclusiones: Primero, Irlanda no tiene una buena calidad de vida por los bienes y servicios que produce, sino porque las empresas instalan sus sedes ahí para evadir impuestos. Segundo, la mayor parte de la riqueza de Irlanda viene del pago de impuestos de estas mismas empresas multinacionales. De hecho, para calcular la riqueza real de Irlanda no se puede usar el PBI ya que las multinacionales distorsionan con su peso lo que realmente produce el país. Tercero, si Irlanda no fuera una isla de 5 millones de habitantes en el corazón de Europa, ni con todos los aportes fiscales de estas empresas podría sustentar una población mayor como la de Argentina.
Entonces ¿Por qué Irlanda? ¿Por qué aspirar a convertir a la Argentina en un país de especulación financiera y evasión fiscal, si tiene todos los recursos y el territorio de los que Irlanda (y tantos países) carece? ¿Por qué aspirar a ser una nación que depende de las dádivas de un conjunto de privados muy poderosos si la Argentina puede ser un país que produce su propia energía, maquinaria, alimentos, ciencia? ¿Para qué ser ese otro país que fue lo que pudo ser con lo que tenía, si con ser nosotros, acá en el cono sur ya podemos ser mucho más?
Javier Milei (y todos lo que lo rodean Macri incluido) no piensa en términos geopolíticos ni en un proyecto nacional sino en un esquema de negocios que reduce toda forma de organizar la vida al modelo de mercado. Ese mercado no necesita a las provincias del interior, ni una calidad de vida digna para la población, ni siquiera necesita el mercado interno teniendo en cuenta la demanda extranjera. Por eso liberan los precios para que el argentino pague la energía, la comida, los servicios, a precio internacional. Lo que no parece entender ese sector político es que no tenemos ni la población ni las características geográficas que nos permiten vivir de ser una guarida fiscal, o un mero país extractivista.
Se trata además de una estrategia económica cortoplacista y digna de herederos vagos, ya que la única actividad lucrativa sería el comercio de activos financieros y la gestión de sociedades fantasma. Y por supuesto, vender todo recurso disponible sin poner sobre él un solo peso en valor agregado.
Lo otro que Milei no menciona es que las grandes potencias industriales a las que usa de ejemplo como economías de mercado, han sido países que históricamente han impulsado su desarrollo industrial a través de inversión directa del estado y grandes períodos de proteccionismo antes de volver a sus empresas hiper competitivas.
Con las políticas de liberación del mercado y los capitales que impulsa Milei, este país del sur de planeta no llegará a ser potencia en 15 años, ni en 35, ni en 50 ni nunca: la único a lo que puede aspirar es a ser de nuevo un país sobre endeudado, sin industria, hacinado en el conurbano bonaerense, con tasas de pobreza por arriba del 50%, hasta que una nueva crisis de deuda vuele el sistema político por los aires.
No se puede llegar a ser Irlanda siquiera porque sin importar los años que pasen Argentina nunca tendrá una población de 5 millones ni estará a 30 minutos de Europa. El país que la oligarquía piensa solo podría existir luego de un cataclismo y ni así sería viable, menos todavía justo.
Un mundo donde la barbarie no moleste
El empresariado argentino aspira a vivir de rentas. Espera siempre que sea el estado el que haga las inversiones de mayor riesgo (como YPF, los Gasoductos, la exploración minera) y luego pretende explotar aquello para lo que no aportaron vendiendo siempre el recurso puro, jamás invirtiendo en su refinamiento. Se enloquecen con las ganancias de vender piedras, gas, soja, pero nunca arriesgan su capital para exportar baterías, celulares, patentes. ¿Cómo no van pensar estos empresarios en ser un país como Irlanda, en donde alcanza con bajar los impuestos a los ultra ricos para que llueva el dinero de la evasión fiscal?
Esa pulsión por querer ser otro país se nutre de una mirada que excluye de la vida económica a más de la mitad del país, pero también del deseo de ganancias rápidas y sin riesgos, de una mentalidad de negocios todas las condiciones de la geografía y la historia.
La derecha siempre quiere ser otro país, para beneficio de sus intereses, nunca porque están pensando en un país justo o desarrollado. La mirada que tienen del mundo dividido entre la civilización y la barbarie no les permite ver que el plan económico que tienen, en su momento de mayor gloria, solo alcanzó para que Argentina fuera un país marginal del sótano del mundo, con ganaderos viajando por París mientras el resto luchaba por pan y trabajo.
Incluso si vivieran en un mundo ideal, donde la barbarie acatara mansamente sus dictados de hambre y desigualdad, incluso así, la geografía y la contabilidad les mostrarían que no llegarían a ser Irlanda en 35 años, ni nunca.