Con el escrutinio de votos prácticamente terminado, la diferencia a favor del Partido de los Trabajadores, con Ignacio Lula Da Silva como candidato, presenta una ventaja irreversible sobre el actual presidente Jair Bolsonaro, consagrándolo así como el primer presidente en la historia de Brasil en alcanzar tres mandatos. En la contracara, Jair Bolsonaro es el primero en no poder reelegir y hasta el momento no ha hecho declaraciones ni ha reconocido el resultado de las elecciones.
Ya sea que el actual oficialismo reconozca los resultados o no, la justicia electoral brasileña ya da por válidos los resultados y se espera que la noticia sea un parteaguas en la política latinoamericana.
Alberto Fernández anunció un viaje para encontrarse con el presidente electo al que felicitó por su triunfo al igual que varios líderes latinoamericanos. Por su parte, Cristina Fernández celebró el resultado de la elección publicando en su cuenta de Twitter “Hoy más que nunca, amor y mucha felicidad. Gracias pueblo de Brasil. Gracias compañero Lula por devolverle la alegría y la esperanza a nuestra América del Sur.”
¿Qué cambia y qué no con este resultado?
Brasil es la principal economía latinoamericana, y el principal socio comercial de todos los países del cono sur. Las políticas aplicadas en Brasil y el tono de sus relaciones diplomáticas tiene una enorme influencia sobre el resto. Además, este país es el principal punto por donde ingresan capitales norteamericanos y el que funciona como potencia ordenadora dentro del continente. Por esa razón, el reemplazo de un gobierno que llevó a un estado de tensión permanente el vínculo con los países vecinos y políticas de liberalismo salvaje, al ser reemplazado por un gobierno de proyecto popular y americanista como supo ser Lula en el pasado, puede ser el principio de un cambio político en la región en la que los espacios de derecha y ultraderecha han sido los protagonistas durante los últimos siete años tanto siendo oficialistas como en la oposición. Un gobierno con Lula a la cabeza que controle y haga valer los recursos del poderosos estado brasileño puede marcar un viraje hacia poner límites al comportamiento del capital privado que pareciera querer emanciparse definitivamente del estado y la sociedad que representa, y que cada vez se declara más abiertamente partidario de espacios políticos antidemocráticos, como fue el caso de Bolsonaro.
Sin embargo, este “puede ser” se encuentra con problemas similares a los que dejó el macrismo en la Argentina. En Brasil, los últimos cuatro años sirvieron para desguazar las herramientas estatales de control sobre el capital privado, y se han desregulado en favor de los empresarios las relaciones laborales. La enorme pérdida de derechos de los sectores populares y el empobrecimiento de los mismos productos de la pandemia y las políticas de concentración de riqueza ocurren además en un clima de creciente tensión social: los partidos de la oposición mantienen intacto el esquema de guerra judicial (lawfare) que puso a Lula en la cárcel. Por otro lado, la ultraderecha a pesar de su derrota hizo una buena elección y controla estados clave en Brasil. Pero lo más difícil de manejar es que estos espacios políticos rechazan acuerdos de convivencia democráticos básicos y se manifiestan a favor de la violencia política.
En este clima es que asume Lula Da Silva y, si bien su historia habla por sí misma, es el presidente que volvió a Brasil una potencia, será imprescindible que enfrente a la ultraderecha de manera contundente ya que del otro lado sí hay vocación de tomar acciones directas y no hay una valoración de la democracia como piso para resolver los problemas.
Lula ganó, es cierto y sus gestiones anteriores son su mejor propaganda. Pero el triunfo electoral solo es el principio: la lucha contra las opciones políticas que ponen en riesgo la convivencia democrática empieza ahora. Por otra parte, la sociedad cuya conducción asume Lula ha combinado mucho desde su último mandato. La pandemia y la gestión Bolsonaro han agudizado la desigualdad y la violencia, y si bien Brasil tiene espaldas para afrontar el desafío también es cierto que el capital concentrado en Brasil sigue siendo el principal enemigo de los movimientos populares y buscarán aprovechar el descontento de la población al igual que lo hicieron durante los procesos de destitución de Dila Rousseff y el posterior juicio a Lula.
Es caso Brasil será definitivo ya que hasta ahora las democracias vecinas ya dieron el giro anti neoliberal (como en Chile y Argentina), pero por las circunstancias y errores propios. (en el caso argentino, cada cosa hecha o dicha por el presidente Fernández) no han podido llevar adelante una política propia. Pagando así las consecuencias dejadas por sus antecesores, sin revertirlas y profundizando las crisis. En síntesis, quedándose en el mismo abanico de posibilidades que ofrece un gobierno neoliberal. Por eso, si Brasil logra romper esta tendencia sería esperable una ventana a futuro más alentadora para que Latinoamérica pueda aplicar políticas que se salgan del eterno ajuste social y negociación desigual con el poder económico.
Si Brasil sigue la tendencia del resto, poco importará quién gobierne. Pero, si como antes lo hizo en su primer mandato, Lula puede patear el tablero de las relaciones de poder, la correlación de fuerzas, entonces se abrirá una opción para Latinoamérica que no sea solo elegir entre políticas neoliberales y políticas neoliberales forzadas.