Por Milagros García
Estamos tan atravesados por nuestra capacidad de lenguaje y el aprendizaje temprano de una o más lenguas, que pocas veces nos detenemos a recordar aquellos tiempos anteriores, inciertos, llenos de traspiés. Mucho menos cuestionamos la sólidez del sistema que utilizamos. En el sentido común está bastante aceptado que, por ejemplo, La Real Academia Española nos dice cómo deben ser dichas las cosas, y no que la RAE solo codifica la evolución de la lengua que realmente se habla (la fidelidad de este proceso no está exenta de decisiones arbitrarias, sin embargo).
La relación con nuestra lengua y la capacidad que tenemos de convertir nuestras ideas en discurso hablado o escrito, o de comprenderlo e incluso variar en nuestras interpretaciones, podría ser mucho más compleja. Recuerdo con mucha claridad el desconcierto absoluto que me producía que ‘mesa’ no fuera ‘mesa’ en otros idiomas, porque entonces ¿no es demasiado débil la conexión entre una lengua y el mundo? Por supuesto no lo es, y por supuesto es un debate que sí se ha dado muchas veces en la Academia, pero debatido en términos que en general exceden esa curiosidad infantil que tuvimos que olvidar.
La relación de la protagonista de La clase de griego con su lengua es compleja, en estos términos. Varias veces a lo largo de su vida se ha visto alienada de él: “Rodeada por ese silencio oprimente, no podía acceder a la memoria que le permitía mover la lengua y los labios para pronunciar para pronunciar las palabras y sostener con firmeza el lápiz […] Un silencio anterior al habla, anterior incluso a la existencia, absorbía el fluir del tiempo y la envolvía por dentro y por fuera como una esponjosa capa de algodón”. Esta vez no es para nada repentino: su madre ha muerto hace muy poco, se divorció y perdió la tenencia de su hijo por su historial psiquiátrico y la desventaja en sus ingresos.
La última vez que le sucedió, pudo recuperar el habla de forma espontánea en una clase de francés, a pesar de las técnicas terapéuticas que intentó. Pero esta vez, quiere que sea algo voluntario, y por eso empieza a tomar las clases de griego.
El profesor de griego tiene su propia voz en la novela y su propio proceso, porque siempre ha tenido la visión muy débil y de a poco se está quedando ciego. Ha vivido la mitad de su vida en Alemania, pero en ese momento se encuentra en Seúl probando cuál de los dos lugares le parece más confiable para encarar su destino con la ceguera.
Todavía no logro decidir si el final de la novela me parece a la altura de su desarrollo. Sí me gustó mucho el devenir de la trama, pero no termino de abrazar su forma. Sin embargo, sea cual sea mi veredicto, estoy convencida de lo mucho que me conmovieron las historias de los protagonistas, los debates que suscitaron, la belleza de la prosa, y de que vale mucho la pena asomarse a esta lectura donde el objetivo no es resolver nada, sino encontrar la forma de habitar la tristeza.
Ficha Técnica
- Idioma: español
- Editorial: Penguin Random House
- Autor: Han Kang
- Año: 2022
- Páginas: 174