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16-03-2017 | 19 DE MARZO DE 1740 NACE EN LA PROVINCIA PERUANA DE TINTA, ACTUAL PERÚ
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El 19 de marzo de 1740 nace en la provincia peruana de Tinta, actual Perú, José Gabriel Condorcanqui, quien tomó el nombre del último emperador de los Incas, Túpac Amaru, y lo conoceremos por pasar a la historia, como Túpac Amaru II, luego de encabezar una sublevación en favor de los pueblos originarios americanos. Por esta causa será encarcelado y ejecutado mediante el proceso de descuartizamiento el 18 de mayo de 1781 por los colonizadores hispanos. En su lucha obtuvo el apoyo de sus hermanos indígenas, así como de criollos, tanto en el virreinato del Perú como en el del Río de la Plata, pero la rebelión fue totalmente sofocada.
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[intense_dropcap]N[/intense_dropcap]ació bajo el nombre criollo de Gabriel Condorcanqui Noguera. En Surimana (al sur del Cusco) se educó con los jesuitas en el Colegio de San Bernardo de Cuzco. Por el lado paterno, Túpac Amaru II descendía de Túpac Amaru I, el último Inca de Vilcabamba, decapitado por el virrey Francisco de Toledo en 1572. A los 22 años se casó con Micaela Bastidas Puyucawa, con quien tuvo tres hijos: Hipólito, Mariano y Fernando.
Ya de adulto durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, donde hizo también una fortuna en negocios de minería y tierras. Hombre bien educado y carismático, llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, y las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.
A la par de su prospera actividad económica, tuvo una gran solidaridad con los pobladores indígenas que sufrían la excesiva explotación de los españoles en las minas, obrajes y repartos mercantiles.
El alzamiento se inició el 10 de noviembre de 1780, con la ejecución del despótico corregidor Antonio Arriaga, que había sido capturado en Tinta por sus seguidores. Túpac Amaru ordenó ajusticiarlo en la plaza de Tungasuca, estableciendo asimismo la destrucción de varios obrajes como respuesta a la opresión que caía sobre el pueblo.
Túpac Amaru se autoinvistió de la dignidad de soberano legítimo del imperio incaico e intentó vanamente negociar la rendición de la ciudad de Cusco. Mientras tanto la revuelta se extendía por todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata. La reacción fue, como era predecible, militar y no diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital, el asedio de la ciudad de Cuzco que había establecido para no atacarla directamente había fracasado. A partir de ese momento el levantamiento se estancó y pasó a la defensiva hasta ser derrotado por las fuerzas del poder hispano. El ejército de 17.000 hombres que envió el virrey Agustín de Jáuregui desde Lima en apenas un mes. Derrotado y acorralado es traicionado por uno de los suyos; fue capturado y en los días que mediaron entre su captura y su ejecución, se lo torturo y fue interrogado por el despiadado visitador José Antonio de Areche, cuya tarea radicaba en averiguar los nombres de los cómplices del sometido caudillo. Túpac Amaru no dio respuesta alguna sino que asumió toda la responsabilidad de los hechos.
Conforme a la sentencia dictada cuatro días antes el 18 de mayo de 1781, se mandó ejecutar en presencia de la esposa, hijos y lugartenientes del cabecilla en la plaza de Cuzco. La ejecución consistió en mandar a cortarle la lengua y ser atado por sus extremidades a gruesas cuerdas para que tirasen de ellas cuatro caballos y que se procediera a la descuartización; las bestias no pudieron hacerlo y luego de tan dantesco espectáculo se decidió acabar ordenando que le cortaran la cabeza.
Efectuada la sentencia, se envió cada parte de su cuerpo a un pueblo de la zona rebelde, en un intento de dar a la ejecución un valor ejemplarizante. Aunque la revuelta continuó durante algún tiempo más, este intento por sostenerla no llegaría a tener la magnitud ni la gravedad de la iniciada por Túpac Amaru.
Las luchas contra la opresión de los pueblos, sin importar donde y cuando se desarrollen, siempre guardan similitud en el origen del peso de la injusticia que cae como una tormenta sobre ellos. Lo vivido en épocas pasadas, como en la actualidad afirma que la insurrección de los pueblos oprimidos, es un canto a la esperanza, al anhelo, por la búsqueda de justicia de los pueblos pobres.
El grito final pidiendo justicia de Túpac Amaru como el de tantos otros aún resuena por la tierra de américa latina, diciéndonos que no debemos aceptar lo inaceptable; sino que por el contrario nos asiste el derecho a la resistencia, como así mismo el derecho a decidir la construcción de un futuro mejor para todos.