Tomasa Acuña tiene 65 años. Es madre de 7 hijos y tiene 13 nietos. Nació en Tucumán, vivió en Santiago del Estero y después de un tiempo llegó a Buenos Aires. Transitó su formación primaria en un instituto para monjas de Boulogne, época que recuerda como un momento difícil de su vida, donde más tarde le otorgaron una beca para estudiar en Mar del Plata y allí terminó el secundario recibiéndose de Técnica Industrial. Luego de haberse recibido, se vino a vivir a General Rodríguez, al barrio Parque Joly, donde reside actualmente y desde hace 48 años.
A lo largo de su vida trabajó en diferentes colegios, además cuando la mano estuvo dura realizó trueques en distintos lugares de nuestra ciudad, también trabajó como empleada doméstica y en una casa de confección de camisas, donde además de confeccionar prendas, demostró ser una gran experta en desarmar y armar máquinas de coser y de tejer. Al menos así es como se define. Sin embargo, sabía que aún tenía mucho para hacer y a sus 35 años decidió dedicar su vida a ayudar y brindarle un espacio a cada niña y niño de su barrio que lo necesite.
En 1992, Tomasa ofrece su propio hogar como un refugio y con el correr de los días funda el comedor y merendero comunitario llamado “Los duendecitos”. Cuando llegó al barrio, cuenta que el lugar era una zona de campo y los chicos aparecían en su casa a caballo, en bicicleta y caminando, “a veces descalzos, pidiendo comida porque a sus padres no les alcanzaba para darles de comer«, eso le llegaba al alma, relata Tomasa, quien allí recibe actualmente en el lugar a 150 niños y niñas durante diferentes eventos que realiza durante el año, de los cuales más de 50 también reciben semanalmente la merienda y viandas con comida.
El comedor funciona todos los días. Los lunes, miércoles y viernes brindan la cena, los martes y jueves merienda. Además, Tomasa puntualiza que a veces los domingos recibe con un plato de comida a estudiantes de la Escuela Secundaria 11 de Ascasubi, en la cual trabaja hace 14 años y es presidenta de la cooperadora.
El comedor que lleva adelante Tomasa no sólo brinda asistencia alimentaria, sino que también funciona como un espacio recreativo y educativo. “Cuando los chicos vienen los dividimos, algunos juegan en la cancha, los más chicos se sientan a leer libros o dibujar y otros miran dibujitos en la tele. Al final del día vuelven contentos a sus casas con la merienda, algún juguete o golosina”, cuenta, y aclara que, si bien hace ya 30 años que funciona el comedor, finalmente el año pasado logró que lo reconozcan como asociación civil y a ella como trabajadora comunitaria.
Como en todo proyecto personal, Tomasa comenzó a trabajar sin ayuda de nadie y lo hizo todo a pulmón, pero remarca que a lo largo del camino encontró personas que solidariamente quisieron ayudarla y acompañarla como lo hacen hasta el día de hoy. Durante todos estos años de trabajo, destaca mucho toda la ayuda que recibió, y recibe, y se siente muy agradecida con cada persona que le dio una mano. «Considero que hay que ser agradecida, agradecer a todo el que colabora«, sostiene Tomasa.
Proyectos
Frente donde se encuentra el comedor hay un gran terreno. Allí se proyecta conformar una plaza. Espacio que intentan conservar para garantizar que a futuro haya en el barrio un lugar donde los chicos y las chicas, las familias, tengan un espacio donde puedan compartir y divertirse, debido a que los pocos lugares que hay en los alrededores destinado a ello están muy alejados. Además, Tomasa cuenta que ahí mismo también pretenden crear una granja, se pueda aprender a realizar diferentes tareas.
Otro de sus grandes sueños es poder ampliar el comedor y realizar una biblioteca para que los chicos y chicas que asistan puedan estudiar y utilizar los libros que necesiten. “Quiero que tengan un espacio propio, cómodo, donde puedan hacer sus cosas”, afirma Tomasa, quien también desea que en algún momento pueda asistir alguna psicóloga al lugar para que contenga y ayude a los padres y las madres que afrontan alguna situación particular con sus hijos e hijas.
Por lo pronto, en el comedor «Los Duendecitos» esperan la llegada de las vacaciones de invierno, para las cuales se encuentran realizando actividades solidarias, ya que con lo recaudado desean poder contratar un medio de transporte y hacer una salida recreativa, y posteriormente el festejo del Día de las Infancias, donde cada año el comedor recibe a más de 200 chicos y chicas para quienes se tiñen las calles del barrio con payasos, murgas y regalos.
Tomasa resalta que lo más importante para ella es que a ninguno de los chicos y las chicas les falte algo. Siempre supo que estar rodeada de ellos sería una de las experiencias más lindas que le tocaría transitar en su vida, porque cree que así es como «uno conoce cada ‘pedacito’ de cada chico, cómo se construyen, quiénes son, pero sobre todo por la posibilidad de poder enseñarles algo«, expresa Tomasa con alegría y una moción evidente es su rostro, y agrega: «para mí esto es mi vida, si a mí me quitan el comedor, no sé qué haría”.