En mayo de 1919, el mundo salía de la convulsión de la primera guerra mundial y la Argentina transitaba el primer gobierno elegido en elecciones libres de su historia. El país llevaba un tiempo siendo tan rico como para alimentar las ilusiones de potencia y hegemonía de la élite agroexportadora, y era a la vez desigual hasta el hartazgo. La pobreza era lo natural en las zonas rurales y la periferia de las ciudades comenzaba a poblarse de barrios improvisados nacidos de la inmigración extranjera o interna. Pocas veces los soldados del ejército estuvieron tan mal alimentados y violentados. El trabajo se extendía por jornadas que hoy no podríamos imaginar, y los intentos por ganar derechos laborales chocaban permanente con una oligarquía dispuesta (como lo estará siempre) a reprimir a sangre y fuego. Existe una ley que permite deportar de manera sumarísima a los que protestan contra el régimen. En el puerto, cada espiga y cada vaca que sube a los barcos alimenta una riqueza obscena en sus sueños y vuelve más pobres a sus trabajadores. Algunos alcanzan a comer de las migajas que caen de su mesa o se acomodan en el estado que los terratenientes han conformado. Al producto de este comensalismo se le llama clase media. En todas partes las mujeres están sometidas a su marido, a su patrón, a su padre, no votan, algunas reciben una educación elegida para ellas, y son sospechosas de bajeza todas las que no entren en esta estrecha mirada. El peón del campo es un siervo que gracias del lenguaje y el derecho no es llamado como tal, pero su patrón bien podría ser un señor feudal. El país crece hipertrofiado en su capital, y sus núcleos de exportación, y está flaco y desnutrido en todas sus demás partes. Los vínculos con los países de alrededor se limitan a una competencia hostil por bien quien aprovecha mejor el vínculo colonial con Inglaterra.
Hasta ahora la historia de las clases populares no se narra porque para la dirigencia argentina no existen, salvo en las crónicas policiales o en las Aguafuertes de escritores desagradables. El orden agroexportador no es más que la instrumentación de un sometimiento, una bota que pisa firme y reclama humillación y obediencia. Las armas de las que dispone no son solo la policía: han construido un relato que oculta sus crímenes e ignora a cuanto sujeto incómodo se le aparezca. Así, ese país liberal cuenta a San Martín como un libertador que no hacía política, al territorio de los pueblos originarios como un desierto, a los negros y los trabajadores como fantasmas. Ese país, el de las injusticias y las violencias narradas como orden, ese país de vaca y desfile, pero también y sobre todo de pobreza y explotación, ese país dio a luz a Eva Perón.
María Eva Duarte fue como la mayoría de los argentinos, pobre toda su vida. De modales toscos, aguerrida a consecuencia de muchas veces ser la vida un combate, apasionada hasta la incomprensión, impulsiva a fuerza de tanta necesidad de luchar contra las injusticias. Inconmovible y explosiva, tanto que no pocos quedaron cegados, ya sea por estar deslumbrados con ella, o por odiar la tanto que no podían ver nada más.
¿Qué esperaban las clases altas, la oligarquía, los auto percibidos dueños del país de una mujer así? ¿Esperaban acaso que del magma de barro y violencia que era nuestro país brotara una flor de loto, y dentro de ella hubiera una delicada mujer obediente, recatada y sumisa? ¿Qué elemento de ese país desigual alimentaría algo diferente a Eva, la que mira desafiante y a las patadas no pide, exige? ¿Por qué la odian los ricos? ¿No es esa mujer de modales brutales y altaneros, prepotente, determinada, peleadora, desafiante, el más perfecto producto de ese país de pobreza? ¿No es Eva más hija de ellos que de sus padres? Ha vivido en concubinato con un hombre mayor, ha tenido trabajos mal pagos, ha pasado necesidades, habla como la gente que vive más allá del puente de Avellaneda, ha recibido y dado golpes, ha sido despreciada, ha sido denostada, ha nacido para ocupar un lugar insignificante y anónimo en la historia. Eva Duarte se parece más al 90% de la población del país que esta élite odia, y donde bien podría ser extranjera.
Ese pobre que se planta frente a su destino de pobre a dar pelea, esa voz que cuando te habla te infla y te calienta, y te permite dar calor a los demás, esa conciencia e intolerancia frente a lo cruel, frente a lo injusto. Ese voto de mujer, ese cuerpo nacido para ser pobre vistiendo lujos. Esa memoria popular resignificada, renacida y vuelta a poner en marcha. Esa figura que te da nombre, porque solo podés ser Perón si antes la tenés al lado a ella. Esa mujer como decía Rodolfo Walsh. Esa era Eva.
Creían que sembraban trigo y obedecía, pero la estaban sembrando a ella. A la madre de lxs desposeídos.