El 25 de febrero de 1778, nació en Yapeyú, José de San Martín, sobre quien existe una larguísima literatura biográfica e histórica, tanto en el mundo hispano hablante como en el anglosajón. Son conocidos por todos los actos escolares, las efemérides y los discursos que se repiten cada 17 de agosto en nuestro país, buena parte de ellos, armados a fuerza de frases vacías.
Esta nota no busca conmemorar la muerte del general del ejército de los Andes, sino celebrar su vida y obra; no busca relatar una historia para guardar en papel, sino una que les dé nueva vida a debates actuales ¿y qué mejor forma de hacerlo que hablando de política? Por debajo de las capas de la historia oficial, la propaganda, el mito y los lugares comunes, San Martín es un sujeto político desbordante que inaugura e impulsa un proceso de lucha que sigue hasta el día de hoy. El largo sueño de la independencia, no la formal, la de los tratados y memorándums, la auténtica libertad de los pueblos americanos, de conducir sus destinos y ver realizados sus propósitos lleva ya dos siglos de costosos avances y dolorosos retrocesos. ¿Qué significó esa independencia entonces y en qué estado se encuentra ahora?
Suele reducirse a la gesta sanmartiniana a la cuestión militar: cruzar los Andes, vencer al ejército español en el acto Perú, unir fuerzas con Bolívar y sellar la independencia política de la corona española. No es casual este recorte, la historia mitrista encontró allí un grandioso mito de origen al que a fuerza de repetición y una forzosa pedagogía logró despojar de su verdadero sentido político, el cual siempre estuvo en las antípodas del pensamiento de la oligarquía liberal terrateniente. San Martín perseguía la libertad de los asuntos americanos de las pretensiones de las potencias europeas. Es decir, no solo quitarse de encima la injerencia de la monarquía, institución desfasada y en pleno pico de su carácter reaccionario, sino garantizar el desarrollo, la riqueza y el autosustento de América. Libertad para hacer sus leyes, para plantar sus industrias, para lograr grandeza propia, libertad para que América obedeciera a los deseos americanos.
Muy distinta fue la independencia que pensaron las elites terratenientes para las cuales romper el yugo con el imperio español era, fue (es), tan solo un paso para acceder a otros vínculos de sometimiento, otras dependencias, acaso más profundas, pero que les resultaban sumamente redituables. Esto no fue otra cosa que los vínculos comerciales con Inglaterra, que nacieron del contrabando, y luego adoptaron la forma de penosas relaciones coloniales, vendiendo los recursos propios como parte de un destino económico ajeno.
La libertad en San Martín, era, fue, es, la inclusión de toda la población en un patria mucho más grande que los límites de las repúblicas burguesas; es la elaboración de un proyecto político-educativo americano que afronte las necesidades de su pueblo; una práctica política que le de dignidad al pueblo y a sus instituciones; una mirada productiva por y para sus gente, que busque satisfacer sus necesidades y darles bienestar; una logística que planifique sus rutas y su comercio para conectar los rincones de América del Sur. Hacer la independencia fue para San Martín político vencer a la tiranía y el conservadurismo de las posibilidades, y abordar con acciones contundentes, dolorosas, radicales, los costos y las fatigas de una campaña militar sin aspirar a la perfección ni dejarse desviar por los enemigos hacia los lugares cómodos donde poder dar excusas. “Seamos libres, y lo demás no importa nada”, seamos libres, no hará falta que lo demás sea perfecto mientras sea consecuencia de nuestra propia voluntad. Ser independientes es la labor inevitable e interminable de hacer de pensar y llevar a cabo el despegue de nuestras industrias, su sustentabilidad; de hacer digno el trabajo; de enfrentar las consecuencias de tomar decisiones soberanas; pensar y ejecutar nuestra defensa territorial; velar por la calidad de nuestras instituciones; enfrentar las injerencias extranjeras, plantear metas propias, gestas propias, ideas de nuestra propia autoría, y para nuestro beneficio. Eso, y soportar todos los golpes, todas las amenazas, todos los pesares de un pueblo que carga con su propio peso.
San Martín nos remite a hacer nuestro porvenir, con sus mieles y dolores, o ver cómo explicar la contracara, la dependencia: las relaciones coloniales, el sometimiento a proyectos ajenos, a ambiciones tejidas lejos y sin tener en cuenta nuestro bienestar; a tratar de esconder bajo la tierra la terrible realidad de Latinoamérica que una y otra vez debe someterse a un sistema mundial que ya ni se molesta en disimular su prepotencia detrás de una apariencia de justicia.
Ser libres hoy en día, en el aquí y ahora, no es algo que pueda reducirse al voluntarismo ciego, a crear que si ya no queremos someternos eso bastará para despertarnos y que mágicamente nos quitemos de encima el yugo que cargamos. Pero sin esa rebeldía mínima, de la mente, sin esa mínima voluntad de pelear, de no dejarnos herir impunemente, ninguna otra rebeldía es posible. Cambiar nuestro terrible presente no sucederá sin grandes sacrificios, no vendrá sin aceptar los golpes. Pero antes de esta pelea, que durará generaciones, primero se debe creer que el mundo se puede cambiar. Para que otras realidades sean posibles, primero debemos creerlas posibles.
La independencia, eternamente actual para nuestros pueblos americanos, no vendrá sin dolor. Pero si podemos sobreponernos a él, si podemos dar la batalla, entonces podremos aspirar a ser libres sin que nos importe nada más. José de San Martín me enseño eso y pagó con el exilio el no haberse sometido al proyecto dependiente del Buenos Aires comercial. Su principal aspiración es una obra en construcción, y su legado no se limita a una serie de victorias militares, es un proyecto, una lucha que heredamos.
Hoy se cumple otro aniversario del nacimiento del militar americano, del político, y también de lucha, que ojalá nos encuentre celebrando, ojalá nos encuentre peleando.