Hace unos días se conoció la imagen de los billetes de distinta denominación que volvían a tener en su estampa la imagen de los próceres políticos argentinos, esta vez haciendo foco en la paridad de género: Eva Perón ahora en el billete de cien, Juana Azurduy junto a Güemes en el de doscientos y Manuel Belgrano en el de quinientos junto a una figura casi desconocida para la sociedad argentina, Remedios del Valle, una patriota americana, afrodescendiente, que sirvió en las milicias durante las invasiones inglesas y luego formó parte de las campañas en el norte junto a distintos comandantes, entre ellos Manuel Belgrano, quien le concedió el grado de capitana del ejército. Esta columna no pretende hacer un análisis histórico únicamente sobre Remedios, principalmente por los problemas en las fuentes, sino que pretende usarla como símbolo, como un ejemplo de la historia y la vida de las clases populares en el Río de la Plata. Específicamente de los esclavos traídos de África y sus descendientes a quienes los discursos “civilizatorios” y “normalizadores” de los años posteriores han pretendido invisibilizar, hacer de cuenta que no existieron. He aquí una aproximación a la Argentina negra.
Ser negro en el Virreinato español
En general ser negro o afrodescendiente no es fácil en ningún contexto o momento de la historia, pero menos aun durante el virreinato, que junto con las colonias británicas destacó por su brutalidad hacia esta comunidad. La población negra fue traída a América a través del tráfico de esclavos montado por distintas compañías europeas en las costas de África del Este: esencialmente lo que hacían era aprovechar los conflictos internos de los reinos y las comunidades africanas para obtener esclavos en las zonas sometidas a su control, ya fuera capturándolos ellos mismos o comprándolos a mercenarios.
Estas personas eran encadenadas y pesadas en público frente los tratantes quienes seleccionaban a los que consideraban más convenientes para sus fines, y luego los subían atados a los barcos donde eran enviados al sur de las colonias británicas, al caribe, a la costa de Brasil, a Europa y en menor medida a los virreinatos españoles ubicados en Sudamérica. La inmensa mayoría moría durante la travesía por mar debido a la desnutrición, a los maltratos físicos y las enfermedades. Estas personas, para el sistema legal de la época, no eran más que una forma de propiedad de sus dueños y estaban sometidos a ellos de manera absoluta. Es decir, no contaban con ningún tipo de derecho ante la ley, y en caso de escaparse no eran reconocidos como libres ni ellos, ni sus hijos. De hecho, las autoridades virreinales dictaban severos castigos físicos a los esclavos fugados, cuando no aplicaban directamente la pena de muerte si el dueño así lo consideraba.
Ser negro en el imperio español significaba una vida en promedio más corta, sometida a trabajos forzados, ser un paria sin posibilidad de transformar su propia condición, no poder tener posesiones terrenales, ni siquiera el dominio sobre sus hijos, y vivir al filo del castigo y experimentando de manera permanente la violencia física, verbal, simbólica, sexual, sobre sus cuerpos. Una situación además sin salida porque todos los intentos de los esclavos fugados por conseguir un lugar donde ser libres era duramente reprimido por el régimen virreinal.
De hecho, la sociedad virreinal tenía un sistema de castas, una jerarquía social fuertemente asociada a la sangre y el color de piel. Los españoles nacidos en Europa estaban en la cúspide, seguidos de los criollos de alta alcurnia. Luego estaban los blancos nacidos en América, pero sin riquezas ni títulos; luego los indígenas sin patrón, luego los indígenas sometidos por mita o encomienda; luego los negros y finalmente, los pardos que englobaban a los mestizos hijos de esclavos con indígenas o europeos. Remedios del Valle era considerada esto último, una “parda” y a través de conocer la vida de los africanos y sus hijos traídos a América por la fuerza podemos llenar algunos de los baches en la historia de esta patriota argentina.
Pelea por la Revolución y serás libre
El principal problema a la hora de abordar la figura de Remedios del Valle es la enorme laguna en las fuentes históricas que podemos consultar sobre ella. Lo mismo pasa con las clases populares en la historia del siglo XIX: sólo podemos conocerlos por los restos arqueológicos o por lo que otros han escrito sobre ellos. En el caso de los esclavos, libertos y descendientes el problema es aún mayor porque casi no poseían propiedades materiales, eran en su inmensa mayoría analfabetos y existió además una actitud deliberada por parte de las élites a finales del siglo XIX de omitirlos de la historia oficial contada en las escuelas, o incluirlos solo como una anécdota. Lo que podemos saber hasta el momento parte del rescate que los historiadores Jacinto Yaben y Carlos Ibarguren, que parten de las fuentes de los congresos bonaerenses que votaron la pensión para la veterana de guerra, además de las fuentes relacionadas con las notas de campaña de Belgrano y otros comandantes.
¿Qué sabemos de Remedios del Valle? Sabemos que nació en algún punto entre 1766 y 1767, en Buenos Aires; y que como dijimos antes, era “parda”. Sabemos también que Remedios asistió durante las invasiones inglesas en calidad de “liberta” es decir, que hasta un punto desconocido de su vida fue esclava y luego fue “liberada”, dejando así de ser una propiedad, lo cual no quiere decir necesariamente que dejara de depender de sus anteriores dueños.
Sabemos también que durante las invasiones inglesas sirvió en calidad de auxiliar, es decir, hasta ese momento no combatió de manera directa contra los soldados ingleses, sino que asistió a las tropas propias. Algo bastante común teniendo en cuenta que la mayoría de las familias patricias había adquirido esclavos durante esa época y era normal no solo utilizarlos en los trabajos manuales pesados y el servicio doméstico, sino de enviarlos a pelear o servir de diversas maneras en las milicias. Podemos decir también que la mayoría de ellos no tenía verdaderamente otra opción, ya que desobedecer las órdenes de un blanco significa para un negro en la práctica ganarse azotes públicos u otras vejaciones. La idea de que los negros, junto los indígenas y los mestizos son los verdaderos libertadores de la patria, como afirmaba San Martín, debe profundizarse. A medida que avanza la revolución y se consolida la promesa de libertad a los esclavos y la sustitución del sistema de vida español donde estos eran menos que nada, aviva la lucha y el compromiso de los libertos, los indígenas y las clases populares en general para lograr la independencia. Pero también es cierto que en los inicios de la Revolución de Mayo (y luego durante la guerra civil) todos estos estratos sociales fueron obligados a pelear contra los españoles que realmente no eran muy diferentes de sus amos. Por otra parte, debe entenderse también que los negros y los afrodescendientes no ocupaban puestos de mando y que en la mayoría de los casos eran primera línea de las fuerzas de choque y por ende estaban completamente expuestos a “morir por la causa.” Pasado un tiempo de servicio en los ejércitos patriotas, estos esclavos o libertos recibían una paga de la que podemos decir con total seguridad que era ínfima y se pagaba muy tarde, si es que efectivamente se las pagaban. Es decir, luchar por la independencia los volvía automáticamente libres de forma legal, pero no les aportaba ningún tipo de propiedad, seguían siendo tan pobres como toda su vida, lo que los obligaba a seguir trabajando casi para subsistir, pero ya en condición de propiedad de alguien más.
La historia de Remedios es la historia de la Argentina negra: sometimiento, lucha, exterminio y una paga ingrata por los servicios a una causa americana. De hecho, la mayor parte de las fuentes históricas que nos quedan de Remedios son los debates parlamentarios en Buenos a partir de 1828, ya finalizada la guerra de independencia, en las que los legisladores porteños debatían si darle o no una pensión por sus servicios, ya que vivía en estado de miseria total y subsistía mendigando en los alrededores de la plaza o vendiendo torta fritas. Supuestamente, el ex comandante Viamónte la reconoció durante uno de sus paseos y llevó el tema al congreso de Buenos Aires. El resultado final fue el reconocimiento de sus títulos militares y una pensión de treinta pesos al mes. Un peso por día. ¿Es mucho, es poco? Es una miseria y un patrón que se repite en la mayoría de los casos de ex combatientes de la independencia americana. En síntesis, la población negra y mestiza había sido seriamente diezmada durante las guerras contra España, y se pagaba a los sobrevivientes con más servicio militar forzado, o cuando ya no podían pelear, jubilaciones de hambre (sólo cuando eran reconocidas).
Remedios, guerrera inusual
Durante las guerras de independencia los hombres que eran enganchados en el ejército llevaban a cuestas a sus familias. No sabemos el nombre del marido o de los hijos de Remedios, pero sí sabemos que fallecieron durante la revolución quedando ella sola bajo las órdenes de Belgrano en las campañas del Norte. Allí, por razones de disciplina, el comandante no permitiría la presencia de mujeres en el frente, pero sí de Remedios a medida que se ganó su respeto y confianza. Su principal rol hasta ese momento era de auxiliar, es decir, tareas de asistencia a las tropas: lavar, cocinar, curar las heridas, acercar las provisiones. Luego, comienza a tener un rol más activo ya que una vez en el frente le tocará pelear de manera directa contra las fuerzas enemigas, recibiendo en el proceso distintas heridas de fusil y espada. Según las crónicas de campaña, asistió al ejército del norte luego de las batallas de Ayohuma. Luego sería tomada prisionera y ayudaría a escapar a varios soldados patriotas, siendo sometida a azotes como forma de castigo. Más tarde, conseguiría escapar y se uniría al ejército de gauchos comandado por Güemes, donde serviría hasta alcanzar la victoria y la independencia.
Remedios combatió siendo ya una mujer mayor para su época, pues para el momento de su victoria final junto al ejército norteño tendría ya más de cuarenta años. Como guerrera era una figura absolutamente inusual: una liberta empuñando armas, asistiendo como auxiliar médica, vistiendo uniforme y con el cuerpo cubierto de cicatrices de guerra. No hubo balas ni espadas lo suficientemente ágiles como para darle muerte. Sus pies caminaron por más leguas de la que militares porteños podrían imaginar. En el campo de batalla, más de español confundido se habrá encontrado con ella sin entender del todo como una mujer negra se encontraba frente a él a punto de darle muerte. Veinte años atrás la sola idea de un liberto que lucha en el frente habría parecido ridícula; la de una mujer, directamente impensable.
Los invisibles
¿Por qué hay un billete de Remedios del Valle? ¿Tiene alguna importancia quien aparece en los papeles que cada vez valen menos por la devaluación pasiva? Desde el punto vista económico, ninguna. Ahora sí hablamos de lo cultural la cosa cambia.
La oligarquía argentina escribe (escribía) muy bien, pero es bruta. Tiene un delicioso gusto por la literatura, los muebles, la arquitectura, el teatro, pero es bruta. La oligarquía es capaz de afirmar que gobernar es poblar, luego lanzar una campaña al desierto, por cierto, territorio poblado, desplazar a su gente y reemplazarla por latifundios dónde hay más vacas y ovejas que personas. Así de bruta es.
Hacia finales del siglo XIX descubre un marco «científico» para sus prejuicios de clase, de color, de sexo: el positivismo, que en líneas generales es un sistema de pensamiento europeo que buscaba el conocimiento de las leyes generales de todo a través del método científico, pero que en lo político significó una justificación del colonialismo y el racismo basado en la superioridad genética de la raza anglosajona. Hoy el término raza ya ha quedado fuera del ámbito científico, pero una de las más grandes secuelas que nos dejó el delirio civilizatorio de la élite fue la racialización de la pobreza y la búsqueda por invisibilizarla. Personajes como Sarmiento y Roca creían que la Argentina era un implante europeo en América, delirio que aún hoy sigue vigente. Para ellos, los elementos americanos debían tender a desaparecer. No solo hablamos de omitirlos de la historia americana, sino de la existencia misma. Sin embargo, y a pesar de las violencias explícitas, la oligarquía nunca pudo construir el país blanco que deseaba (fundamentalmente por ser un delirio) y optó desterrar a la Argentina negra, gaucha, pobre, mestiza a los márgenes de las zonas urbanas dónde no serían vistos ni relatados. Dicen los blancos que los negros no existen. Argentina es casi un país europeo.
Por eso la cara de una patriota negra en un billete debe ser revulsiva para un sector de la sociedad. No por el valor de los billetes, sino por el rostro de los que han tratado de borrar durante doscientos años.
Algunas afirman que es solo otro caso de inclusión forzada, de un gesto de una élite para quedar bien ante los ojos de todos, de asumir un progresismo miope y sin compromiso real. Pero no puede haber ninguna inclusión porque los negros y los afrodescendientes siempre estuvieron ahí. En tal caso será una corrección después de tantos libros de historia donde ni se los menciona.
Poner la cara de Remedios en un billete no tiene efectos sobre la realidad pero es un símbolo optimista, una muestra de que el país que tenía problemas de personalidad empieza a reconciliarse con una parte de su ser.
No nos conformemos con una reivindicación que ha tardado tantos años. Busquemos la libertad y el bienestar que esos antepasados, nuestros también, buscaron.
Un doble final feliz
Durante el rosismo, y ya anciana, Remedios recibió un aumento de su pensión para poder vivir más dignamente. Dicen que se agregó el apellido de Rosas en agradecimiento al caudillo más odiado por la oligarquía. Los liberales acusan aquí propaganda rosista y demagogia. Terminó sus días gozando de la jubilación y el reconocimiento que le fueron negados incluso a figuras como el propio Belgrano. Ni siquiera Mitre podrá obviarla del todo en su relato posterior. Paseo su cuerpo lleno de cicatrices a la vista de la élite incómoda, frustrada porque una negra terminaba sus días sin un destino de servidumbre, y dos veces frustrada porque además fue el tirano el que le dio dignidad a su pensión.