Quisiera tomarme estas líneas para intentar un ejercicio para pensar nuestro presente. ¿Cuál? El nuestro, Argentina, siglo XXI, caracterizado entre muchas otras cosas, por una profunda crisis de lo que podríamos definir, de manera extensa y sin mayores pretensiones, como el “campo nacional y popular”, si tuviéramos que achicar ese universo diría que escribo pensando más que nada en los militantes o los cuadros de ese “campo nacional y popular” que transitan (o transitamos) esa profunda crisis. En ese intento, hay un relato que viaja a mi mente, a mis recuerdos, de manera recurrente. Es la historia de Hiroo Onoda. Una historia que seguramente el lector recordará haber leído ya que es publicada y republicada de manera frecuente en algún periódico de más o menos amplia difusión.
En fin, este Hiroo Onoda, es un soldado japonés de la segunda guerra mundial asignado en alguna isla de las Filipinas, que no logra notificarse ni de Hiroshima, ni de Nagasaki pero tampoco del final de la Segunda Guerra Mundial. En este “lapsus” informativo, Hiroo continúa combatiendo durante 30 años aproximadamente. Durante 30 años se oculta en la selva, realiza atentados y hace lo que suele hacerse en las guerras, realiza informes de “inteligencia”, diseña alguna emboscada y mata a sus “enemigos”, sobre todo sobrevive. Esto así hasta el año 1974, en el que logran dar con el jefe directo de Onoda quien, luego de varios intentos logra contactar, anoticiar y convencer al soldado resistente de la “noticia”: la segunda guerra había terminado.
Se trata de una historia trágica pero que al mismo tiempo no puede eludir sus pasos de comedia. O justamente en esa trágica historia (trágica para Onoda, pero también y especialmente para sus “enemigos” muertos en “combate”) no podemos dejar de pensar, al mismo tiempo, en este tipo, este soldado, ocultándose en la selva, haciendo cuerpo tierra, cavando trincheras, durante 30 inviernos. O incluso, ponerse a pensar lo que pensaría Onoda cuando su general lo contacta y le dice: “mi viejo, la guerra ha terminado… descanse”. Es una verdadera revolución mental para nuestro soldado. Ni que hablar cuando comience a informarse del desenlace de la guerra que lo tuvo en la trinchera 30 años haciendo horas extras. O de las bombas nucleares arrojadas sobre el suelo japonés, o de la nueva organización estatal mundial, o que los rusos dejaron de ser enemigos (aunque ahora pareciera que vuelven a serlo) y que Estados Unidos es, en ese momento, el nuevo patrón mundial y, a la postre ¡aliado estratégico de Japón!… o que fue el propio Emperador Hirohito, quien después de los dos bombazos y la exigencia de una rendición incondicional es el que desempata la votación en su consejo de guerra en el que la mitad del generalato proponía batallar hasta las últimas consecuencias. El Emperador no solo acepta la rendición, sino que se comunica por primera vez con su pueblo y le pide que lo “ayude a soportar la vergüenza de la derrota”, un pedido que vino de la mano de una ocupación por fuerzas norteamericanas que aun hoy dispone de los mejores y más extensos territorios en Japón. Podríamos aventurarnos y decir que Onoda tuvo una verdadera revolución epistemológica… un cambio radical de su forma de ver el mundo… o mejor, un cambio radical y extremo de “su” mundo. Para Onoda… una revolución total, plena y sin dobleces… extraordinaria, podríamos agregar para terminar de dar el tono a esa peculiar situación.
Ahora bien… la pregunta razonable, justa y pertinente nunca puede ser una sola, sino que son varias las que podríamos plantear a esta altura y con riguroso desorden… ¿a qué viene todo este cuento? ¿Qué tiene que ver esta historia tan peculiar, con nosotros?, ¿qué nos aportan Onoda, su guerrilla y el fin de la segunda guerra mundial? ¿Qué tiene que ver Onoda con Argentina y enseguida con Perón o, mejor y más afinado… con las desventuras del campo popular?
Bueno, tal vez habría que presentar la tensión que anuda los dos extremos… que no es tanto la tensión entre Argentina y Japón, sino la posibilidad de pensar a Onoda, su gran problema, ese desacierto informativo de no haberse enterado del fin de la Guerra, la historia de Onoda, con un conjunto importante de novedades que se fueron sucediendo en los últimos veinte años y que afectan sustantivamente los quehaceres del “campo nacional y popular”. La pregunta entonces no sería una en esta instancia, sino que serían ajustadamente dos. Intentar plantear dos buenas preguntas para desentrañar y visualizar el escenario de nuestro presente. Dos preguntas que remiten a gran problema de nuestro amigo Onoda, pero que, transportadas a nuestras dimensiones espaciales y temporales, remiten al problema del nuestra argentina y el campo popular. La primera pregunta, apunta al escenario de esa guerra o conflicto. Cuáles son las grandes contradicciones o conflictos que tiene que encarar (y preferentemente resolver) el campo popular de manera colectiva (hago aquí una nota aclaratoria, advierta usted, amable lector, que no me refiero en este punto a nombres propios, no obstante, como es bien sabido “al que le quepa el saco, que se lo ponga”), dicho de otro modo, o, en otros términos, cuáles son los problemas actuales que atravesamos como sociedad o como país y frente a los cuales el “campo popular” debería “pararse de manos”. La segunda pregunta, íntimamente relacionada con la anterior, tiene que ver con las estrategias que hay que asumir una vez que identificamos no solo el contradictor sino también y, sobre todo, el tipo de arena en el que se desarrolla el conflicto o, para decirlo de otro modo, como vamos a plantear y resolver ese problema.
En este punto quisiera señalar tres grandes lugares que considero que son relevantes para comprender mejor nuestra primera pregunta. Tres lugares posibles sobre los que apoyarse para comprender (o intentar comprender) las novedades de los últimos (digamos) veinte años. Cuestiones que conviene comenzar a analizar y comprender si es que no queremos seguir resistiendo desde una trinchera en una guerra que ya concluyó. Tres cuestiones que redefinen la forma en la que nos relacionamos socialmente porque redefinen propiamente al capitalismo, no en un sentido evolutivo, sino en un sentido que lo vuelve más brutal y descarnado.
Primer lugar: el enclave y extracción. Nos encontramos en un momento muy peculiar del desarrollo del capitalismo global que se caracteriza por la descolocación de las grandes industrias. Tal vez el ejemplo más claro en el caso argentino es el de la industria automotriz autopartista y el intento industrializador en Tierra del Fuego. Se trata de industrias de ensamble que se radican en un territorio y “traen” de los lugares más distantes del mundo las partes para ser ensambladas en estas comarcas del mundo. Esto presenta conceptualmente tres grandes dificultades. Primera dificultad: si bien los trabajadores de estas empresas cuentan (en dólares) con los sueldos más altos del trabajo registrado, al momento de compararlos con los sueldos de sus pares internacionales (China, Japón, Alemania etc.) éstos se encuentran por debajo de la media global generado un ahorro en dólares bien sabroso para la empresa que a su vez no imposibilita una extracción fenomenal de plusvalía en los clásicos términos marxistas. Segunda dificultad: la lógica productiva de este modelo empresario supone la importación de las partes que va a ensamblar en términos locales. Esto genera a su vez una fuga fenomenal de dólares que agravan la famosa “restricción externa”. Para decirlo claramente, por cada dólar que genera un vehículo producido en argentina se terminan yendo 1.7 dólares en la importación de autopartes para producir ese vehículo. Lo mismo o peor sucede en la industria de Tierra del Fuego, lo que a su vez se agrava si lo producido es consumido en el interior del país y no se exporta. Tercera dificultad: este modelo industrial se monta y se desmonta rápidamente, esto es, cuando los precios de los salarios (por ejemplo) dejan de ser competitivos, o las normativas de los estados ejercen soberanía normativa (ponen impuestos), las empresas con un costo marginal se mudan a otro país con mejores condiciones de contratación laboral o impositivas.
Segundo lugar: las plataformas y el click. Ya a principios del siglo XXI nos encontramos con una potente forma del capitalismo que es definida como capitalismo de plataformas. Un nuevo modelo de negocios montado sobre una industria extractiva de datos. Este modelo de negocio genera fenomenales procesos de acumulación de capital, al tiempo que redefinen relaciones sociales, económicas y laborales. Para decirlo sin eufemismos, dinamitando el conjunto de derechos laborales que supimos conseguir y que caracterizaron buenamente el lejano siglo XX. Ejemplos de plataformas que vienen rápidamente a asistir y aclarar el concepto de lo que estamos ablando son: Facebook, Instagram, Twitter, Tick Tock, Uber, Airbnb, Spotify y en el ámbito local Rappi o Mercado Libre con su derivado Mercado Pago. Solo para pensarlo, hoy Mercado Libre vale más de 50 veces lo que vale YPF en Wall Street.
Tercer lugar. La belleza del algoritmo y el capitalismo de la vigilancia. La posibilidad extractiva de datos se vuelve tan rentable que no es posible imaginarse hoy un lugar donde no haya un dispositivo que esté extrayendo datos o información de manera gratuita y/o provista voluntariamente por una persona que alegremente consiente en ceder partes de su intimidad. Los me gusta, los reels, las llamadas, los relojes inteligentes, Siri, los mails que escribimos para trabajar o socializar, las grandes plataformas de contactos (desde Facebook hasta Tinder) los juegos online, etc. extraen, sistematizan y monetarizan información que el usuario provee a sabiendas y deliberadamente o sin saberlo (mientras escribimos estas líneas Elon Musk, uno de los hombres más ricos del planeta acaba de comprar Twitter al 100×100 y retirarla del mercado de acciones). Hacer del dato personal (provisto de manera gratuita por el usuario de la plataforma) una mercancía que tiene un valor monetario fenomenal porque no solo acerca el producto al consumidor, sino porque además (y cada vez más) orienta y construye al consumidor. Y en este punto el viejo ciudadano del siglo XX es desplazado por el joven y viril consumidor del siglo XXI. Solo consumimos en un mundo en donde hasta la opinión pública y la política se han vuelto productos que se venden y son consumidos por un público que es moldeado para dicho consumo.
Estos tres aspectos del capitalismo actual plantean una profunda transformación de nuestras sociedades. Se trata de una reconfiguración tanto del capitalismo como de las formas en las que nos relacionamos o interactuamos, las personas, los estados y el mercado, para decirlo rápido y mal. Podríamos decir que, si la primera y segunda revolución industrial transformaron a la naturaleza y dieron nacimiento a una configuración particular del Estado y a una relación específica entre el estado, el mercado y las sociedades, estas nuevas configuraciones del capital estas nuevas revoluciones tecnológicas están transformando ya no solo la naturaleza, sino específicamente al hombre y a las mujeres y colocando a las personas en un plano real de vulnerabilidad frente a actores verdaderamente poderosos. Esta modificación del capitalismo poco tienen que ver con el modelo capitalista del ya viejísimo siglo XX. El problema es la asimetría entre los distintos actores sociales. A decir verdad, si hubiera que buscar un parangón comparativo, deberíamos remontarnos prácticamente a la época de la conquista por lo grande y asimétrica es la diferencia entre el nuevo capitalismo no solo con el individuo, sino también y especialmente con los viejos Estados forjados en la primera y segunda revolución industrial. Se trata de cambios que se fueron dando y de manera muy acelerada en los últimos 20 años.
Sintetizando la primera pregunta que nos hacíamos más arriba, vemos que en los últimos años lo que cambio mucho y de manera radical es un actor al que podemos conceptualizar en el ámbito del mercado. Las grandes industrias tradicionales y globales se deslocalizan, generando grandes problemas locales. Las modernísimas industrias de la plataforma ocupadas de la extracción de datos plantean un novísimo desafío a los estados. En términos de velocidad este último modelo empresarial es tres veces más rápido que la industria tradicional, la cual, a su vez, es tres veces más rápida y ágil que el viejo estado Nacional. Con esto, nuestros Estados hoy, son 9 veces más lentos que el moderno esquema capitalista que deben ¿controlar?, ¿reglamentar? Se trata un desafío que al menos merece ser pensado. Como le pasó a Onoda, una “una revolución total, plena y sin dobleces… extraordinaria”, que refiere a un mundo que cambio totalmente y para siempre. A diferencia de Hiroo, todavía no nos hemos anoticiado de esta novedad.
Esto nos lleva a la segunda pregunta que tiene que ver con las estrategias a asumir. Respecto de este punto, lamento amable lector, que no cuento con una respuesta o propuesta concreta. Lo que sí parece claro que no podemos seguir utilizando el mismo esquema conceptual y de militancias con los que el campo popular supo conseguirse un lugar en el paraíso de los vivos en el siglo XX. Tampoco alcanzan las reuniones en las básicas, las concentraciones populares masivas o el chori en la plaza. Cosas todas que no hay que abandonar, pero que sin duda ya no son suficientes si es que queremos salir del “empate hegemónico” que tiene al campo popular combatiendo en una lejana isla filipina sin enterarse ni de Hiroshima, ni de Nagasaki, ni mucho menos del fin de la Segunda Guerra Mundial.