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NOTA DE OPINION | MARTIN DURAÑONA
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[intense_dropcap]H[/intense_dropcap]ace 15 años, en un día como hoy, corría sangre por Buenos Aires, en el mismo sitio por donde parece ser, le entran todas las balas a aquellos valientes que se oponen a la barbarie de los déspotas que gobiernan para algunos privilegiados: Plaza de Mayo. Plaza por donde la sangre del pueblo vuelve a encontrar su derrotero, en las infinitas batallas que deberá sortear en su tozuda vocación de libertad, y que mueren, tal vez más por la soledad en que salen a pelear, que por su desmesurada sed de justicia. Porque millones somos los que conformamos el pueblo, pero muy pocos son los que salen en su representación.
El gobierno de Fernando De la Rúa, al igual que los que en 1955 bombardearon la Plaza, lo hicieron para defender los intereses de los poderosos. Los primeros con bombas y metrallas, este último imponiendo el Estado de Sitio, en resguardo de los bancos que se apropiaron de los ahorros de un gran sector del pueblo. Aquel hombrecito, gris, monocorde y pusilánime, que en sólo 2 años derrumbó la economía argentina, posaba alegremente dentro de la Casa Rosada, mientras en la plaza, la policía dando cumplimiento al decreto represivo de Estado de Sitio decretada por este mismo mandatario, asesinaba a “exaltados ciudadanos que reclamaban sus ahorros apresados por los bancos…”. Yo ni enterado estaba de lo que ocurría en la plaza, dijo textualmente Fernando De la Rúa, cuando le advirtieron de la matanza.
En una de las tantas fotos que se sacaba a través del fotógrafo oficial, se observa una cortina corrida, y detrás del vidrio, humo, corridas, estruendos, y la muerte apoderándose a los gritos de decenas de jóvenes. De la Rúa, es hoy un hombre que goza de total libertad, sabía perfectamente que ese sería su último día como presidente, por eso lo de las fotos, a veces uno cree tener claro por qué algunos políticos desean alcanzar el cargo de la mayor envestidura, y otros, porqué desisten o intuyen el porqué de sus fracasos, o de su seguro triunfo, pero se me ocurre, que en este caso puntual, no se logra inteligir cómo este hombre pudo llegar al máximo poder democrático. ¿Cómo es que está libre? O al menos ¿Cómo no encerrarlo dado su alto grado de imbecilidad en un nosocomio psiquiátrico? Hoy, mientras recordamos esta jornada trágica, en Jujuy, otro radical antiirigoyenista, Gerardo Morales, en un opuesto cuasi abismal, mantiene detenida a una ciudadana, presa, por el delito de haber contribuido a que miles de jujeños hoy vivan en muy ventajosas condiciones a las que se encontraban con anterioridad a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
Queda muy claro entonces a quién se protege y a quién se condena. La perversidad del poder real, o llamado también poder fáctico, agiliza y abre caminos a su antojo, en tanto y en cuanto existan políticas antipopulares que jueguen en su propio beneficio, y extravíen así, el real sentido por las cuales fueran convocadas democráticamente para gobernar los intereses del pueblo.
La sangre derramada no será negociada, diremos una y mil veces toda vez que el opresor de turno vulnere nuestros derechos. Sin embargo vuelve a ser derramada, como antes de ayer con las bombas con más de 500 muertos, o como ayer con 38 muertos en la plaza, o como hoy, con un pueblo saqueado hasta su última moneda, con una dirigente detenida sin proceso de instrucción policial alguno, ni sentencia Judicial, por el tremendo delito de satisfacer mejores condiciones de vida a un pueblo castigado como lo es el pueblo Jujeño. Insistiremos como tantas otras veces, con esto de que la sangre derramada no será negociada, ni la de los del 55, ni la de los del 76, ni la sangre de los argentinos muertos que hoy recordamos. Fernando De la Rúa, quien destrozó nuestra economía con 38 muertos en su espalda, circula hoy, libre como pancho por su casa y Milagro Sala, casi un año detenida sin justa razón alguna. Uno protegió a los bancos, otra, a los más humildes.
A decir verdad y para terminar con esta triste recordación, no me es nada grato vivir en un país tan reñido con la justicia. Vivir así, es una verdadera mierda, da asco, una profunda repugnancia.