Por Leandro Trimarco*
El bárbaro letrado
Rosas fue un estanciero de familia acomodado de la zona norte del actual Buenos Aires, criado para ser un patrón de estancia, rico, ferozmente católico, verdaderamente brutal con momentos de fina crueldad, autoritario en el ejercicio del poder, defensor de la soberanía nacional, cuchillero de tradición, rencoroso como nadie. Un verdadero villano de las pampas que gobernó con intervalos durante veinte años antes de su caída. O al menos eso decía Sarmiento…
Lo cierto es que es una figura política que no puede medirse con categorías de bueno o malo, menos si para ello usamos como fuente histórica la propaganda de sus enemigos.
Suele pasar, en la historiografía argentina, que Rosas es más un instrumento de los distintos gobiernos para posicionarse políticamente que un verdadero examen sobre el rosismo.
Así, el progresismo que defiende la soberanía nacional y la protección de la industria ven en Rosas a un prócer a pesar de su catolicismo conservador y su ejercicio autocrático del poder. Mientras que la gente que se desvive por la democracia, la república y el coso, lo ve a Rosas como un vulgar tirano, a pesar de que las prácticas de estos honrados republicanos en el poder harían sonrojar a Nerón.
Rosas y el rosismo son una amalgama de costumbres e ideas de su época que el ejercicio del poder sobre Buenos Aires se encontró con una oposición que lo atacaba con los valores occidentales, pero una vez vencido Rosas superaron en escala todas las brutalidades que denunciaban en él. Ahora bien, esto no es una justificación de la violencia política durante el rosismo, sino una mirada más amplia.
Desde 1832 hasta su caída en 1852, Rosas llevó adelante una persecución de la oposición con un saldo importante de muertos y desterrados por la Mazorca, su grupo de choque. Estos hechos terribles denunciados por Sarmiento y Alberdi en sus periódicos son bien conocidos y descritos en su verdadera naturaleza. Lo que hace dudar de la fidelidad de estos liberales es que luego, un año después de la caída Rosas, la violencia política desplegada por ellos mismos es mucho mayor y desconocida hasta ese momento salvo durante la dominación española: persecución y guerra contra las provincias, guerra del Paraguay, campañas al desierto, represión de trabajadores rurales. Dicho sintéticamente: Rosas, que en cualquier parte del mundo sería un autócrata que peleó contra una invasión extranjera, en Argentina es un prócer al lado de lo que vino después, una generación de políticos negadores de su propia violencia.
Si ponemos a analizar críticamente a los “buenos” de esta historia, muchos terminamos siendo indulgentes con Rosas haciendo comparación entre los crímenes del primero que parecen anécdotas al lado de lo que será la Argentina liberal.
¿Era Rosas un tirano? En muchos sentidos sí. ¿Era más democrático que los liberales que le sucedieron? Absolutamente.
¿Era Rosas violento? Cómo ninguno en la Pampa y alrededores. ¿Era más violento que el resto de la política de su tiempo? Para nada y mucho menos que Sarmiento, Roca o Alsina.
¿Era Rosas un héroe nacional? Si, en un contexto donde además escaseaban. Lo que vino después fueron 80 años de vende patrias.
¿Era Rosas conservador y reaccionario? Totalmente, pero era menos probable, preste atención a esto, era menos probable morir a manos de la Mazorca siendo opositor, que a manos de los liberales siendo trabajador, paraguayo o indígena.
¿Era Rosas un villano? Para la moral actual definitivamente sí. Pero en el mar de criminales de guerra que fue el siglo XIX, estoy seguro, es mí villano favorito.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón