Sucedió hace seis días y no quiero volver a la normalidad. No quiero naturalizar el hecho. No tengo ganas de hacer de cuenta que hace seis días quisieron asesinar a la Vicepresidenta de la Nación, a quien fue dos veces Presidenta, a la lideresa indiscutible del Movimiento Nacional… y todo sigue igual. No quiero. No puedo.
Es que apareció desde el fondo de la historia ese viejo conocido, el odio, sobre el que me quieren convencer que es un problema de todos, pero que siempre dejó lastimadas y lastimados de un solo lado, del mismo lado. Del lado del Pueblo.
¿Cuál fue su primera aparición manifiesta? El descuartizo de Túpac Amaru que tuvo el desatino de decir basta.
¿O El fusilamiento, el magnicidio del Coronel Dorrego, héroe de la independencia, gobernador y capitán general de la Provincia de Buenos Aires, asesinado por Lavalle allá por diciembre de 1828?
¿O habrá sido en 1845 cuando Sarmiento le escribió su carta al Gral. Paz sobre el Facundo, Civilización y Barbarie? Recuerdo que ahí decía Sarmiento “Remito a Su Excelencia un ejemplar del Facundo que he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo, y preparar el camino a otro nuevo”
¿Qué loco lo de Sarmiento, no? Esparcir la mentira para instalar el odio, y preparar el camino para destruir el gobierno… el de Rosas no? y que venga uno nuevo. Estaba cargando las armas. El odio no surge de modo natural, el odio se impregna, se inocula, se predica.
Esa mentira que construyó odio sobre la supuesta barbarie, adquirió más sentido cuando el mismo Sarmiento en 1861 – luego de la Batalla de Pavón, que dejo a tientas a la tropa de los gauchos federales -, le escribió a Mitre: «No trate de economizar sangre de gauchos» «este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes». El mitrismo gatilló las armas que otros cargaron, y costaron las vidas del Chacho Peñaloza, de Felipe Varela, de miles de gauchos.
¿Habrá sido con la Conquista del desierto allá por 1878, cuando Roca avanzó sobre el país de las manzanas consumando el genocidio de nuestros hermanos los indios? Todo para luego repartir tierras mujeres y niños, como latifundio y servicio doméstico entre dos mil familias.
¿O fue con Miguel Cané y su cándida Juvenilia, cuando siendo senador de la Nación escribió esa oprobiosa Ley de Residencia, pedido a la carta de la Unión Industrial Argentina, verdadero manifiesto de la represión al obrero extranjero? Fundamento teórico para perseguir a los disolventes de la Patagonia, de La Forestal, de los talleres Vasena con el soporte de la Liga Patriótica.
¿O fueron las bombas del subte en el 53?, de ignotos personajes luego premiados con nombres de estación… de subte obviamente. ¿O con el Viva el Cáncer?
¿O fue tal vez con ese horroroso momento de la historia, en que la Plaza de Mayo se tiñó de muerte ante el bautismo de fuego de la aviación naval que quiso demostrar su valor asesinando cobarde e impunemente al Pueblo reunido para el festejo? Ese Guernica criollo que aún no encontró a su Picasso para que nunca, pero nunca más se olvide.
¿Fue cuando abrieron las cárceles que estaban cerradas como la de Ushuaia? ¿O cuando se robaron el cuerpo de esa mujer? ¿O con los presos del 55, o los fusilados del 56, o cuando nos prohibieron nombrarlos, a él, a ella, a nuestras tres banderas, o fue con el Conintes?
¿Será con la consumación de esa pretendida solución final de nuestras clases dominantes, que barrieron lo mejor de una generación, que vio la revolución a la vuelta de esquina? Nuestros 30 mil, sí 30 mil, ni uno menos. Esa generación diezmada.
Son todos y cada uno de esos hechos, y aún otros más, los que nos traen desde el fondo del tiempo al odio. Son todos y cada uno de esos hechos nutridos ahora con el rencor a un Pueblo que supo reencontrarse hace menos de dos décadas con lo mejor de su historia. Son esos hechos, los gatillos que se aprietan una, y otra, y otra vez sobre los mismos y las mismas de siempre.
Aprietan el gatillo cuando ven dos pibas besándose. Cuando miran con desprecio a un pobre con su Smart. Cuando no toleran las zapatillas de marca de un joven humilde. Cuando no soportan tener al lado en sus vacaciones, una familia obrera que se deslomó laburando un año. Cuando no quieren que los pibes y pibas del conurbano tengan universidades cerca. Cuando no conciben que tu vieja tenga jubilación si nunca trabajó fuera de su casa.
Son los que aprietan el gatillo. Pero no son quienes cargan las armas. Esos son aún más duros y perversos. Estos pretenden invisibilizarse, desentenderse, jugar a los distraídos. Mutilan el contexto para salir airosos. Explican la realidad violenta como algo que sucede y que es ajena a ellos mismos.
Construyen ese odio que deshumaniza. Que va modelando una idea del otro desde una pretendida supremacía ética y estética (sic), haciendo más y más pequeño al que está enfrente hasta quitarle todo rasgo humano. No importa que sean negros, indios, gauchos, putos, peronistas, kukas, zurdos, planeros.
Hasta con nosotros mismos lo hacen. Los sindicalistas somos feos, sucios, malos y obviamente corruptos. Y dictan condena sin juicio desde el prejuicio construyendo su propio fundamento válido. Se autojustifican creyendo que nada digno, que nada ético habita en nosotras y nosotros, que solo intenciones espurias nos atraviesan. Se validan moralmente para hacer lo inexplicable. Se legitiman en un prefabricado sentido común, para venir por nosotros sin culpa ni disculpa.
Alguna vez pensé cómo en la sociedad moderna se había llegado a construir un monstruo como el nazismo y el fascismo. Ya hoy no tengo que indagar mucho. Tengo que abrir mis ojos, salir a la calle y simplemente mirar.
Recuerdo ese poema atribuido a Brecht – una vez más lo vuelvo a traer -, y se me ocurre parafrasearlo…
“Primero se llevaron a los peronistas,
pero como yo no era peronista, no me importó.
Después se llevaron a los zurdos,
pero como yo no era zurdo, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros y a los sindicalistas,
pero como yo no era obrero, ni sindicalista, tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los kirchneristas,
pero como yo no era kirchnerista, tampoco me importó.
Después siguieron con los putos, lesbianas y trans junto a los planeros,
pero como yo no soy puto ni trans ni planero ni lesbiana, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.”
*Abogado de Trabajadores y Trabajadoras, docente UBA y UNM