Por Milagros García
En los catálogos de las principales editoras y distribuidoras del país conviven como si nada personajes que nos costaría mucho pensar juntos en la mesa matera de un patio. Supongo que está bien no monopolizar la constelación de ideas, superar el sesgo y todos esos imperativos de época. Pero a la vez ese pastiche me produce una sensación extraña: nunca fui tan consciente de que el libro es un producto como ahora, cuando veo los catálogos y con un click puedo acceder a una oferta que cubre absolutamente toda clase de intereses. Celebro la pluralidad de voces, y también entiendo que escribir es un oficio como cualquier otro. Pero a la vez, si ese panorama me agarra pesimista (que me pasa mucho últimamente) veo que se trata de una propuesta sin criterios, un intento de abarcar el deseo de todos para que el sistema de ideas de fondo sea imperceptible, y a la vez no se fugue un centavo.
En este contexto es que elijo leer otra cosa. Leer editoriales chiquitas y autores que todavía no han sido completamente consagrados por el dispositivo cultural. Tocar otros materiales, sentir otros olores, descubrir otras formas de que convivan los discursos, darle la oportunidad a otra gente de que nos cuente algo nuevo.
Con esa idea en mente hoy traigo desde Madryn un poemario de Verónica Peñaloza, que es autora, editora y arma sus propios ejemplares. Cuando lo abrí, había un retacito de cartón entre las páginas. Un par de centímetros cuadrados que me ayudaron a pensar que eso era más que un producto, un trabajo confeccionado desde el amor.
Y ya que arranqué con una reseña tan personal, me la acerco aún más: no suelo leer poesía, porque en mis momentos de ocio me cuesta bastante su ritmo y sus recursos. Pero en este poemario me sentí invitada y bienvenida. Al material de estos poemas lo conocemos todos, es un amor sin épica, sin tragedia, con el confort y la tibieza de las charlas de siesta en verano, con ventilador susurrador de fondo. El privilegio de las pequeñas felicidades, el capital infinito de la ternura.
Puede fallar (2022) habla de la dificilísima praxis de vivir, relacionarse con los demás, habitar el mundo. El artificio quizás no recae tanto en la sonoridad y la decisión léxica sino en lo impredecible de las situaciones mundanas que se proponen como parámetro de lo trascendental, como la poesía: “el olor del pasto recién cortado/ son las sustancias que larga al estar en peligro/ para cicatrizarse más rápido/ y prevenir otros daños./ También un pedido de ayuda/ que atrae a los insectos/ depredadores de insectos masticadores./ Nunca encontré una mejor definición de la poesía”.
Mis poetas favoritos son esos que dejan la poesía al alcance de cualquiera: “Sabes, a veces creo que todo es un poema/ que merece ser dicho por alguien”, que ayudan a redescubrir el encanto y la mística de los objetos y las situaciones que nos resultan familiares, “como arrebatándole maldad al mundo”.
Elijo recomendar estas lecturas porque celebro ese puente de intimidad que nos recorta entre la masa de lectores y busca hablarle directamente a las experiencias que creíamos que eran únicas, pero resulta que eran bastante universales.
Les recomiendo no solo que lean a Verónica, que realmente es una genia, sino que también se animen a buscar en blogs, folletines, publicaciones autogestivas y pequeñas editoriales con convicciones la poesía con la que van a alimentar sus almas.
Ficha Técnica
- Idioma: español
- Editorial: Edición artesanal de Consuelo de tontos (www.consuelodetontos.com.ar)
- Autora: Verónica Peñaloza
- Cantidad de páginas: 87 páginas de papel ecológico.
- Año: 2022