El arte trajo de regreso a seis niños que el fuego los había llevado, los trajo para convertirlos en símbolos, en símbolos de una historia que tiene prohibido repetirse y se niega con impunidad porque se ha aliado a los ricos. Y las lágrimas de la madre regaron la esperanza en un relato que no cesa.
[dropcap style=’box’]D[/dropcap]icen que el fuego fue un descubrimiento fundamental para la humanidad, aquellos primeros seres que apenas alcanzaban el metro sesenta, descubrieron que con el podían cocinar carnes y verduras, podían realizar el aprovechamiento de las hierbas medicinales y ahuyentar a algunas fieras. Calefaccionar un ambiente en los inviernos helados, pero quizá en algún incendio forestal advirtieron que también es peligroso, que también mata.
Los ancianos contaban historias y a su alrededor los jóvenes escuchaban, porque por aquellas épocas la transmisión era oral, de esa manera se pasaban los conocimientos, las técnicas, las costumbres, mitos etc. Claro que cuando decimos transmisión oral hablamos de una técnica que no la desarrollaban todos si no un especialista, porque el relato tenía que ser exacto, no había posibilidad de distorsionar nada.
En todos los momentos históricos el fuego fue protagonista. Colaboro en la evolución de la humanidad. Y es también energía, lo fue en la antigüedad y lo es en la historia contemporánea. Hoy no podemos concebir a la vida cotidiana sin el fuego.
En una esquina, del barrio de La Boca, Suarez y Almirante Brown para ser exacto, en el edificio del banco Italia, banco que quebró con la última dictadura, varias familias ocuparon su interior, armaron conventillos dentro del espacio. La convivencia era cálida si bien cada uno tenía sus casas precarias, las necesidades eran compartidas. Los niños eran cuidados por todos y cada uno de los habitantes del recinto, hasta que un día la paz en la calma tensa de las casas ocupadas, se vio violentada por el fuego y el viejo banco que ya no guardaba más que pobrezas, con una sola puerta de salida fue la trampa mortal para seis hermanos que nunca pudieron salir. Seis hermanos abrazados por el fuego, pero también abrazados por la pobreza y la decidía de un estado que responde los intereses de los más ricos, que olvida a los pobres, que odia a los pobres, porque al odiarlos espía la culpa de crear pobreza y más pobreza. Seis hermanos abrigados en un olvido, porque no hay que recordar, porque olvidando las tragedias, cada una de las nuevas tragedias va a parecer una novedad salida de la suerte de esta rueda de la fortuna que siempre elige uno de los nuestros. Seis hermanos que no son solo seis, porque en la semana pasada otro incendio en La Boca se cobró cuatro vidas, seis hermanos que son mucho más porque en La Boca los incendios de los conventillos son frecuentes. El fuego barre con los pobres y los lugares incendiados no vuelven a ser ocupados, el negocio inmobiliario está a la orden del día, como si no importara las vidas, porque no les importa las vidas, no les importa tu vida ni la mía, ni les importa tu color de piel, ni tu color de ojos, para ellos somos pobres, somos un gasto, somos combustibles de sus máquinas de hacer dinero.
A la madre de esos síes chicos, en el marco de un encuentro de muralistas y que en dicho encuentro se realizó un mural reflexionando en el lenguaje del dibujo y la pintura la tragedia, la pudimos conocer, pudimos hablar con ella, con esa mujer que sobrevivió dos veces; al incendio y la muerte de sus hijos, pudimos pintar en uno de los paredones del edificio esas imágenes que los traía a los seis hechos arte, hecho de la narración que la misma madre elaboraba para los y las jóvenes que reunidos en el escalón la escuchaban, hechos con sus características, con detalles que solo ella podía describir. Contaba y contaba porque al contar reformulaba a la tragedia, trayéndolos por un rato para desprenderse sin olvidarlos a los seis.
La tragedia llevo a los políticos al lugar y apareció la señora Micheti, prometió que les iban a dar una casa, como si eso mitigaría la honda pena de no tenerlos. “¿Una casa?!” nos dijo Celia “yo pensaba de que me servía ahora, si me la daban antes mis hijos no iban a estar muertos”, agregó y es verdad, es la triste verdad de la cual no debemos escapar, a la cual debemos denunciar, porque el fuego no perdona, ese amigo de los humanos, ese motivo que nuclea alrededor historias, no es el culpable, el culpable es el orden económico establecido y que condiciona a la política de un estado que se administra como una multinacional.