La posverdad, un concepto pomposo que suena a futurismo, se convierte según el diccionario de Oxford, en la palabra del año. Pero lo que encierra en su definición, esta palabra que es la palabra del año, es la manipulación de la verdad, donde no importan los hechos objetivos, sino el impacto que produce en la opinión pública.
Las pantallas de los medios corporativos bombardean con información, golpean produciendo un impacto subjetivo. En ese bombardeo de información lo que menos importa es la verdad y la objetividad de los hechos queda negada. Bien, con esta breve caracterización del concepto nos encontramos con un nuevo nombre para definir algo viejo. Lo que se llama posverdad no es otra cosa que una mentira.
Vayamos por parte, en principio, lo que vemos detrás de ese novedoso nombre es, una lucha despiadada de intereses sociales y de clase, que tienen la intención clara de legitimar la distorsión de los hechos bajo el argumento de que cada uno tiene su propia verdad. Vamos a un ejemplo, para aclarar mejor la cuestión. Macri hace una declaración donde pone en duda el número de los desaparecidos: «No tengo idea si fueron 30 mil desaparecidos, es un debate en el que no voy a entrar, si son lo que están anotados en un muro o son muchos más; me parece una discusión que no tiene sentido». Estas declaraciones no es un simple instalar una polémica, donde se discuten solo números. Lo que se quiere hacer es destruir el valor simbólico creado alrededor de los 30.000 desaparecidos en más de cuatro décadas de lucha y que avanzo en los juicios donde muchos responsables de delitos de lesa humanidad fueron condenados. Con este ejemplo se ve claramente esa lucha despiadada de intereses de clase. Macri pertenece a la clase que es la pata civil responsable de la última dictadura.
Pensemos un poco, si la propuesta, de los que defienden el concepto de posverdad, es dejar instalada la idea de que no hay hechos objetivos, sino que todo es interpretación individual, caemos en un relativismo absoluto y desde esa mirada, siempre relativista, lo que nos queda por interpretar es, que este sistema es el único posible.
Si esa concepción agnóstica de los hechos fundamentada en ese relativismo absoluto propone que este sistema es el único posible, lo que oculta bajo ese discurso es que, el conocimiento no es un proceso individual sino una práctica social, que se construye históricamente, donde las múltiples miradas completan el objeto. Ahora avancemos un pasito más, el ordenador de cualquier sociedad humana es el trabajo. Entonces si el trabajo ordena socialmente, la división de tareas le da a cada persona un lugar en esa sociedad y es desde ahí, de donde se humaniza.
En el estado actual de situación, con las nuevas tecnologías, donde la explotación cobra una vertiginosidad sin precedente. Se acrecienta la desocupación y empeoran las condiciones laborales. Este hecho objetivo, es sometido al juicio del sentido común donde el discurso es: “hay trabajo lo que pasa es, que hay que salir a buscarlo”. Si con la tecnología robótica el trabajo depende menos de la mano humana, entonces me hago esta pregunta ¿Qué posibilidades de realización personal puede haber con esta matriz productiva?
Esta manipulación de la verdad por parte de las corporaciones mediáticas y que forman el sentido común, tiene su precedente en los sofistas de la Grecia clásica, estos proponían técnicas para rebatir cualquier argumento sin importar la verdad. Entonces ¿Por qué llamamos a con una nueva palabra a lo viejo? Porque en esta fase del capitalismo bajo la idea de nuevos paradigmas, se pretende desconectar el nombre de las cosas con las cosas, por ejemplo, se pretende negar una sociedad de clases que están en franca lucha, y desde ahí tirar por tierra corrientes de pensamientos como el marxismo, que vienen a explicar que el sistema capitalista no va a durar por siempre y que no es el único sistema posible. ¿Qué sentido tiene la posverdad? Encubrir la crisis que viene enfrentando este sistema, donde la finitud de los recursos naturales pone un límite al modelo económico imperante, y las armas nucleares con su poder de destrucción ponen en peligro al planeta mismo.