Por Milagros García
Estamos presenciando una revitalización de la metáfora como dispositivo explicativo, sobre todo en el ámbito político. El Borges temprano decía que “Hablar es metaforizar”, porque la realidad lingüística no es primaria, sino que posee una naturaleza diferente a la del mundo ‘real’. La metáfora es un recurso retórico muy productivo, que ha tenido fines didácticos por eras. Pero también tiene algunos problemas: doblemente alejado de los fenómenos y objetos, las metáforas no son equivalentes de lo que refieren, y cuando las aprovechamos para explicar algo, inevitablemente nos quedan cosas afuera, aunque ganemos algunos otros elementos nuevos también.
Tolkien, el autor de El Señor de los Anillos, no simpatizaba con los símbolos ni con lo metafórico.
Su narrativa se explicaba con ideas que valían por sí mismas, y que tenían una relación causal con el pasado y el futuro en el que estaban insertas. Por supuesto que podemos hacer las lecturas que queramos. Pero encontrar paralelos con la realidad no es la opción más creativa posible, porque la humanidad no puede escribir por fuera de las experiencias o del sistema de expresión del que dispone. Tolkien prefería, antes que la alegoría, lo que él llamaba la aplicabilidad de la historia a las experiencias y pensamientos de los lectores. ¿Podemos escribir sobre situaciones que jamás han sucedido? Sí. Pero el alcance de la imaginación también tiene coordenadas espaciales y temporales.
Los orcos son de tradición celta, y tenían su propia función al dar explicación mítica a ciertos altercados en campos y bosques. Pero la popularización más reciente de estos personajes es en El Señor de los Anillos.
En primer lugar, considero que estas criaturas antagónicas han sido resucitadas en vano. La comparación se agota en la chicana. Y me animo a decir que eran ellos los que blandían hachas, y que, si la construcción del mundo lo hubiera permitido, probablemente hubieran blandido motosierras. En cambio, sí es un buen momento para revisitar algunas otras ideas que aparecen propuestas en El Señor de los Anillos, que no necesitan ser comparadas con nada, pero son capaces de instalar debates y reflexiones más interesantes.
Sobra decir que la idea de “comunidad” es sumamente importante en la obra (La Comunidad del Anillo es el nombre que lleva su primera parte). Pero no me refiero sólo al fruto del concilio de Elrond, que configura a los elegidos para escoltar a Frodo y el anillo único a ser destruido en el Monte del Destino, donde fue forjado. Frodo y sus acompañantes están motivados por la consciencia del privilegio que significa tener algo que hacer por aquello que aman: su comunidad, su tierra, lo que ella les ofrece: “Lo mejor es amar ante todo aquello que nos corresponde amar, supongo; hay que empezar por algo, y echar raíces, y el suelo de la Comarca es profundo. Sin embargo, hay cosas más profundas y más altas. Y si no fuera por ellas, y aunque no las conozca, ningún compadre podría cultivar la huerta en lo que él llama paz” es lo que sostiene Merry, y Frodo prefiere enfrentarse a los peligros que lo amenazan porque “[…] mientras la Comarca continúe a salvo, en paz y tranquila, mis peregrinajes serán soportables”. Ambas posturas sin dudas están muy alejadas de la idea de que cada individuo tiene que ocuparse de sus propios asuntos.
Incluso los Ents, pastores de árboles que suelen permanecer ajenos a los enfrentamientos entre los demás habitantes de la Tierra Media, deciden renunciar a su neutralidad una vez que se dan cuenta de que cuando la maldad impregna la tierra, ninguna criatura está a salvo: “Si no hacemos nada y nos quedamos en casa, la perdición nos alcanzará de todos modos, tarde o temprano”.
Ese imperativo de cuidado común a los Pueblos Libres del Mundo los diferencia de las fuerzas oscuras que enfrentan. Quiénes acompañan a Sauron buscan destruir la tierra que comparten solo por la promesa de poder. Dicen de Saruman, aliado de Sauron: “No está dispuesto a servir, solo quiere dar órdenes. […] Me entristece pensar que tantas cosas que alguna vez fueron buenas se pudran ahora en esa torre […] A menudo el odio se vuelve contra sí mismo”.
Discernir el destino común que los une permite a las comunidades sacudirse el letargo que les evitó ver los signos del mal inminente, y también darse cuenta de que es necesario que todos participen con lo que les resulte posible, porque posible es más que suficiente: “Pero yo no amo la espada porque tiene filo, ni la flecha porque vuela, ni al guerrero porque ha ganado la gloria. Sólo amo lo que ellos defienden: la ciudad de los Hombres […]” dice Faramir, hijo del senescal del reino de Gondor.
En tiempos de incertidumbre, espero que todas las personas que lean, aunque sea algunas de las frases que elegí traer a esta reseña, le encuentren aplicabilidad a sus experiencias, pensamientos y acciones. Como se dan cuenta Frodo y Sam, los personajes no buscan sus aventuras, sino que de repente se encuentran en medio de una: “Así son las historias de la vida real. […] Tú puedes saber, o adivinar, qué clase de historia es, si tendrá un final feliz o un final triste, pero los protagonistas no saben absolutamente nada”. Elijamos creer que esa es una bondad común a todos los mundos en todos los tiempos, y deseemos que quienes los viven siempre puedan encontrar El Camino capaz de llevarlos muy lejos.
Ficha Técnica:
- Formato: Libro Físico
- Autor: J.R.R. Tolkien
- Editorial: Minotauro
- Año: 2013
- Idioma: español
- N° páginas: 547
- Encuadernación: Tapa Blanda