María Concepción Flores tiene 61 años. Nació en la localidad de San Juan Bautista, Misiones, República del Paraguay, pero desde sus 13 años vive en Argentina. Madre de cuatro hijos, abuela de dos nietas y compañera de vida de Rodolfo. Como tantas personas que llegan al país en busca de oportunidades, María llegó junto a su hermana y su padre y se radicaron en el barrio de Colegiales. Estando ahí comenzó a tejer, trabajó seis años y más tarde, por esas cosas de la vida, General Rodríguez se cruzó en su camino, lugar donde actualmente vive, en su querido barrio Parque Irigoyen como ella lo llama. Allí es donde comenzó su trabajo comunitario hace más de 30 años.
Inició la escuela primaria en Paraguay y la continuó en la Escuela 11 de Parque Irigoyen, a la cual recuerda y quiere tanto. Luego estudió y se recibió de enfermera en la Cruz Roja, sin embargo, no tuvo la posibilidad de ejercer debido a que hasta ese momento no tenía su radicación en Argentina. Recuerda que en un momento de su vida quería ser monja, pero que luego se encontró con el camino de la solidaridad, el de ayudar “al otro”, aunque eso implicara también dejar todo por el bien común.
Humilde, empática, solidaria y agradecida son algunas de las tantas cualidades que mejor describen a María. Desde muy chica supo que quería ayudar a personas en situaciones de vulnerabilidad y es por eso que necesitaba hacer algo por la gente de su barrio. “Estar comprometida con la sociedad es algo que siempre me gustó, ayudar a la gente, algo que heredé de mi padre, un hombre muy generoso y de mi bisabuela. Es por eso que me dediqué a ayudar a los que menos tienen”, expresa María, quien soñaba construir en el barrio Parque Irigoyen un jardín de infantes, una salita de primeros auxilios, una capilla y una escuelita de fútbol, lo cual, en ese orden, logró cumplir, claro que “colectivamente” como ella misma lo remarca constantemente.
Lo realizado en el barrio
Tiene todo registrado. Fotos, videos, recortes de diarios y recuerdos de cada persona con las logró todo lo que el barrio tiene hoy y muestra con orgullo. En el año 1991 comenzaron a trabajar en la construcción de un Jardín de Infantes para el barrio, el actual jardín N°915, bajo el amparo de quien en ese entonces era la directora de la Escuela 11. La idea de crear el jardín surge debido a la gran cantidad de chicos y chicas que habitaban el barrio, la distancia en la que se encontraban otros jardines y a la vez que la Escuela 11 no contaba con uno. “Mi hija iba al Jardín 908, me quedaba lejos y yo pensaba: ‘teniendo una escuela tan grande aquí en el barrio, ¿cómo no iba a tener un jardín?’”, exclama María.
Al principio no fue fácil, como todo proceso burocrático, pero eso no la frenó. María sabía que había mucho por hacer y derechos que el Estado debía garantizar, por eso, junto a los vecinos y las vecinas, comenzaron a recaudar dinero organizando cada fin de semana eventos, campeonatos, kermeses, rifas y bufetes, como lo hacen hasta el día de hoy, para poder empezar con la construcción del jardín. Todos y todas trabajaban a la par en ella, «en los primeros tiempos trabajamos junto con la escuela, con los maestros, los padres y mucha gente que nos ayudó a construir la primera piecita”, relata María. Tres años después, en septiembre de 1993, lograron inaugurar el jardín.
La sala de primeros auxilios, que hoy está en obra para su completa refacción, fue el segundo espacio que llevaron adelante junto con la capilla “Nuestra Señora de Caacupé” del barrio Parque Irigoyen, espacio que necesitaban para darle un lugar propio a la virgen. En ella realizaban confirmaciones, bautismos y misas, pero también la utilizaban como salón de multiusos donde practicaban gimnasia. La capilla lleva ese nombre debido a que María es muy devota de la Virgen de Caacupé, patrona de Paraguay. “La virgen que tenemos aquí es la que trajo mi mamá de Paraguay y gracias a ella se logró todo esto también”, sostiene María, quien el día de mañana desea escribir un libro acerca de los milagros de la virgen, algunos de los cuales dice que ella misma presenció.
Desde chica siempre le gustaron los deportes como el vóley y el fútbol, el cual practicaba. Cuenta que siempre quiso inculcar a los chicos y las chicas el beneficio de practicar algún deporte y se intuye que de allí nace la idea de crear una escuelita de fútbol, hoy en día el actual Club Parque Irigoyen, María reconoce a cada uno de los que forman parte del mismo. Aclara que quienes fueron jugadores de chicos, ahora son técnicos y lo hacen de manera solidaria, sin ningún beneficio individual, pero si para el desarrollo de la comunidad.
Actualmente, el club alberga más de 230 chicos y 20 chicas en diferentes categorías, donde además de desarrollar un deporte, también comparten una merienda durante la semana, entre otras actividades. “Hay que dejarle todo a estos chicos que son jóvenes, para que el día de mañana puedan seguir. Si bien la cara visible somos nosotros, mi marido y yo, detrás hay mucha gente que colabora día a día”, subraya María, quien además añade que lo único que hace falta ahora es la cancha de 11, pero que más allá de eso, tienen todo.
Si bien María ya no se dedica a trabajar para el barrio como solía, ahora lo hace desde el otro lado, estando presente en cada evento, en cada entrenamiento o partido que hay, colaborando con lo que haga falta. “Ahora me toca disfrutar de mis nietas, porque el tiempo pasa muy rápido”, afirma María.
Fiel a su esencia, agradece el gran apoyo que tuvo por parte de su marido, de su mejor amiga Alba, quien fue su confidente y gran compañera de emprendimientos barriales, a quien le contaba sus proyectos y sueños futuros, a la gente del barrio y a la Virgen de Caacupé. “Estoy muy contenta, porque todo esto yo lo soñaba y sabía que algún día íbamos a lograrlo”, concluye.