Una historia por sus contrastes
En septiembre de 1944, en plena efervescencia del peronismo, las distintas agrupaciones de trabajadores de todas las ramas comenzaban a alinearse políticamente con la Secretaria de Trabajo. Después de décadas de lucha y represión por parte de los regímenes liberales, los movimientos sindicales y proto-sindicatos de cada rama veían en una oficina del estado la posibilidad de apalancar sus demandas contra los abusos de la patronal. No se trataba de que no hubiera leyes que consagraran derechos que hoy consideramos básicos como el descanso y las condiciones mínimas de salubridad; sino que no existía voluntad política para hacerlos valer. Más que nada porque las clases representadas en el estado desde su creación tenían un estrecho vínculo con las patronales (si no eran directamente la patronal) Y nadie va contra sí mismo, por mucho que se diga en un congreso.
Es por esta razón que las distintas agrupaciones de trabajadores a lo largo del país solo contaban con las medidas de fuerza para hacer valer sus derechos, y en el caso de los gremios más pequeños su poder de presión chocaba con la violencia directa de la patronal: no hablamos de notas en diarios o mensajes de twitter acusando de violentos a delegados sindicales, de brutos, irracionales y otros lugares comunes; sino que hablamos de represión, persecución, deportación cuando no de liso y llano tiroteo.
La Argentina que los liberales llamaban potencia concentraba sus ganancias en la oligarquía terrateniente e industrial, y combatía las agrupaciones de trabajadores a sangre y fuego.
Esa fue la política que desde el estado se sostuvo contra los movimientos de izquierda, el anarquismo, pero también contra todas las organizaciones que reclamaran derechos laborales, aunque no profesaran ideas cercanas al marxismo.
La patronal representada en los gobiernos de la década infame, en la represión de la Patagonia rebelde o la semana trágica profesaban el capitalismo (sin competencia) y la democracia (que no practicaban) en los palacios de Buenos Aires y Santa Fe, pero en sus talleres y estancias ejercían el despotismo más puro.
En la literatura previa al peronismo, los trabajadores que luchaban por sus derechos eran parte de una marea roja que venía a poner de cabeza la sociedad argentina. Las cuestiones como un lugar de trabajo limpio, la indemnización por despido, los horarios definidos o las herramientas mínimas de trabajo, ni hablar el sueldo eran combatidas abiertamente por una comunidad patronal que veía (ve) como única forma de asegurar su ganancia pagar lo mínimo, aunque el trato fuera inhumano.
Esa lucha por mejor salario y condiciones dignas de trabajo les costó a los trabajadores de todas las ramas décadas de sangre y luchas contra la policía y el ejército.
El 10 de septiembre de 1944, en la ciudad de Buenos Aires, un grupo de trabajadores lecheros se organizaron para nuclear a todas las organizaciones que pululaban por la pampa húmeda con el fin de lograr un lucha conjunta y centralizada en favor de los trabajadores. Esta proto-organización se dio a llamar S.A.T.I.L también conocida como Sindicato Argentino de Trabajadores de la Industria Lechera y su objetivo era reunir al mayor número de trabajadores para sumarlos a sus demandas. Esta semilla prolifero durante el gobierno de Juan Perón y llevo a principios del año 1954 a la primera convención nacional de trabajadores de la industria lechera que daría lugar en junio de ese mismo año al Congreso Extraordinario en donde se fusionaron todas las agrupaciones existentes en una sola entidad llamada Asociación de Trabajadores de Industria Lechera de la República Argentina. Había nacido A.T.I.L.R.A.
El Horizonte
Toda organización sindical surge con dos mandatos: uno ofensivo, el otro defensivo. Debe en primer lugar combatir las condiciones de explotación de sus representados y lograr para ellos la mayor cantidad de derechos posible según los medios a su alcance. En segundo lugar, debe velar por los intereses de sus representados a lo largo del tiempo, proteger aquello que se ha logrado. Lograr la dignidad, luego defenderla.
En 1944 todo estaba por hacerse, no solo en el sentido de impulsar las leyes laborales que hoy conocemos, sino también hacerlas regir en los lugares de trabajo.
Para darse una idea del contraste que existe entre la actual situación del trabajador lechero y el punto de partida basta con ver qué decían los propios patrones al respecto de la mano de obra y el trabajo en los tambos.
Los relatos presentes en la propia sociedad rural y testimonios de dueños de chacras y lecherías dan cuenta del estado de situación: nadie quería trabajar ordeñando o llevando adelante el proceso de elaboración por la exposición al frío, las infecciones, el deterioro de las manos, la mala posición en el trabajo, el sueldo miserable y la jornada laboral indefinida. La teoría que sostenían, aun reconociendo el carácter precario del trabajo, era que los gauchos solo querían labores a caballo y que los obreros eran vagos y poco propensos al sacrificio.
Esta manera de trabajar llevo incluso a que se sancionaran reglamento para la calidad y distribución de la leche, dadas las inexistentes medidas sanitarias en la elaboración.
Antes de 1944 todas las ramas gremiales nucleaban tanto a trabajadores del campo como a los de la incipiente industria lechera. A medida que se desarrolle la tecnología de producción de la leche, el perfil de Atilra se ubicará claramente dentro de la rama industrial.
Para principios de la década del 40′ existían pequeñas agrupaciones de trabajadores generalmente vinculadas a una empresa o un municipio y cuya capacidad de acción se basaba principalmente en las huelgas, con el correspondiente riesgo de represión. Desde entonces y con los avances y retrocesos propios de la convulsionada historia argentina del 50 en adelante, el sindicato unificado logro la jornada limitada, una normativa de seguridad e higiene, el reconocimiento de categorías especiales vinculadas a la calificación de la mano de obra, vacaciones pagas, y en paralelo una actividad de promoción cultural de los trabajadores y su esparcimiento, así como el de la comunidad a través de centros de formación, agrupaciones militantes, predios deportivos y sedes. Toda esta inversión en la cultura, la formación y el disfrute del deporte ha sido históricamente vista desde la patronal como un lujo obsceno impropio de trabajadores industriales. Baste para repasar este último punto cualquier nota publicada en medios afines a la patronal al respecto de las celebraciones que se realizan en los predios de Atilra.
A modo de síntesis: lo fundamental
Los tiempos cambian y la política nacional se acomoda a esa situación. Los trabajadores lecheros no están exentos de tener que manejar las transformaciones que se dan en la producción y cómo posicionarse frente a las patronales, pero en un punto la actividad sindical cuenta con una clara ventaja, un principio que ordena su trabajo: la idea de que todos los derechos de los trabajadores se consiguen y se defienden con lucha.
Organícese, debata, estudie, analice, escuche, pero no olvide nunca que los logros del trabajo son colectivos y solo que solo se consiguen dando pelea.