Buenos Aires todavía era una ciudad de aspecto colonial en la segunda mitad del siglo XIX. En ese contexto, nació el primer servicio de ferrocarril del país, con una pequeña locomotora fabricada en Inglaterra y a la que llamaron “La Porteña”. Comenzaba así un 29 de agosto de 1857 la historia de los “Ferrocarriles Argentinos”, y el debate de cual habría de ser el lugar que estos ocuparían en el país.
[dropcap style=’box’]L[/dropcap]a máquina fue traída desde Inglaterra, donde surgió el primer tren de pasajeros, llegando a la Argentina el 28 de diciembre de 1856. Su debut oficial fue el 29 de agosto de 1857. Al día siguiente, empezó el servicio regular de ida y vuelta con dos frecuencias diarias, por un pasaje en primera clase de $ 10 de esa época.
En los años siguientes la expansión del mismo llevo el servicio a lugares muy lejanos de Buenos Aires. Imparable el tren se expandía por el interior del suelo nacional.
La expansión hacia el interior del país fue un hecho tan lógico como imposible de evitar, pero pronto perdió el carácter de empresa totalmente Nacional. La injerencia que el Imperio Británico tenía para nuestro país, sumado al hecho de lo íntimamente vinculada que la clase política local estaba con el imperio europeo; derivo en poco tiempo, en que ese proyecto estratégico del país, dejara de serlo, para transformarse en un gran negocio de las empresas ferrocarrileras extranjeras en el país.
Para 1880, los trenes argentinos en su gran mayoría estaban bajo el predominio de las empresas británicas que superaban a las líneas de origen local. Fue así que el tendido de líneas se configuro como una gran telaraña, que cubría el país, pero que derivaba sus principales ramales hacia los puertos desde donde partirían los barcos. En ellos se enviaba el fruto de nuestras pampas, con cereales y carnes, configurándose el país en el “Granero del Mundo” proveedor de alimentos para los grandes centros comerciales de Europa y el mundo.
Esto permaneció así hasta mediados del siglo XX, cuando el gobierno de Juan Domingo Perón, tras una rápida maniobra diplomática logro la estatización de los trenes, al servicio de los intereses del país. Con la nacionalización la Argentina no solo adquiría los ferrocarriles. En la compra se adquirían terrenos de un enorme valor tanto estratégico como económico, y una gran cantidad de edificios que hacían al patrimonio circundante a la red nacional de trenes.
El derrocamiento del gobierno de Perón en 1955, significo que la Argentina que colocaba al ferrocarril en un lugar estratégico llegara a su fin. Las políticas que se ejecutarían desde este momento tendrían por objetivo no solo la paralización del progreso y modernización de la gran red ferroviaria, sino un progresivo desmantelamiento de la ya existente en todo el país.
El desguace y destrucción respondía a un modelo de país que no necesitaría de los ferrocarriles, para el progreso y desarrollo, sino que por el contrario este solo debería de responder a la necesidad de extracción de productos primarios, más que ser el instrumento de una nación industrialmente sólida.
Desde 1955 y hasta 1976, el grado de perjuicio ocasionado por las distintas administraciones fue relativamente contenido por los gremios y los trabajadores ferroviarios. Pero desde 1976 el ataque fue mucho más brutal y directo. La reducción de tramos de ramales y el despido masivo de obreros, el cierre de estaciones y fabricas vinculadas al sector, durante el “Proceso de Reorganización Nacional” dio un primer gran golpe que se consolidaría años más tarde durante la década de los noventa.
El plan neoliberal se reinició en una segunda etapa en la década de los noventa, con el claro objetivo de terminar lo iniciado durante el periodo militar 1976/1983.
Allí la campaña de destrucción fue terminal, no solo se desguazo lo que aun funcionaba, sino que aquella parte de la gran red ferroviaria que aún se sostenía a duras penas fue sistemáticamente eliminada. El cierre de miles de kilómetros de vías, la desaparición de estaciones, el cierre definitivo de talleres y sectores clave para el mantenimiento y construcción ferrocarrileros, significo la estocada final iniciada en 1955, profundizada en 1976, y concluida en esa época.
En la actualidad y luego de una etapa donde se intentó rehabilitar a los trenes como parte de un instrumento central en la vida económica del país, conocemos con espanto que dentro de la planificación del gobierno nacional, nuevamente se desea desarticular lo que se logró reacomodar en la última década pasada. En el actual modelo de país, los trenes deberán existir solamente para trasportar cereales y carnes como a principio del siglo pasado. Ese modelo poco tiene que ver con el proyecto de una Argentina para todos.