Por Leandro Trimarco*
El Jinete que fue prometido
Esta es una breve historia de José Gervasio Artigas, jefe de Blandengues de la Banda Oriental, jinete de tormentas, aquel que es uno con el río, gaucho que lee, abanderado de pobres, indios y miserables, Karai Guazú de las tierras al sur de las Misiones, azote de los portugueses, Protector de los Pueblos Libres, tres veces traicionado, protector de una patria más grande que la que le otorgaron los libros de historia.
Artigas, nacido en 1764, ya era un hombre de cuarenta años en los inicios de la Revolución de Mayo, que luego sería narrada con foco en Buenos Aires, pero cuya agitación se sentía en todo el continente.
Durante la mayor parte de su vida se nutrió de lo que a otros solo le era dado una parte: las letras de la cultura europea y norteamericana, o la vida de servidumbre en las estancias. Artigas se desempeñó como oficial y luego como jefe del cuerpo de Blandengues (aquellos que blanden un sable) que funcionaba como fuerza de seguridad de la Corona en los territorios virreinales. Alternaba entre la experiencia militar y el contacto directo con los indígenas y los peones rurales, así como también la lectura de los contractualistas europeos, los pensadores políticos norteamericanos y el pensamiento revolucionario francés. Era un árbol que se nutría de la experiencia y de los libros. No solo de algunos libros, sino de todos ellos. No solo para repetir lo que en ellos leía, sino para ir más allá. Era un guerrero, era un sabio, era un soñador.
Al estallar la revolución en 1810, en las mentes de sus hacedores, la clase patricia porteña, lo que primaba era una búsqueda de autonomía de España para poder comerciar libremente. Solo cuando la amenaza del ejército realista se acerque, los revolucionarios apostaran por la independencia. Por otro lado, en la cabeza de los demás teóricos de la revolución esto era insuficiente: Güemes, Moreno, San Martín, Belgrano no solo pensaban en una gran patria soberana, sino en una más justa, más libre que la sociedad virreinal. Pero incluso ellos eran conservadores al lado de Artigas. Este jinete de la Banda Oriental creía en la independencia de España como requisito mínimo, como base de algo más grande movido por el ideal de libertad: repartir la tierra, cosechar justicia, terminar con la opresión hacia los humildes, los hijos de la tierra, los esclavos, volver al continente no solo un lugar políticamente autónomo, sino también libre y soberana a su gente.
Los principios liberales de Jefferson se terminaban en los algodonales. La libertad de Saavedra y Rivadavia era la autonomía de su clase, no de su mano de obra.
Artigas piensa no más yugo, ni español ni americano, “con libertad no ofendo, ni temo.”
Al estallar la guerra civil entre realistas y revolucionarios, Artigas inmediatamente se pone del lado de Buenos Aires y se apura a ponerse a su servicio. Para el inicio entre las hostilidades entre la Junta de Mayo y el autoproclamado virrey Elío en Montevideo, este jinete tenía más leguas de viaje a caballo que nadie: conocía hasta el detalle cada paraje, cada pueblo, hablaba sus idiomas, conocía a sus habitantes y ellos a él. Había cruzado el río tantas veces que ya cabalgaba sobre su corriente. Pero la Banda Oriental era realista… por ahora.
El Grito de Ascencio
En 1811, ya no se puede tapar el sol con las manos: los criollos orientales se pronuncian a favor de la Junta de Mayo. Ocurre la Gran Alarma, también conocida como el grito de Ascencio que marca el inicio de la guerra civil en la Banda Oriental contra el realismo. Por ello, las autoridades se preparaban para combatir a los salvajes de más allá del muro de Montevideo. Sus instigadores (creen) son hacendados de la campaña. Pero el grueso de su ejército se mueve al son de la voz de uno de sus jinetes, al que siguen como si fuera una de ellos. A la cabeza de este ejército de oficiales del ejército, peones, indios charrúas, negros, mulatos, y desposeídos de todo, va Artigas a cuyo paso se agolpan gentes sedientas de sus palabras que anuncian un mundo nuevo, un pedazo de tierra, y libertad que es nada y es todo. La guerra terrible contra la dominación extranjera ha comenzado frente a los ojos de los realistas. Otra guerra, más temida, más profunda, más solemne, está en ciernes: los esclavos contra los amos, los que nada tienen contra los que poseen todo, los que se aferran al pasado y los que esperan todo del futuro.
Luego de ser proclamado jefe de la revolución en el Banda Oriental en la proclama de Mercedes, se enfrenta al bando realista en la batalla de Las Piedras. Allí se muestra imposible de alcanzar por la moderna infantería española que, creyéndolo en retirada, lo persigue y cae en una maniobra de pinzas. Allí, indios y gauchos jinetes, usando boleadoras y lanzas vencen a los realistas en cuyas filas hubo gran cantidad de desertores que ayudaron a Artigas. Ya cabalgaban con él desde antes.
Vencido los realistas y lamentando Artigas la guerra civil, dio atención a los heridos y cabalgó directo a Montevideo a enfrentar a Elío en nombre de la Junta Grande de Buenos Aires.
Enemigos Invisibles
Victorioso en nombre del pueblo, comandante probo y determinado a vencer, Artigas sitio Montevideo con presteza y paciencia y la caída del bastión realista era solo cuestión de tiempo. Pero la política en el Río de la Plata tiene más jugadores de los que parecería.
Por un lado, estaba el imperio de Brasil, una monarquía que, huyendo de Napoleón en Europa, se instaló en el Planalto y tiene serias ambiciones de dominar todo el continente. El rey portugués ve a la Banda Natural como un territorio al que naturalmente debe expandirse para enfrentar a Buenos Aires.
Por otro lado, estaba Inglaterra operando desde las sombras. Este jugador necesita abrir los puertos americanos para su comercio, pero también debe cuidar que ninguna nación crezca lo suficiente como para convertirse en los Estados Unidos del Sur. Por eso apoyará la causa independentista, y hará también que luchen todos contra todos. La mayor parte de sus jugadas se harán entre té y reuniones en la casa de comerciantes ingleses.
En Buenos Aires, otra guerra silenciosa estalla: la lucha entre el proyecto de país chico, portuario, subordinados Inglaterra y primarizado, y el proyecto de patria soberana y pujante que buscan los demás caudillos. Se trata de una lucha entre el federalismo y el unitarismo, pero también entre un proyecto de hegemonía y otro de subordinación.
Artigas, más federal que los federales, quiere la independencia para crear una Confederación, una estructura de pueblos soberanos que se organicen en igualdad para gobernarse. Eso lo convierte en enemigo directo de todos los demás jugadores. El rey portugués querrá aplastarlo por territorio. Los británicos y los bonaerenses por política y economía.
Así ocurre la primera de tres grandes traiciones sufridas por Artigas: Buenos Aires acuerda unilateralmente con Elío un armisticio, una tregua para frenar el avance portugués en el Río de la Plata, desautorizando a Artigas y volviendo inútil su lucha hasta ese momento.
El movimiento de Buenos Aires no era solo defensivo contra Brasil. Era también una forma de neutralizar a alguien que veían como peligroso por su ascendencia en el pueblo y sus ideas radicales, que desbordaban su proyecto político como las que tenía Artigas.
Para decepción de los orientales, la orden se emite y el sitio queda levantado. Pudo ser el fin, pero era el principio.
El Protector de los Pueblos Libres
Artigas ha sido derrotado en un escritorio y debe retirarse antes de sufrir mayores problemas. Planea irse más allá del río Uruguay luego de ser nombrado como teniente gobernador en las Misiones, al oeste y esperar un mejor momento para seguir con la lucha. Da la orden y espera que algunos de los capitanes lo sigan, pero en su lugar ocurre un éxodo. 16.000 personas le siguen con su carreta y las pocas cosas que pueden juntar y viajan junto a él más allá del río. Su campamento no tiene horizontes, una nación se mueve entre la espesura.
Una vez llegados a destino se instalan cerca del arroyo Ayuí Grande y comienzan el ejercicio de la libertad. No la que se otorga o se reconoce en un papel, sino la que se vive, la cotidiana experiencia de manejar el propio destino.
Los porteños veían en él germen del déspota, el tirano que llevaba pueblos como ganado. Pero Artigas no fue rey, ni señor, ni siquiera gobernador o presidente. Era la misma tierra de la que estaban hechos los indios y los gauchos que le seguían. “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana.” Pasará a ser algo distinto del jefe, se erigirá como una figura que un cargo no alcanza a representar. Ha asumido una misión, una lucha que es más que la sola independencia. Ejercerá la libertad a la par de pelear por ella. Ya no será enviado de Buenos Aires o cualquier otra autoridad central, ya ni siquiera será Artigas. Será el Protector de los Pueblos Libres. De todos incluidos los habitantes autóctonos y los traídos por la fuerza y nunca se lo perdonarán los criollos bonaerenses.
Allí comienza también otra unidad política, otro proyecto independentista, confederal, igualitarista, que surgirá de la unión de los territorios disidentes con Buenos Aires. Nacerá la Liga de los Pueblos Libres (Misiones, Santa Fe, Entre Ríos, Banda Oriental) que luchará por el reparto de las tierras, los derechos de los indígenas, el fin de la esclavitud., la libertad civil y religiosa, una constitución federal y el reparto de los beneficios de la Aduana. Todas estas proclamas ultra progresistas se dan al mismo tiempo que en Buenos Aires existe una ordenanza que cataloga como vago a todo aquel que no pueda presentar un documento que demuestra que es empleado en una estancia. La propiedad de la tierra no se toca. Los esclavos sólo pueden ser libres si trabajan en una estancia.
La Liga de los Pueblos Libres, con Artigas como principal jinete se enfrentará a esta Buenos Aires y al Imperio de Brasil hasta sus últimos momentos en 1820. Pero no por ello abandonarán la vía política.
En 1813, luego del derrocamiento del primer Triunvirato a manos de San Martín Artigas envía a Buenos Aires representantes a la Asamblea para declarar la independencia y avanzar en todas las propuestas que ya se le conocían además de quitar la capital de Buenos Aires. Esto último junto a otras excusas de carácter formal hicieron que los representantes orientales no fueran reconocidos y que, de hecho, la cabeza del segundo triunvirato, Carlos María de Alvear le pusiera 6000 pesos de recompensa a la cabeza de Artigas, a quien narraban como el gran desorganizador.
A partir de allí Buenos Aires impulsaría con San Martín la independencia militar, y al interior una lucha armada por someter a las provincias del interior incluida la Banda Oriental. Esto daría lugar a que el proyecto centralista se enredará una y otra vez en redactar una declaración de independencia, que no llegaría hasta 1816.
Por su parte, la Liga de los Pueblos Libres, no necesitaba de documentos para certificar la libertad de sus gentes. La ejercía diariamente y no veían mayor valor en una declaración formal. Eran libres sin importar quien quisiera reconocerlos. Criaban ganado, dictaban sus leyes, defendían su territorio, cultivaban la tierra con prescindencia de cualquier autoridad exterior. Este modelo de sociedad era la antítesis del régimen que quería Buenos Aires, un enemigo directo de los intereses brasileños, y un obstáculo para la política comercial británica. Por ello Artigas sufrió su segunda traición.
El Patrón y la Serpiente
Artigas desconocía la autoridad del directorio supremo de Buenos Aires y había conformado un armado político y social por fuera de las jerarquías sociales de la época. Pero su equilibrio dependía del proyecto común de independencia que tenía con Buenos Aires y el resto de los territorios que antes fueron el virreinato. Nunca pensó hasta donde llegarían los representantes del puerto en su ambición por someter a las provincias a su poder. Aquí aparece la figura del Director Pueyrredón, un patrón que no tolera respuesta, para quien no hay límites con tal de lograr ese dominio político. No serán aceptadas disidencias o alternativas. No se convivirá con el indio, el negro ni el mestizo ni se le dará tierra alguna. No habrá Liga de pueblos Libres. Gobernará el territorio, o lo verá arder. Por eso, para destruir Artigas, pactará con sus enemigos naturales geopolíticos, pero hermanos en el orden que planean instaurar: los portugueses. Pueyrredón cree que, si libera la Banda Oriental al avance militar portugués, que, si pacta con ellos la ocupación, los lusos exterminarán a su enemigo interno y allanarán el camino para la hegemonía de Buenos Aires que luego recuperará la Banda. Para esta sucia tarea necesitará de una serpiente: un personaje sin moral que se mueve entre huecos y es solo recibo a oscuras, José Manuel García.
García es menos conocido que todas sus traiciones en la historia americana. Fue enviado ante la embajada inglesa y en Río de Janeiro. Corrupto desde su primer cargo, patriota de ningún lugar, no le quedó traición por cometer contra los pueblos americanos.
García acordó con la corte portuguesa la pasividad de Buenos Aires ante el avance del imperio brasileño sobre la Banda. Más tarde pactaría la creación del estado tapón de Uruguay y el desmembramiento de las Provincias Unidas en pequeños países sometidos al vínculo colonial con Inglaterra. No terminaba allí, García si tenía ideología después de todo. él pretendía terminar con el exagerado estado de libertad que se profesaba en la Liga de los Pueblos Libres y que alteraba el orden interno del territorio.
Fueron más peligrosos y dañinos los traidores que vendieron al pueblo oriental que sus enemigos portugueses.
Celebrados los acuerdos entre brandy y té, comenzó la invasión por tierra y por mar a gran escala, mientras en Buenos Aires se preparaba la represión contra el interior.
El último traidor
Artigas resistió hasta el límite de sus posibilidades. El líder de los hombres libres tenía la responsabilidad de vencer y sobrevivir. El ejército portugués, viejo asesino de pueblos, llevaba ventaja numérica y armamentística, además de poseer una flota para bombardear desde el río.
La Liga de los Pueblos Libre dio pelea a pesar del avance enemigo sobre Montevideo en 1817. Tres años más resistió Artigas a base de golpes y retiradas hasta sufrir la traición final a manos de sus antiguos aliados de Santa Fe y Entre Ríos.
Luego de la batalla de Tacuarembó, el mariscal Lecor arrasa las tropas artiguistas con la saña que ya le era conocida contra toda tropa popular. Artigas se apoya en sus aliados de la Liga de los Pueblos Libres, pero estos pactan con Buenos Aires su desplazamiento del poder. El gobernador de Entre Ríos, Francisco Ramírez, decidió terminar con Artigas e iniciar una campaña en su contra derrotándolo militarmente. Ramírez pensaba en construir un poder local fuerte basado en su liderazgo, no podía ver más allá.
Antes de encontrarse con la muerte, Artigas parte al exilio y se embarca hacia Paraguay, a las manos del doctor Francia, el Supremo.
El Legado
Artigas muere en el anonimato y el silencio. Vivió luchando y una vez vencido se retiró hacia el llano pueblo donde convivió junto a aquellos por los que había peleado toda la vida.
Actualmente se lo celebra como prócer del nacionalismo uruguayo, pero todo es producto de una terrible confusión.
Uruguay nace después de la guerra entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas. Buenos Aires gana la guerra en el frente y la pierde en la embajada. Los acuerdos logrados por Gran Bretaña crean Uruguay, mercado libre para los ingleses que pacificó el territorio y ponía fin a las ambiciones de Buenos aires y Río de Janeiro. El proyecto de país por el que peleó Artigas era inmensamente mayor. No solo extensión territorial, sino también en soberanía, en calidad de vida de sus gentes, en libertad. No era solo por la Banda Oriental.
Artigas fue el prócer más político de la revolución americana, que como los demás vio truncada la ilusión de una patria más grande a manos de la corta mirada de los patricios locales y las ambiciones de dominación inglesa.
América Latina puede ser más que el mapa de naciones divididas y miopes que llegó a ser. Sus gentes pueden aspirar a libertades más altas, ambiciones más grandes. No le faltan historias que los inspiren.
Artigas, jinete de tormentas, azote de los realistas, Protector de los Pueblos Libres, espera todavía ese renacimiento. Hasta el día en que el solo ponga por el oeste.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón