Pareciera que surca por todos lados el aroma a riachuelo.
Nauseabundo y espeso,
negro y aceitoso.
Estando a 50 kilómetros de su oscura orilla,
puedo olerlo como si estuviera allí,
en la Boca o Avellaneda.
Uno ya no está pensando en las distancias
ni en los presumibles cadáveres que aún anden flotando,
y nadie quiera verlos todavía, o “mejor perderlos que encontrarlos”.
Es una ácida penetración que habla de algo más que una simple sensación.
Es lo que no define bien lo que transcurre ¿¡O sí!?
No contribuye, o si lo hace, alguien mutó los paradigmas.
Algo habrá sucedido en las distancias, quizá los vientos enloquecieron,
o tal vez la memoria del olfato haya revuelto aromas disueltos y olvidados
y hoy vuelven a estar aquí, imponiendo otra escala de razonamientos.
Lo puedo oler en cada pan y en cada tomate,
en el vino, ahora preso entre cuatro paredes de cartón… en las monedas del vuelto, apenas.
Ya la comida no huele igual
¿tal vez se me haya ido la mano en el orégano?
¿no habré lavado bien la olla?
El riachuelo insiste posarse en cada trago de vino,
en cada cucharada de sopa.
¿Seré un viejo barco olvidado por Onassis,
hundido justo cuando cocinaban algo rico para comer?
Alguien golpea mi puerta:
“¿tiene algo para comer, algo que le sobre?”
-de inmediato pensé-: “¿él y yo estaremos sobrando en este mundo?”
De pronto,
un viento helado y oscuro nos envolvió,
el plato volvió a su forma muy rápidamente, con dos cucharas vacías.
Al irse, me agradeció, y ante mi pregunta
afirmó no sentir ningún olor nauseabundo flotando entre nosotros,
ni en la calle, ni en ninguna otra calle donde hurgueteaba tachos de basura,
algo fácil de robar.
Comencé a preocuparme: -¿no me estaré pudriendo en vida y soy yo el que apesta y no el riachuelo?
Miré a ese hombre alejarse con su carrito desbordado de cartones y papeles.
Una vieja doblada, con dos panes en la mano,
tembleque, con la ropa chingada
saliendo de un almacén improvisado, apenas almacén.
Un pibe contando las monedas para un chicle.
Un medidor de corriente arrancado con fiereza.
Lágrimas, impotencia, humillación.
Despojo.
El olor nauseabundo se volvió más espeso.
El riachuelo seguía estando donde siempre, con las distancias que nos separan.
Sin embargo, el nauseabundo olor a podredumbre
seguía siendo insoportable.
¿Cómo es posible que nadie lo sienta?