Primero secuestraron a su hijo mayor, Jorge Omar, en el año 77’ para nunca volverlo a ver. En diciembre, Raúl Alfredo, desapareció. No se supo más nada de él. María Elena, esposa del mayor fue secuestrada pocos meses después.
Hebe los buscó en cada comisaría de la Plata, de la capital y la provincia. Los miembros de las fuerzas de seguridad la insultaron, la ningunearon, la amenazaron, una, otra vez, cada vez que preguntó por sus hijos. Pero Hebe los siguió buscando.
En el punto álgido de la represión ilegal y el plan sistemático de la dictadura para disciplinar a sangre y fuego al país, Hebe protestó en la cara de los milicos, en la Plaza de Mayo, sola de todo el mundo mientras el país se ahogaba en gritos de goles. Le dispararon varias veces, más veces la golpearon con bastones y le tiraron gases lacrimógenos. La espiaron, la difamaron, intentaron amendrentarla. No hubo violencia suficiente para hacer que se detenga.
La libertad de asociación estaba suspendida. Decían los milicos que, para combatir la omnipresente subversión, ese espectro que nos hacía a todos sospechosos de atentar contra la patria. Hebe en conjunto con las primeras Madres se manifestaba frente a la casa de gobierno pidiendo la aparición con vida de sus hijos y otros miles de desaparecidos. La actitud de la policía osciló entre la represión directa y la disuasión. “Circulen” decían, y de brutos nada más daban inicio a las rondas de las Madres.
A Hebe la quisieron matar tantas veces que perdió la cuenta. Un grupo de infiltrados dentro de la primera agrupación de Madres de Plaza de Mayo se hizo pasar por familiares de desaparecidos. Así pudieron identificar y asesinar a varias de las madres fundadoras. Un tal Astiz logró el mérito de secuestrar en grupo a mujeres mayores y asesinarlas valiéndose de la inteligencia policial. Pocos años después frente a las fuerzas de un ejército extranjero en el sur fue consecuente y volvió a dar vergüenza.
El miedo y las acciones directas lograron disuadir y con razón a mucha gente. No fue suficiente para Hebe. Siguió marchando hasta el último día del gobierno militar.
Con la vuelta a la democracia los juicios a las juntas estuvieron viciados desde el inicio de antiperonismo y la teoría de los dos demonios. Por eso se pretendía juzgar a los militares por sus “víctimas inocentes”, es decir, los que no eran guerrilleros ni militantes políticos. Aceptar esta mirada de la historia, esta reparación era en el fondo renegar de la lucha armada y la militancia de sus hijos. Algunos con razón, lo hicieron. Algo era en medio de tanto olvido y tanto horror. Hebe no: reivindicó la lucha de sus hijos hasta el final de sus días.
Los Juicios fueron lo que pudieron ser en medio de una democracia frágil e inestable. Madres de Plaza de Mayo se dividió. Hebe continuó la lucha por la memoria, la verdad y la justicia por fuera del alfonsinismo y fue una de las más fervientes opositoras a las leyes de la impunidad: la Obediencia Debida y el Punto Final, las dos leyes claudicatorias de Alfonsín que clausuraban el proceso político más progresista de su gobierno.
Luego vino la larga noche menemista que arrancó con traiciones e indultos a los genocidas. Asesinos y secuestradores volvían a la calle, bajo la misma excusa que equipara la violencia de la guerrilla y el estado.
La relación de Hebe con el menemismo puede sintetizarse en un solo evento: el día que el presidente presentó una denuncia contra Hebe por “desacato”, que luego se convirtió en “injurias». Hebe había dicho que Menem era una basura en la televisión española, hecho que desató la persecución del oficialismo, que apeló las nulidades del poder judicial y elevó la causa que tanto lo ofendía hasta la Corte Suprema donde esperaba que le firmaran la sentencia como todo lo demás. En retrospectiva podemos afirmar que, al hablar de Menem, por única vez Hebe fue tibia. La Corte Automático no tenia escrupulos, pero hasta para ellos la denuncia de Menem era un mamarracho.
Durante ese mismo ciclo político Hebe fue golpeada por la policía en varias oportunidades sin que alcanzara persecución judicial y golpiza para hacerla desistir. Popularizó los escraches contra los represores y los juicios de la memoria.
En el 2001 protestó cada día contra el gobierno entreguista y cobarde de De La Rua. No importa qué archivo consultes: Hebe estaba en la calle. No pocas veces volvió a su casa con la frente y el pañuelo manchado de sangre.
Algo que caracterizaba a Hebe era la manera en que hacía suya cada causa, cada movimiento que enfrentaba una injusticia. Se puso del lado de los piqueteros, de los que manifestaban contra el liberalismo, contra los genocidas. Se enfrentó a todos los gobiernos…
Por eso cuando llegó Néstor Hebe por un momento dudó. Un político semi desconocido llegado de la mano del mano larga de Duhalde, luego de una crisis que hizo estallar el sistema que la dictadura había creado. Razones para desconfiar le sobraban, pero por una vez en la vida a la lucha de Hebe le correspondieron buenos tiempos.
Por veinte largos años Hebe militó la dignidad humana y el derecho a la justicia por crímenes cometidos contra la sociedad misma. Muchos quedaron en el camino y buenas razones había para pensar que como en el resto de Latinoamericana aquello por lo que las Madres y Abuelas peleaban era una causa perdida.
Se dice que los delitos de lesa humanidad no prescriben, pero no es más que una fórmula legal, un tecnicismo ajustado y desajustado a medida del poder. Las causas contra los genocidas no prescribieron nunca por el trabajo imperecedero e incansable de mujeres como Hebe. Se dice que el tiempo destruye todo, pero ni el tiempo ni la entropía pudieron con Hebe. Durante la década del 2000 se retomaron los juicios contra los militares, ahora sin la complicidad estatal: en donde hiciera falta Hebe presentó declaración, aportó prueba, brindó testimonio, acompañó a quien lo necesitara, brindó alivió, nos hizo levantar la cabeza, atendió a más de un gil, cebó mate, nos recibió a todos, contó su historia, peleó por justicia, sembró memoria, recuperó nietos, metió en cana a los que no debieron salir nunca.
A Hebe se la acusó siempre de polémica por decir lo que pensaba sin filtro. Se la acusó de anti semita, de anti yankee, de corrupta, de prepotente, de guerrillera y de otras tantas cosas que hablan más de sus críticos que de ella. En su mayoría gente que se habria hecho encima al ver a la caballería cargar hacia ellos, precisamente donde Hebe se mantuvo firme.
Era una señora tan bajita que apenas se veía entre la multitud. Incapaz del valor y la seguridad que confieren la fuerza, la altura y el poder, Hebe construyó verdadera fortaleza, determinación que ni la pólvora, ni el miedo, ni el tiempo, ni el cinismo pudieron erosionar.
Nuestra democracia acumula largas deudas con su pueblo, pero si hoy es un poco mejor, si es menos ese mundo que pensó la dictadura y más la patria que pensaron los militantes, entonces no lo dude nunca: fue por gente como Hebe.
Se fue el día de la soberanía nacional porque las madres no son para siempre, pero no sin dejarnos una herencia de historia, de dignidad, un registro de memoria para entender el presente. Nos dejó voces que después de tanto atropello pudieron volver a hablar, nos dejó su causa y, no hay que olvidar, nos dejó a los genocidas en la cárcel donde no hubo impunidad ni poder suficiente que los pudiera sacar. Nos dejó la cara de una corte de burócratas viendo cómo debían dar marcha atrás con leyes de impunidad.
Nos dejó su pañuelo.
Era la madre de todos nosotros. Se llama Hebe.