La expansión producida tras la caída del Muro de Berlín, permitió observar en casi la totalidad de los países de occidente, la sintonía de la derecha, que inauguraba un fortalecimiento en países como EE.UU y la ilusión de hacer creer en naciones que tradicionalmente ordenaban sus gobiernos de modo heterogéneo, muchos de ellos progresistas o tiznado de izquierdismo, un nuevo orden político originado desde una concepción mercantilista, quien aseguraba “progreso y bienestar a los pueblos”.
Carlos Menem advirtió de movida que este nuevo orden mundial debía aplicarse en la Argentina, luego del fracaso de su antecesor, Raúl Alfonsín, quien resistió esta embestida hasta casi el fin de su mandato. Los mercados comenzaron de inmediato a filtrar su accionar decididamente en gobiernos débiles, que ante el menor golpe en sus puertas, cedían complacientes y esperanzados.
En la Argentina, un caudillo del interior, de la Argentina profunda, con marcado sesgo popular en su discurso, prometió a su crédulo pueblo, lo que a pocos días de su gobierno diera vuelta como una media. La globalización apoyaba su culo en Balcarce 50, gesticulando progreso desde sus políticas privatistas, aboliendo al “Estado ruinoso” que demoraba a los argentinos crecer, lejos de la mesa de los poderosos, en ligar algo que rebasara de sus platos desbordantes.
Los 10 años del sultanato de Carlos Menem, los argentinos olimos una leve primavera con aquel invento mágico, del 1 a 1.
Pero la magia, como tal, fue efímera. De mayor o menor modo creímos, ser idénticos a los ciudadanos americanos, cierta vez, el propio presidente se atrevió pronunciar un discurso escrito en inglés, y la tonada de riojano, impidió se entendiera un pomo de lo que intentó trasmitir.
Menem, quien prolongó por 4 años más su gobierno con la promesa de la reforma del Estado, generó una deuda de más 160 mil millones de dólares. El gobierno que lo sucedió, volvió a sucumbir bajo las garras del libre mercado, huyendo cobardemente, dejando 38 muertos en una plaza incendiada, fruto de sostener en las finanzas del Estado, al mismísimo Ministro de Economía, Domingo Cavallo, padre de toda la debacle nacional de esos años. El neoliberalismo extendió su reinado con dos coronas afines, haciéndonos creer que eran distintas.
Continuando con el relato neoliberal, desembocamos finalmente en Mauricio Macri, quien bien podría definirse, dentro de lo que significa la órbita democrática, un déspota militar camuflado de demócrata.
Como observamos, el neoliberalismo fue endureciendo cada vez más su arremetida, máxime con el contrapeso que debió sortear luego de gobiernos como los de Lula, Morales, Chávez, Correa y nuestro Néstor y Cristina Kirchner. Y una vez más debió fingir lo que no era, para convencer al pueblo. Volvía la alegría a casa. El Estado, como otras veces, fue maldecido, pero esta vez, al borde de su propia extinción. El Estado de Derecho fue tapado con escudos y lanza gases, los medios de comunicación pregonaban y pregonan en sus páginas y repetidoras televisivas un bienestar inexistente, pero siempre algo queda, nadie quiere verse junto a un pobre, mejor es proyectarse hacia el más rico, aunque no lo sea, amaga serlo, y que parezca una meta alcanzada. Macri inauguró un nuevo estilo en la práctica política, ni bien arrancó apareció en el balcón de La Rosada bailando y arrojando globos como una niña quinceañera.
Al igual que su antecesor riojano, no dejó absolutamente nada de lo que perjuró en sus discursos de campaña, al contrario, exacerbó como nadie, la mentira, el cinismo, la burla y la hipocresía más despreciable. Podría afirmarse que ubicó a la globalización en el sitial más alto, aún más que el pretendido por los EE.UU. Muchos imaginábamos un Macri como a un hombre de derecha, bastante inoperante y desprolijo en sus haberes patrimoniales, pero jamás a este extremo. Su adicción a la entrega de patrimonio, aparece como su mayor debilidad.
Me descoloca y me pone muy mal, cuando se explica el porqué de este avasallamiento de Macri. En principio porque esta administración neoliberal en democracia, no da respiro y no se observa en el aire ningún centro que vuele en favor del pueblo y escuchar de damnificados, del propio palo político, y jóvenes más aún, decir que el asesor de este nefasto mandatario, Durán Barba, no sólo habría que aplaudirlo, sino imitarlo, en cuanto a su manejo estratégico.
Vuelvo a insistir, me niego a construir una sociedad de imbéciles y oportunistas. Como descreo totalmente que se logre vencer al enemigo semejándose al mismo enemigo.
La globalización, el ser ciudadano del mundo, es el camuflaje del avance capitalista más perverso. Apostemos a construir una sociedad justa, no que se parezca a la que nos oprime.
Si a alguien molesta mi ingenuidad, pido disculpas.