Enarbolada por todas las corrientes políticas, aunque por diferentes razones, la figura de Manuel Belgrano, político, militar, abogado rioplatense, es considerada uno de los nombres más importantes en el proceso de revoluciones e independencia en Latinoamérica.
Criado en el seno de una familia acomodada de la clase comerciante en Buenos Aires, vivió su juventud bajo el dominio de los reyes Borbones en el Virreinato del Río de la Plata, y estudió en las universidades de Valladolid y Salamanca en España, donde obtuvo el título de doctor en derecho.
Al regresar a América, Belgrano ejerció distintos cargos como representante de la administración virreinal en el área de comercio, siendo secretario en el Consulado de Buenos Aires y árbitro en pleitos de índole comercial y aduanero. Sin embargo, su cercanía con las ideas de la revolución francesa y sus propuestas en relación con libre comercio hicieron de su carrera una suma de conflictos. La mayoría de ellos tenía lugar a raíz de las disputas con comerciantes monopolistas españoles que exigían el cumplimiento de las leyes borbónicas que solo permitían el comercio con la ciudad española de Cádiz. Belgrano por su parte, entendía que la libertad de comercio con otros países europeos y con las demás colonias permitiría el crecimiento de la región y le ofrecería condiciones de comercio más justas. Por esta razón, su figura como hombre público comenzó a crecer en importancia en el ámbito rioplatense, por un lado entre los notables españoles que lo criticaban, y las criollos que veían en él un sólido representante de sus intereses, llegando incluso a participar en la fundación de varios periódicos de su época.
Por otro lado, además del liberalismo económico, también Belgrano fue un defensor de sostener una buena educación pública que permitiera mejorar la calidad de mano de obra en el Río de la Plata, principalmente para aumentar la producción, y en segundo lugar como inspiración de la revolución francesa respecto a la necesidad de expandir la cultura y el conocimiento entre los hombres. Así, durante su secretariado sugirió al Virrey la creación de escuelas náuticas, de comercio, de hilado, primarias, agrícolas, y también algo que para su tiempo y su tierra era polémico: la educación para las mujeres, que por entonces quedaba a cargo de las familias y solo se daba en relación con las tareas del hogar.
La Revolución no espera a nadie
En las colonias americanas en general, dentro de la clase criolla acomodada, eran muy populares ciertas ideas provenientes de Francia e Inglaterra vinculadas principalmente a la idea del desarrollo industrial y la libertad comercial. Este liberalismo económico se adapta perfectamente a los intereses de las clases comerciales americanas que veían limitada su posibilidad de sacar beneficios del comercio con otros socios que no fueran sus metrópolis europeas. Pero, aunque la ley española estableciera el monopolio comercial con España y la prohibición de comerciar con otras potencias como Inglaterra o Francia, los controles de la administración virreinal eran laxos y dejaban espacio a los notables locales para el contrabando y la compra de cargos. O eso creían…
A fines del 1700 los reyes Borbones llegaron al poder en la corona española y pretendieron reconstruir un imperio que se les venía abajo. Las reformas borbónicas fueron su respuesta a la crisis. Reorganizaron su territorio en nuevos espacios, los virreinatos, restringieron el acceso a los cargos a los criollos, impusieron severas penas a quienes violaran el monopolio comercial y crearon nuevos impuestos aduaneros.
En ese marco, la clase criolla rioplatense comenzó a tener fuertes críticas hacia la corona e insistir más duramente con el liberalismo económico, sin dejar nunca el contrabando.
Belgrano, como parte de esa élite, fue uno de los más claros exponentes acerca de cómo pensaba la clase comercial porteña: ya existía en ella un incipiente ideal independentista, pero su aspiración principal era la libertad comercial, que casi era en los hechos la única libertad que les interesaba obtener de España. Pero entonces algo más sucedió: una revolución tuvo lugar Francia, algo desconocido hasta el momento por su virulencia y la forma en que destruyó la legitimidad de los reyes. El rey francés fue ejecutado por sus súbditos, mientras tanto, un advenedizo de baja estatura llegó al poder y lanzó una guerra de conquista por Europa. El imperio español, enorme y débil, perdió a su rey Fernando secuestrado por los franceses. Durante algún tiempo se quiso esconder la noticia. Pero 1810 los rumores alcanzaron las colonias y también a Manuel Belgrano.
La campaña interminable
A partir de la Revolución de Mayo, Manuel Belgrano comienza en paralelo con su quehacer político una carrera militar cargada de victorias resonantes y derrotas estrepitosas. Ya antes había formado parte de los regimientos que lucharon contra las invasiones inglesas en 1906 y 1907, bajo el mando de Liniers. Al saberse de la noticia de la caída de Fernando VII, fue uno de los impulsores de la creación de un gobierno independiente en el cabildo, siendo ganadora su propuesta y posteriormente miembro de la Primera Junta. Esta primera forma de gobierno, que iría mutando hacia versiones cada vez más centralistas, fue la que otorgó a Belgrano el rango de general del ejército, conformado hasta entonces por milicias voluntarias, y le dio la orden de marchar en varias campañas para asegurar la viabilidad de la Revolución de Mayo. Primero al Paraguay, luego a la Mesopotamia, luego a Banda Oriental, Belgrano llegó a comandar un ejército de más de 3000 hombres reclutados en su viajes y esto le valió las intrigas de las Junta Grande Cornelio Saavedra, y varios juicios y motines armados desde la oposición. Sin embargo, y a pesar de las divisiones internas, Belgrano se consolidó como uno de los líderes de la revolución, no tanto por su desempeño militar, donde era ampliamente superado por un joven militar en la región de cuyo, sino por su reputación de honestidad y buen trato hacia las tropas y por uno de los hitos clave de la nacionalidad argentina: la creación de las primeras insignias patrias. Primero fueron las escarapelas celestes y blancas de las primeras juntas. Pero luego, en Rosario, con intención de levantar las moral de las tropas frente al conflicto que se avecinaba, confeccionó la actual bandera nacional. Algunos dicen que a partir de los colores del cielo. Otros, más escépticos, señalan que se trata de los colores del blasón de los reyes españoles. Puede que fuera la única tela disponible. Nunca lo sabremos.
A partir de entonces, sable y bandera en mano, Belgrano partió al Norte argentino donde las tropas españolas avanzaban en su reconquista. Su historia militar es interminable. Solo basta con decir que obtuvo victorias claves para frenar el avance español mientras otro militar argentino daba la vuelta por las costas chilenas para atacar el bastión español en Perú. Belgrano, victorioso a veces, arrasado otros tantas, fue uno de los artífices de la independencia Argentina y se rehusó fuertemente a las tomar partido por las guerra civiles que sobrevinieron después, despachando duras críticas al bando centralista del cual él mismo formaba parte, por considerar la guerra entre provincias como un conflicto inútil y fratricida.
Muerte del general, nacimiento del prócer
Hacia 1820, y habiendo comprometido toda su fortuna en la revolución y la independencia, Belgrano llegó a Buenos Aires luego de perder varios combates contra el caudillo de Santa Fe, y habiendo perdido Buenos Aires la conducción del gobierno central. Sin dinero, sin casa y enfermo de hidropesía, Manuel Belgrano falleció el 20 de junio de 1820, en plena anarquía política. En esos días, nadie recuerda al revolucionario fallecido al calor del caos que supuso la caída del gobierno de Buenos Aires.
Muchos años después, las corrientes historiográficas liberales harán de él un prócer de la independencia y un símbolo la austeridad en la que Belgrano murió, pero que los gobiernos liberales nunca practicaron. El revisionismo hablará de su papel en la llegada de las ideas iluministas, coincidirá en resaltar su honestidad. También coincidirá en elevarlo a la altura de prócer.
Nos quedan de él un reloj, una bandera, y un mar de críticas a la oligarquía bonaerense.