Por Leandro Trimarco*
Un golpe al corazón
El tan ansiado regreso de Perón, luego de 17 años de exilio y proscripción, a manos de las dictaduras y sus gobiernos satélites, se vio envuelto en feroces disputas al interior del partido, en medio de la expectativa general de una vuelta a la estabilidad y bienestar de los dorados años 50.
La sociedad vivía una profunda fractura entre visiones revolucionarias y capitalistas, entre pujas por mayor igualdad y bienestar, y la disciplina sobre un orden que rechazaba tanto al peronismo como a las miradas de izquierda.
La llegada del mítico líder exacerbaba a todos los bandos que veían en su liderazgo la posibilidad de encauzar a la Argentina en un camino de crecimiento y justicia que el interregno militar había abortado.
El Perón que volvió de España, sin embargo, había mutado su visión: su carisma intacto fluía ahora hacia opciones más cercanas al orden liberal, mucho más conservador en su mirada social, lo que le valió un conflicto abierto con la izquierda del peronismo.
Rápidamente, las convulsiones que sucedieron a la llegada de Perón convirtieron la expectativa en desconcierto. Nadie entendía la prudencia, el conservadurismo, la cautela que no podía gustarle ni al mismísimo general. El peronismo, osado y vigoroso en sus años dorados, volvía de su larga noche con ánimos de diálogo y resignación.
El 1 de Julio de 1974, atormentado por dolencias cardíacas de larga data, Perón partía nuevamente al exilio ante los ojos atónitos de una dirigencia y unas bases que no podían entender lo que pasaba. El anciano presidente dejaba al gobierno a su suerte y al movimiento descabezado; y esa falta de liderazgo que enfrentara al bando liberal tuvo consecuencias funestas para la militancia y la sociedad que lo pagó con sangre. A pesar de todo, ni la muerte de Perón puede terminar con el peronismo.
La Real Politik
El tercer peronismo es objeto de profundos debates. No es el objetivo de esta nota dar una respuesta definitiva, pero sí señalar algunas ideas para no caer en el pensamiento vulgar, es decir, menemista.
Las miradas sobre el tercer peronismo oscilan entre la crítica a los fracasos de la gestión y una mirada cínica que considera que Perón hizo lo que era posible según los tiempos que corrían. Cierto es que las circunstancias del regreso del fundador del Peronismo no tenían los vientos favorables de la segunda mitad del 40’, con sus amplias reservas y sin el peso todavía tan determinante de los EE.UU. en la región. En muchos sentidos, la capacidad de maniobra del justicialismo, corrido por izquierda por las organizaciones armadas y presionado por derecha por sus aliados empresariales y sindicales, tenía serios problemas para cohesionar un movimiento amplio con intereses encontrados en su interior. En cierta manera, terminó jugando a conformar a todos, haciendo implosionar su base de sustentabilidad en el proceso.
Toda crítica al tercer peronismo, a sus desaciertos y catástrofes, debe pronunciarse reconociendo el punto de partida de esta etapa: un partido militar sediento de sangre, un sector empresarial totalmente ajeno a la democracia y los derechos humanos básicos, agrupaciones sindicales originarias en conflicto con los movimientos revolucionarios, un larga y profunda crisis del aparato productivo, herencia de Frondizi y Onganía, y un escenario internacional crecientemente desfavorable para la industria Argentina.
En ese contexto, el abanico de opciones es más escueto, la posibilidad de éxito de cada medida más imprevisible. El giro defensivo del peronismo es comprensible, pero no es un cheque en blanco. Aquí entra el peronismo cínico, más tarde condensado en el menemismo.
Existe una mirada recurrente sobre los acontecimientos históricos, sobre todo cuando son de tinte conservador o antipopular, que tiende a justificarse sobre la base del “es lo único que se podía hacer”. No hay más fundamento que el contexto. Esta mirada tiende también a cercenar el abanico de posibilidades e interpretaciones de la realidad, desterrando todo aquello que es posible pero que encuentra dificultades o resistencias, al campo de lo idealista, lo utópico, lo inmaduro, lo irreflexivo. En síntesis: si requiere de mayores esfuerzos que someterse a la correlación de fuerzas, seguramente es un panfleto comunista. Así, uno concluye felizmente que todas las decisiones antipopulares del tercer peronismo son simplemente el producto de una conducción que hizo lo posible, y cualquier otra posibilidad hubiera engendrado catástrofes mayores. Mírese en el espejo del hoy.
La mirada excesivamente crítica sobre el último gobierno de Perón nos aleja de su contexto, de la amplia y compleja gama de variables que hacen a las posibilidades de encarar un proyecto político. La mirada posibilista, por el contrario, clausura la historia y la política: lo posible es lo que existe y que no decidimos ni influimos. Lo que ocurre, aunque injusto o irracional, es todo lo que puede haber. Y cuidado porque podría ser peor…
Si las posibilidades no son infinitas en políticas, si los contextos apremian y nos obligan a trabajar con lo existente, no es menos cierto que las oportunidades también pueden crearse y que no nacerán sin esfuerzos ni conflictos.
Volver a Perón
Volver a las bases del peronismo es algo que se repite como un mantra, aunque suele implicar contenidos diversos.
Hay un sector del espectro político identificado con el peronismo que cita a Perón como una credencial de entrada a un boliche. Dicen “Perón esto, Perón lo otro”, para proceder a hacer exactamente lo contrario. Obviémoslos.
Dentro de ciertos círculos un poco más amplios, volver a Perón significa regresar a un estilo de conducción, o una cierta cantidad de pautas del manejo de la economía, o la fidelidad a determinados símbolos. A veces es una estética, a veces un conjunto de principios o una noción sobre el bienestar de la mayoría. Todos son peronistas. Pretender excluir a un cierto grupo sobre la base de una idea acotada del peronismo es paradójicamente, súper peronista también.
No pretende esta nota decirle qué es peronista o que no, solo compartirle una impresión y una esperanza: volver a Perón es para quien escribe recobrar la juventud de los años en los que todo era posible, no por ingenuidad o dogmatismo, sino por el trabajo arduo de la voluntad y el intelecto. Volver a Perón es despertar esperanza en un pueblo acostumbrado a la pesadumbre de vivir sin expectativas, sin sueños, sin aspiraciones. Volver a Perón es encontrarse con los demás y a uno mismo en el medio de luchas más grandes que los individuos, más extensas que la propia vida. Volver a Perón es mirar hacia dentro y desde arriba la economía y la sociedad, para atender sus necesidades, ordenar sus variables, reventar sus estadísticas para estar orgulloso de todas. Volver a Perón es dar batallas, esquivar, golpear, moverse, ser audaz, es decirle a ese que se siente dueño de vidas y paisajes, “che ¿vos estás seguro de lo que decís?“. Volver a Perón es hacer que el trabajo sea digno, bien pago y un pilar del crecimiento de las personas. Volver a Perón es dejar de esperar en soledad, elevarse por sobre la multitud silenciosa, tomar impulso para golpear en la cara a Patrón Costa (o como se llame en esta época) y librar las batallas que nunca pensaste que ibas a ganar porque toda la vida te parecieron imposibles. Volver a Perón es convertir cada mesurado, docto y mentado argumento en una antigua excusa que se aleja cada vez más del horizonte de lo posible. Volver a Perón a asumir los golpes, las incomodidades, la impureza intelectual, las contradicciones, la vorágine que es la vida misma y dejar de esperar en pedestal de la perfección, y ser dolorosa y activamente todo lo que podamos ser. Volver a Perón es recuperar el brillo de la mirada y la sonrisa provocadora. Volver a Perón es perdonarle al general lo que fue y lo que no pudo ser, comprender el pasado sin intransigencia ni cinismo, respirar profundo y avanzar.
Jauretche decía que los pueblos tristes no vencen, quien escribe agrega que tampoco saben a dónde van sin memoria y, como contaba Piglia, para cambiar el mundo deben creer primero que ese mundo se puede cambiar. En síntesis, volver a Perón es pensar y trabajar sobre la idea de que otra vida es posible. Volver a Perón es creer que nada está perdido y encontrar las razones en un mundo donde nada parece tener sentido.
Por sobre todas las cosas, volver a Perón es regresar a la idea de una política en la que el pueblo encuentre el instrumento de su progreso y su bienestar.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón