Por Leandro Trimarco*
Hasta el año 2010 se celebraba en nuestro país el 12 de octubre como el día de la raza, festejando la llegada a América de Cristóbal Colón y el encuentro de las culturas europeas con los pueblos americanos. En mi infancia, me tocó ver de cerca (por suerte nunca actuar) los actos escolares y las actividades donde se mostraba el amigable y emotivo día donde un grupo de niños vestidos como indígenas realizaban tratados de amistad e intercambio con los exploradores españoles en un abrazo fraterno de amor, comprensión y entendimiento. Recuerdo que pintábamos imágenes de la Niña, la Pinta y la Santa María, y se descubrían murales de personitas marrones y blancas tomadas de la mano formando un círculo. Se decía siempre que este día cambió la historia del mundo y se enfatizaba la necesidad de respetar todas las culturas.
Nunca entendí realmente lo de la “raza” porque en la escuela no se explicaba. Por supuesto, decirles a los niños de primaria que la raza era un concepto pseudocientífico que asociaba las características fenotípicas con diferencias morales entre distintas especies humanas era demasiado. Tampoco se hablaba de la historia de este día, institucionalizado por Hipólito Irigoyen como acercamiento a España y para reforzar una identidad nacional en construcción y que la élite política veía amenazada por inmigración europea sindicalizada y politizada. Por eso esta conmemoración, junto a las demás fechas patrias, funcionaba como un ancla para la identidad nacional, el país tenía un origen europeo: habíamos venido de los barcos, más precisamente de España, y un día, como se decía en los actos escolares decidimos ser libres.
La secundaria y la universidad fueron el fin de la inocencia: el bello y colorido encuentro de mundos fue reemplazado por la imagen de la conquista brutal, el sometimiento y la destrucción de etnias enteras, la creación de un sistema de trabajo forzado, la explotación de los metales preciosos, el tráfico de esclavos, el envenenamiento por mercurio, la quema de los ídolos y los tótems, la guerra contra las comunidades aborígenes independientes, pestes, cruces ensangrentadas, una nube de flechas y salitre que cubría el cielo, y un análisis más detallado de las ideas detrás del concepto de raza y el nacionalismo.
¿Qué tenían para celebrar los pueblos americanos de ese “encuentro de mundos” como se le decía? Lejos de idealizar la vida de los pueblos originarios, presos también de guerras internas y conflictos brutales, cabe destacar que la llegada de los conquistadores europeos pudo ser posible gracias a las diferencias internas y las rivalidades entre las comunidades aborígenes. El odiado imperio azteca, esclavizador de los pueblos cercanos, cayó a manos de españoles con apoyo local. América del norte siguió un destino parecido. Una vez instalada la presencia europea y su ventaja armamentística, los pueblos de América del Sur sin tradición guerrera fueron sometidos gradualmente. Algunos han desaparecido completamente.
El saldo de esa conquista fue la subordinación de las regiones americanas a los intereses comerciales europeos, así como la destrucción de la cultura, las lenguas y las costumbres de sus habitantes que debieron adoptar un idioma extranjero, así como también prácticas religiosas, pero sobre todo el trabajo forzado.
Entonces, en resumen, muertos nuestros ancestros, obligados a trabajar en mitas, encomiendas y estancias, arrasada su cultura, sus riquezas, su estilo de vida, y con un largo proceso de racialización de la pobreza, cabe preguntarse ¿Por qué festejábamos el día de la raza? Vamos por partes.
Nuestra joven nación construyó su aparato estatal sobre una serie de mitos y prejuicios acerca de su población y su origen que luego a través de la difusión mediante la escuela, el ejército y actos públicos de diverso tipo fueron conformando un sentido común histórico. Esta identidad creada desde el discurso de las élites nos representaba como una nación distinta del resto de Latinoamérica, con un componente europeo y cosmopolita mucho más marcado. La inmigración de principios de siglo XX ayudó a reforzar esta idea, la del argentino como un trasplante de la cultura europea blanca. Dentro de esta visión todo lo referente a lo indígena, pero también a los mestizos, a los negros, a toda la población no blanca, era percibido como un componente extranjero que debía ser domesticado y controlado. En el mejor de los casos. En el peor se hablaba abiertamente de su exterminio. Pregúntele sino a Sarmiento…
Un pueblo que se pensaba a sí mismo como europeo en otro continente tenía razones para festejar la llegada de Colón a América y a resaltar una identidad de origen español precisamente porque se auto percibía parte de esa tradición. Era parte de los que llegaron en los barcos. De los demás restaba guardar silencio.
Esto, aunque lógico dentro del imaginario dominante de un país blanco, generaba evidentes contradicciones a la hora de compartir esta visión con el resto de la población. Escenas de negación de la realidad y del sí mismo, o verdaderas incoherencias como festejar la guerra de conquista y colonización acaecida contra un continente entero.
El día del respeto a la diversidad cultural es una respuesta que surge frente a esta mirada, luego de un siglo entero de hegemonía de la visión de la argentina europea. Las distintas olas de revisionismo histórico fueron socavando las bases de esta manera de pensar y brindando un análisis crítico del mito que se había creado. Pero fue la gran crisis del estado y de la cultura que ocurrió luego del quiebre en 2001 lo que sentó las bases para pensar la nación desde otra mirada. Se consolida un nuevo paradigma que pone en cuestión los discursos que institucionalizaban la historia eurocéntrica y la mirada política identitaria que ignoraba a toso lo que estuviera por fuera de ese ideal. Ni siquiera se trata de la negación del ingrediente europeo. Negar la inmigración no sería más que el viejo etnocentrismo al revés. Por eso el cambio de paradigma de este día trae la idea del respeto a la diversidad. Cada identidad dentro de la población asume el mismo valor, recupera su pasado histórico y puede inscribirse legítimamente en el presente, saliéndose así de los discursos y las ideas de nación donde no existe o su presencia incómoda.
Para una parte importante de la población, sin embargo, este día y su transformación no es más que el producto de lo que consideran una moda: las reivindicaciones de carácter étnico, racial y sexual. La «agenda progre» como se la suele mencionar de manera difusa. Esta misma población reacciona de manera negativa cuando ve la cara de una afroamericana junto a Belgrano en un billete, o se enreda en los discursos de odio contra las comunidades mapuches a las que señala como «indios chilenos.»
Es mucho lo que se ha avanzado en nuestro país en materia de respeto por las identidades culturales, pero esas victorias tan sólo muestran lo mucho que falta por hacer en términos de volver a nuestra sociedad más justa, menos racista, menos xenófoba, más respetuosa de las diferencias. Una cosa es tener un día del respeto a la diversidad cultural, y otra muy distinta es hacer de ese respeto una práctica cotidiana.
Para entender esto se debe señalar que, aunque los argentinos de la AMBA no se autoperciben racistas o xenófobos, prolifera entre nosotros una amplia gama de actitudes y costumbres que van en esa dirección: desde la incomodidad frente a la presencia de otras etnias hasta la forma en que son nombrados y descriptos (bolitas, paraguas, indios y un largo etcétera).
A esto se le suma las complicaciones inherentes a los discursos de odio que proliferan en los medios con total normalidad. Algo a lo que la derecha a secas nos tiene acostumbrados: discusiones que arrasan en promedio 100 años, tales como decir que los mapuches son terroristas, equiparar delincuencia con pobreza y color de piel, decir que los extranjeros nos roban el trabajo y otros chismes medievales. En este sentido nuestra derecha no presenta diferencias de consideración, todos piensan lo mismo solo distinguiéndose entre quienes de sus figuras son más abiertamente racistas.
Al otro lado del espectro político el asunto está mucho más alejado del supremacismo y fascismo edulcorado, pero no por eso deja de haber problemas. El respeto a la diversidad cultural sigue condicionado por la pobreza estructural de las minorías en nuestro país. Además, existe la posibilidad de que reprimir mujeres mapuches embarazadas en un desalojo tal vez no genere una imagen muy nítida de respeto hacia al otro.
La revisión histórica y los discursos de los gobiernos progresistas de la década del 2000 nos han permitido poner fin a la inocencia de creer en el mito de una única Argentina blanca y europea. Desde allí, mucho se ha avanzado y tanto más queda por hacer hasta que el respeto entre nosotros sea tan natural como tomar mate. Al menos podemos diferenciarnos claramente de los discursos intolerantes y reconocer la sería contradicción que encarna hablar de diversidad y practicar la represión.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón