El día que inició la huelga de los trabajadores de la planta de producción de Lácteos Vidal, el 10 de agosto pasado, Alejandra Bada Vázquez, unas de las dueñas de la firma, se presentó ante ellos, de manera soberbia y a los gritos les expresó: “este pueblo vive de mi fábrica”, al tiempo que les negaba contar con la presencia de sus representantes sindicales.
En ese momento comenzamos a entrevistar a los vecinos y vecinas del lugar para saber qué es lo que tenían para decir acerca de aquella afirmación. Cualquiera que hablara con cada una de las 415 personas que habitan el pueblo, se encontraría con testimonios muy parecidos.
La mayoría coincide con que ya es momento de que la familia Bada Vázquez cumpla con lo que dictan las leyes. Es que su mal accionar no solo se limita al trato que tiene con sus trabajadores, o el que tuvo con sus ex trabajadores, sino también con la comunidad toda.
Así lo expresan al recordar que, como represaría a la primera huelga que se realizó en la empresa en el 2014, las escuelas sufrieron la quita de los cinco litros de leche que les daban por día para el desayuno y la merienda de un grupo muy reducido de niños y niñas. También el relato de los vecinos y las vecinas que sufren cotidianamente las consecuencias ambientales y sanitarias que se generan por los desechos que se arrojan, al parecer, sin tratar en la vía pública o en las lagunas, como asimismo las expresiones de quienes trabajaron en el lugar y fueron “echados como perros”, aun en el tránsito de una enfermedad.
Solo somos un número
Omar Pereyra nació en Moctezuma, lugar dónde dice que va a estar hasta el día que le llegue la hora. Junto a su esposa, nos recibió en su casa, que queda a sólo un par de cuadras la planta de producción de Lácteos Vidal.
Mate de por medio, cuenta que trabajó 17 años allí, ingresó en el 2005. Desempeñaba por entonces tareas de mantenimiento. Tiempo después, como a la empresa debía tener un foguista certificado, lo mandaron a formarse como tal a la localidad 9 de Julio.
Cuando finalizó el curso, y comenzó a trabajar en la caldera, solicitó el carnet que lo acreditaba para hacerlo, pero le respondieron que debía quedar en la fábrica. “Me lo retuvieron” expresa. Después se daría cuanta que había una intención detrás de esa actitud.
Dicha documentación es la que le permitiría demostrar que, según el convenio 2/88, le correspondía una categoría diferente a la que tenía. “Trae el carnet y te la damos”, dice Omar que le contestó Mariana Heim, abogada de la empresa, cuando comenzó a reclamarla.
“El carnet no apareció nunca, después de que me jubilé me mandan un mensaje diciendo que había aparecido. Me fui a la fábrica a buscarlo, estaba adentro de cuatro sobres, uno dentro del otro, en la carpeta del personal. Yo reclamaba la categoría para que significara un pesito más en mi jubilación. A mi no me gustaba andar jodiendo, como pidiendo limosna al patrón, pero para ellos una categoría más no era nada. Vivía la vida adentro de la fábrica y así me pagaron”, comenta Omar.
Por eso indica que está de “muy de acuerdo” con la huelga que están llevando adelante desde hace un mes los trabajadores de la empresa en actividad. “El patrón tiene que cumplir, como cumplen los trabajadores. El tema de las categorías no es de ahora. ¿Qué quieren de la gente?, quieren andar con un látigo como antes. Están acostumbrados a hacer lo que quieren, pero se tiene que terminar”, expresa.
Con un nudo en la garganta relata también los sentimientos que le genera encontrarse en la situación que se encuentra, que es la misma que atraviesan hoy sus ex compañeros, reclamando por sus derechos ante una patronal que los tilda de mafiosos: “te da impotencia, porque uno hace tantos sacrificios y después no sirve de nada. Por eso hay que luchar, no hay que callarse, yo lo viví”.
Antes de terminar la charla, Omar nos muestra que tiene una gran cicatriz en su espalda, los años de trabajo no fueron gratis, el cuerpo le pasó factura. Se le empezaron a dormir los brazos tiempo después de que quedó efectivo en la firma. Sus médicos le indicaron que debía operarse de la cervical, pero él se negaba. “No quería dejar de trabajar. Todo por cumplir, para que el patrón no tenga derecho a reclamarme nada”. Lo intervinieron quirúrgicamente después de que se jubiló, cuando ya no podía ni caminar, hoy sigue padeciendo las consecuencias.
Según el, eso le hizo darse cuenta muy tarde lo que a muchos trabajadores les cuesta visibilizar, “Hay que entender que somos un número, para ellos somos un número. No se puede tratar así a las personas, somos seres humanos, por eso hay que luchar”.
Hoy se encuentra llevando adelante un proceso judicial para que se reconozca lo que le corresponde, y acompañando la lucha de sus ex compañeros, que hace un mes están en huelga por el mismo motivo.