La independencia en Latinoamérica es un largo y agónico proceso que aún mantiene muchas asignaturas pendientes. Los países nacidos del proceso de descolonización se volcaron casi inmediatamente a vender lo que tuvieran a mano en el mercado mundial, forjando nuevos vínculos de dependencia, ya no política, pero sí económica y cultural.
A su vez, la lucha por la independencia se dio al mismo tiempo que los bandos internos entre los patriotas luchaban por imponer un determinado modelo de país a sus adversarios. Por eso mientras San Martín y Bolívar se batían contra los ejércitos realistas, los caudillos provinciales luchaban unos contra otros con el afán de someter a todos los territorios a su autoridad. Esta lucha interna explica en parte que tengamos dos momentos clave en nuestro proceso de independencia: el 25 de mayo, primero, la farsa de las juntas de gobierno en representación del rey; y el 9 de julio, la rebelión abierta contra toda autoridad extranjera.
Vamos por partes…
Disimulen y vayan despacio hacia el Cabildo
La primera junta de gobierno, el 25 de mayo de 1810, desconoce a los representantes del rey y todos sus funcionarios designados, pero mantiene, al menos en las palabras, la lealtad a la dinastía borbónica. Fernando VII había caído a manos de Napoleón que estaba limpiando toda Europa de la influencia monárquica, y sembraba por todas partes repúblicas satélites a su poder. La resistencia a Napo en España tomó la forma de Juntas Consultivas que luchaban tanto contra el dominio francés como contra el poder absoluto del rey. Su pretensión era apoyar el regreso de Fernando VII pero que este accediera a sancionar una constitución: una monarquía constitucional. Cambiar algo, pero no cambiarlo todo. Una especie de camino intermedio entre el conservadurismo y la revolución que arrasaba el viejo continente.
En toda América ya existía una cierta búsqueda de la autonomía por parte de los criollos acomodados nacidos aquí que se expresaba en mayor participación en las cuestiones del gobierno local, o bien en mayor libertad para comerciar sin cargar con el peso del monopolio español.
Cuando la noticia del rey cautivo llega al puerto de Buenos Aires, el ambiente era más que propicio para satisfacer las ambiciones de los patricios locales. Todavía no está en el aire la idea de la independencia, por lo menos entre la mayoría, pero sí las condiciones para avanzar hacia un modelo de poder más cercano a las ideas revolucionarias.
A medida que Napo en Europa se afianza y solo le queda cruzar el mar y acabar con los ingleses, las esperanzas del regreso del rey se van disolviendo, y la junta que antes guardaba las apariencias de lealtad se vuelven cada vez más audaces… o bien los verdaderos revolucionarios se los llevan por delante. Si hasta 1813 todavía se gobernaba provisionalmente en nombre del rey, la llamada “Máscara de Fernando Séptimo” se va descascarando, y lo que queda en evidencia es el puerto de Buenos Aires tratando de someter al resto de los territorios al esquema de poder que está intentando construir. A partir de entonces la independencia ya ocurre de hecho, todo el territorio que no está bajo el dominio directo de las tropas españolas se gobierna a sí mismo, pero sin un poder central ni un proyecto en común.
El Paraguay se aísla en 1911 y declara la independencia a la velocidad de la luz; el Alto Perú y Bolivia siguen en poder español al igual que Chile; en el norte argentino Güemes se hace fuerte, en la Banda Oriental Artigas; el resto de las Provincias Unidas (no podría haber nombre más irónico) se miden entre el futuro común que imaginan y la desconfianza.
¿Cuáles son las razones de que todos estos polos de poder pelearan entre sí? ¿Por qué no se da la unidad desde el principio y se redacta una constitución que ordene un nuevo estado americano? En síntesis ¿Por qué en Argentina la declaración de independencia se tarda seis años?
Un poquito de esto, un poquito de otro
Orden, recursos, proyectos y malas compañías… La secuencia puede variar según cada caso, pero lo esencial está allí. Primero hay un serio conflicto respecto al tipo de orden legal y político que se pretende instaurar. El abanico es amplio, pero en general hay dos polos que luchan por imponerse: los modelos federales y los unitarios. Dentro los primeros, se trata de lograr un reparto más equitativo del poder y los recursos entre las provincias y demás territorios. Dentro de los modelos unitarios o centralistas, se busca consolidar un solo poder central que ordene al resto bajo su dirección. En el primero las provincias guardan derechos adquiridos, prerrogativas propias; en el segundo deben delegar todo este poder en un único gobierno que está por encima.
La otra cuestión son los recursos: en un mundo dominado por la armada inglesa, los puertos tienen mejores oportunidades de comercio y de crecimiento, y por ello el reparto de los ingresos de la aduana es un punto central en las guerras civiles que comienzan con el proceso independentista. Quién controla los recursos y cómo los reparte será una cuestión que solo se saldará con sangre casi sesenta años después.
Luego está el proyecto de país. Si bien es muy esquemático dividirlo en dos (uno de crecimiento hacia adentro y el otro orientado a la inserción en el mundo como país agroexportador), en general esas dos tendencias son las preponderantes. Los notables bonaerenses, dedicados a la producción agropecuaria y el comercio exterior piensan en un país ajustado a sus intereses inmediatos: hacerse ricos vendiendo materia prima y disfrutar con las ganancias de bienes terminados europeos. No vieron (no ven) más allá de los negocios inmediatos y tuvieron una mirada estratégica que se limitaba a vender caros los recursos que otros países aprovechaban para su desarrollo. La contra es un modelo más ambiguo, sin demasiada conciencia de un plan general pero sí con principios que le dan forma: evitar la hegemonía del puerto, desarrollar el país, no matar sus industrias. Ambos necesitan leyes a medida. Y hablando de medidas, aquí entran las malas compañías…
Perón decía que la verdadera política es la política internacional. Si bien la idea es más de cien años posterior, vale para este caso. No podemos entender nuestra tan atrasada independencia, nuestro nueve de julio a los saltos y con todos contra todos, si no miramos las relaciones con las potencias extranjeras. Son tres y con la primera está todo claro: con España está todo mal. En 1814 Napo hace una de más y se desmorona luego de chocarla toda en Trafalgar y luego en el continente. Esto le permite a los monarcas presos o abdicados volver, pero no con aires renovados de republicanismo y ganas de sancionar constituciones. No. Vuelven más conserva que nunca. Si antes eran reaccionarios, ahora además quieren venganza, como Fernando VII, que no solo quiere restaurar su dominio sobre América sino además borrar cualquier ápice de instituciones republicanas o cualquier cosa que tenga aroma a revolución francesa. Por esa razón, España refuerza la opción militar en América: no hay ni puente de diálogo ni posibilidad de reconocer la independencia de ningún estado americano. Ya no hay máscara posible y se sabe que la reacción será terrible. El único camino que tenían los revolucionarios era pelear abiertamente por un gobierno propio, de cualquier tipo, o terminar en el potro.
La otra potencia que complica la independencia es Portugal/Brasil, que no es nada menos que la Corte del rey portugués expulsado de Europa por Napo, y que ahora residen en América. Y si bien tienen una interna en Rio Grande do Sul, no está ni cerca de ser tan grave como lo que le pasa a las Provincias Desunidas. Este imperio del Brasil va por todo y si hay que pelear contra España para sobrevivir, hay que tener cuidado de que en el proceso de lograr la independencia los portugueses no se anexionen media América.
Pero el plato fuerte de nuestras demoras independentistas y organizativas está en otro nivel. Viene en barco, bebe té en hebras y adora enardecer conflictos internos para dominar tu comercio exterior. Pregunte en China si no; o en África; o en el Caribe; o básicamente en cualquier parte del mundo porque en este imperio nunca se pone el sol y no es nada más y nada menos que Inglaterra.
La actividad de los cónsules y agregados diplomáticos ingleses en el río de la plata es intensa y sutil, y tiñe el trasfondo de todos los conflictos abiertos y latentes en el territorio. Su objetivo es lograr direccionar la política interna de las repúblicas nacientes para primero evitar que se consolide un segundo EE. UU; luego asegurar el acceso de su flota a los puertos que le provean a la reina todas las materias primas que alimenten a su industria; y tercero, y más importante todavía, liquidar los proyectos políticos que puedan suponer una amenaza para el comercio de bienes terminados que Inglaterra trae con su flota. Esta influencia inglesa no siempre es determinante, pero sí condiciona seriamente la política posible que pueden llevar a cabo los proyectos políticos que no están alineados con Buenos Aires. De hecho, la relación que el puerto tiene con los lores ingleses hará en más de una ocasión que los porteños busquen no la independencia sino el protectorado porque es un estatus que se adapta mejor a sus intereses comerciales. Saben los provincianos que el triunfo del puerto es la muerte de su incipiente industria, porque con la hegemonía del puerto llegan los productos ingleses, infinitamente más avanzados y sobre todo más baratos. Pero entonces ¿cómo llegamos a la declaración del 9 de julio de 1816?
Si todos se van disconformes, ¿la reunión fue un éxito?
La asamblea del año XIII intenta lograr un poder central que conduzca la causa independentista luego de tantos proyectos pluralistas fracasados (la Junta Grande y los Triunviratos). Un liderazgo fuerte en medio de la tempestad. La solución que encuentran (parcial) es la creación del directorio: gobiernos provisionales unipersonales y discrecionales para tratar de encauzar la liberación de América que estaba empantanada. ¿Cuál fue el resultado? Los directores supremos gastaron más recursos en resolver la interna con las provincias que en asegurar la independencia de España. Todo esto con Portugal presionando sobre la Banda Oriental y los ejércitos realistas tratando de entrar por el Norte.
La declaración de independencia que supimos conseguir fue una de emergencia. No es casual la frase de San Martín, “seamos libres que lo demás no importa anda”, que podríamos interpretar como un ¡“viejo, primero ganemos la guerra y después vemos!” Belgrano se expresará con igual hastío al referirse a lo mucho que se lograría con un poquito de amor por la patria. Güemes no opinó porque su rutina consistía en asaltar expediciones españolas que venían desde el Alto Perú. De hecho, se murió haciendo eso mismo.
El Congreso reunido en Tucumán en 1816 tenía la obligación de resolver YA una declaración de independencia y una constitución que alineará a las provincias. Logró lo primero y lo segundo quedó pendiente para cuarenta años más tarde. Nos independizamos no como país o grupo de países sino como pequeños territorios dispersos, con una esperanza de futuro común, y al mismo tiempo en guerra de todos contra todos.
Lo único que quedó de esa declaración fueron las aclaraciones secretas y posteriores para evitar avivadas porteñas. Cosas como “nos declaramos libres del rey y sus representantes, y de toda potencia extranjera”, en una oración dedicada únicamente a Inglaterra. El proceso político que se abrió después se dio en dos frentes: en un lado San Martín, Bolívar, Güemes, Juana Azurduy, despejan la equis, vencen a los españoles, consolidan la independencia política. En el otro, se profundiza una guerra civil que desemboca en la “Anarquía” del año veinte cuando Buenos Aires es derrotada y sólo queda un caldo de provincias libres, pero sin capacidad de lograr un gobierno central sin matarse entre sí.
Quien escribe otras veces lo ha mencionado: el sueño de la revolución y la independencia no se ha terminado, continúa en luchas que se prolongan hasta hoy. Las luchas internas que dieron lugar a una agónica declaración de independencia siguen latentes en la pugna entre modelos de país pensados para el beneficio de pocos y aquel país posible para el bienestar de las mayorías. Son tiempos difíciles y complejos para el pueblo, no menos que las luchas por la independencia. Esperemos poder seguir firmes, en el objetivo central, ser libres, y entender que esa libertad no vendrá sin costos, ni golpes, ni dolores, y que lo demás… que lo demás no importe nada.
*Profesor de Historia por la Universidad de Morón