Hacia finales de 1815, las Provincias Unidas del Río de la Plata se enfrentan al punto más crítico de la guerra por la independencia. Hasta ese momento, la Primera Junta y los sucesivos gobiernos conformados por los criollos gobernaban bajo la ficción de representar a un rey cautivo, Fernando VII, quien luego de la caída de Napoleón vuelve al trono y pretende retomar por la fuerza los territorios coloniales rebeldes. La reacción del monarca tarda en cruzar el mar, pero es fulminante. Una a una, las principales plazas fuertes en toda América caen en manos del ejército español, el cual cuenta no solo con la ventaja numérica y económica, sino también con las disputas internas entre las facciones independentistas: partidarios de un poder central fuerte y simpatizantes de la autogestión de las provincias, pelean al mismo tiempo contra la corona y por imponer su modelo de poder. En principio triunfa la idea centralista: las Provincias Unidas acuerdan un Directorio. Carlos María de Alvear, representante de Buenos Aires, se alza como director supremo, pero no llega al año siguiente, erosionado por la desconfianza de propios y ajenos frente a la gestión de la guerra. En el mar España domina las costas; al noreste, el imperio brasileño avanza; al oeste, Chile pertenece a España; y hacia el norte, las tropas independentistas han sufrido duras derrotas.
Todo parece indicar una derrotada segura. Mientras la reconquista parece inevitable, lo único que une a los rebeldes es la idea de sostener su independencia, tomada de facto en 1810, pero nunca asumida formalmente. En ese contexto, los responsables de la caída de Alvear exigieron la formación de un Congreso General Constituyente que diera legitimidad a un nuevo gobierno y declarará de inmediato la independencia.
A fines de marzo de 1816, representantes de todas las provincias, a excepción de la ya independiente Paraguay, se reúnen en una casa alquilada en Tucumán, en abierta hostilidad hacia Buenos Aires. En dicha reunión suenan proyectos de todo tipo. Desde la creación de una monarquía local hasta la idea de crear un estado libre asociado al Imperio Británico. Pero son minoría y triunfa el plan independentista tanto en su visión política como en su estrategia militar. “Seamos libres y lo demás no importa nada” dice un joven general que organiza una campaña para atacar a los españoles en el centro de su poder. El 9 de Julio de ese año, los representantes de las provincias que aún seguían en pie, nombran a Pueyrredón director supremo y declaran una independencia todavía por ser, una semilla.
Las Provincias Unidas siguen, sin embargo, encerradas en sus luchas internas y su conflicto eterno con Buenos Aires. Y así seguirán…
Un año después, en Cuyo, aquel mismo general se desentiende de la política interna y comienza la guerra final contra España a contramano de la lucha por el poder que tenía lugar entre sus compatriotas. La independencia ya ha sido declara y se propone ahora realizarla. Frente a él se alza una cordillera interminable en todas las direcciones.
Diez años más tarde dos cosas son seguras: José de San Martín ha vencido a la corona y a la geografía, y Argentina todavía no existe con ese nombre, pero el 9 de Julio es su día de la independencia.