Daniel es un gran narrador de cuentos. Trabajó desde muy chico en varios oficios, pero dedicó gran parte de su vida a ser un cuentacuentos en escuelas. Tiene 59 años, una hija y un hijo, y actualmente vive en Ciudadela junto a su perro Fidel. Estudió teatro en el taller de Agustín Alezzo, quien fue un reconocido maestro de actores y director de teatro. Si bien allí se formó como un actor “serio”, luego comenzó a trabajar su lado humorístico. Con su maleta llena de elementos y su carpeta con dibujos, él se define como un cuentacuentos, pero no un cuentacuentos que sólo se sienta a narrar una historia, sino aquel que también pone el cuerpo.
En 1983, luego del retorno de la democracia en nuestro país, Daniel comenzó a trabajar en la Administración Pública del Congreso durante un par de años, pero en el fondo sabía que ese no era su lugar. «Yo era un hombre de traje y corbata y de pronto, después del 89, empecé a estudiar teatro y descubrir otras cosas de la vida. Me incliné por lo cultural«, expresa. El mundo del cine y el teatro lo maravillaba desde chico, pero nunca lo tomó como un camino a seguir. Todo ese mundo apareció cuando él tenía 26 años, en una época donde el machismo calaba hondo en la sociedad.
Cuenta que tenía un grupo de amigos con los cuales jugaba a las cartas en la esquina de su casa, a la pelota los fines de semana y por la noche paseaban en la calle Florida y Lavalle. «Una vez uno de los pibes llegó tarde a la juntada y él nunca decía el porqué, hasta que un día nos enteramos que llegaba tarde porque había empezado a estudiar teatro. Imaginate eso en un grupo de pibes machistas, llenos de prejuicios, pero un día dos de nosotros nos interesamos por ir a buscarlo. La realidad es que no sé si era por ir buscarlo a él o por ir a ver el entorno, pero al llegar vimos lo que era y así fue como se despertó mi interés«, relata Daniel.
Pero el teatro no sólo apareció en su vida por medio de sus amigos, sino que ese famoso «clic» se dio por completo a través de una docente, la maestra de su hija. El ámbito educativo lo acogió en un momento complicado para él. En plena década del 90, contexto de crisis y reducción del empleo, se queda sin trabajo y comienza a separase.
Él cree que la maestra de su hija comprendió su situación y por eso le permitió comenzar “a contarles cuentos a los chicos y las chicas”, compañeros y compañeras de su hija, comenta Daniel, quien además sostiene que ese fue el gran acercamiento que tuvo con lo que hoy en día hace en las escuelas de General Rodríguez en articulación con el Gobierno Municipal, “ahí me di cuenta que había una interacción con los pibes y las pibas, disfrutaba mucho y me ayudaba a pasar el mal momento económico que estaba transitando”. Fue ahí que también empezó a tomarlo como una salida laboral, agregó.
Los primeros pasos en el ámbito educativo
En el año 2005, Daniel emprendía camino narrando en las escuelas. Al principio comenzó enviando mails a docentes y directoras contándoles la propuesta. Recuerda que la primera escuela en la que narró para muchos pibes y muchas pibas fue en Moreno y que desde ese momento empezó a ser recomendado por los trabajadores y las trabajadoras de la educación. Desde allí no paró.
«Jamás había tenido una agenda y tuve que comprarme una para anotar cada escuela a la que tenía que ir. Yo no les cobraba nada, todo era a voluntad. Me acuerdo que hubo días en los que salía llorando porque no podía creer la plata que me habían pagado. Con esa plata vivía dos o tres meses, era mucha plata, pensaba. Entonces ahí fue donde empecé a tener en cuenta de que, si me perfeccionaba y empezaba a incorporar disfraces y herramientas, podía hacerlo de manera profesional. Y así fue«, cuenta Daniel. Es que, para contar historias, además de disfraces, utiliza máscaras, gorros, así como también trucos de magia.
La elección de estos elementos tuvo un porqué y no sólo fue didáctico. Los incorporó debido a que a veces los chicos no lo escuchaban o se aburrían con lo que les contaba, por lo tanto, debía buscar algo que captara su atención. Pero, además, entendió que también lo ayudaba a esconderse de esa sensación que la mayoría de las personas atraviesa: la frustración. “Me iba triste y preocupado a mi casa pensando que tenía que buscar una nueva herramienta que captara la atención y que me escudara de la vergüenza que me daba el que se aburran. Entonces trataba de cubrirme frente al aburrimiento de ellos mediante varios elementos, los cuales a la vez me permitieron darme cuenta que les generaba algo”, relata Daniel.
La escuela le permitió crear un espacio totalmente lúdico y fuera de lo común, donde no sólo cuenta un cuento, sino que lo actúa utilizando esos elementos propios de su formación. «Un cuentacuentos es una persona que crea un espacio lúdico-interactivo con los pibes y las pibas porque en esa hora y media juegan, como también lo hacen las docentes. Entonces lo que yo trato de hacer es jugar. Si bien a través de la palabra cuento un cuento, ese es el pretexto, trato de que pasen un agradable momento”, aclara Daniel, quien además sostiene que un objetivo cumplido para él es cuando al retirarse de la escuela alguno de los chicos va a la biblioteca en busca de un cuento para leer.
Aprendizaje cotidiano
En relación al crecimiento profesional y personal, todos y todas aprendemos diferentes cosas mientras transitamos una profesión o la vida misma y en esto hace mucho hincapié Daniel. “De mi trabajo aprendí a reírme de mí. Aprendí que la alegría es sanadora, a mí me sanó muchas veces, como cuando no tenía ganas de narrar e igualmente tenía que hacerlo, pero al final del día estaba mucho mejor. Además, aprendo mucho de aquellas docentes que no quieren dejar de ser esa persona seria y solemne, porque muchas veces me veo en mi pasado con su actitud y porque sé que la solemnidad no me acerca ni me aleja del pibe o la piba”, expresa pensante Daniel.
Por último, también cuenta que aprendió a ser más seguro de sí mismo, a descubrir que la palabra es tan potente que siempre debe ser acompañada de la acción, pero sobre todo aprendió algo básico, a sobrevivir y solventarse por su propia cuenta, por eso “el teatro fue un cambio de vida para mí”, concluye.