Por Milagros García
Si tuviéramos que pensar rápido 3 o 4 obras importantes de la literatura nacional, probablemente la mayoría diríamos títulos de fines del siglo XIX y de la segunda mitad del XX. No sabríamos muy bien decir por qué son tan importantes, ni qué otras cosas no tan “importantes” se estuvieron escribiendo en otros períodos. Lo primero, porque la historización (de sucesos, de obras) está cada vez más diluida; lo segundo, porque no hay tanto discurso no especializado que se ocupe de eso.
Por suerte para todos y todas, hay una forma literaria súper interesante del período de entresiglos (que son eso años que se extienden desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX) sobre la que Soledad Quereilhac investigó para su tesis doctoral, publicada bajo el elocuente título: Cuando la ciencia despertaba fantasías: prensa, literatura y ocultismo en la Argentina de entresiglos. Y aunque es un libro especializado, no es un análisis impenetrable sobre lo literario sino una exposición muy enriquecedora sobre la historia cultural de nuestro país, ideal para curiosos y ñoños de la ciencia ficción, especialmente.
Lo primero que tenemos que pensar es que el avance tecnológico, el crecimiento de la población urbana y el proyecto alfabetizador que tuvo lugar en nuestro país a partir del siglo XIX crearon un clima ideal para la publicación masiva de la prensa escrita. En esa novedosa forma de circulación de lo que era considerado importante para la sociedad, los discursos convivían y se determinaban mutuamente. Este fue el formato de publicación de muchos escritos que conocimos compilados después, como las piezas de Cuentos de amor de locura y de muerte de Horacio Quiroga, que reúne trabajos publicados en la prensa entre 1906 y 1914.
Después, en relación con el tema central de esta investigación, hay que pensar en todas las maravillas que la ciencia había convertido en una realidad razonable en el último siglo: la selección natural, la tabla periódica de los elementos, la teoría atómica de la materia, la teoría ondulatoria de la luz, las investigaciones sobre electricidad, sobre magnetismo, la microbiología. Todas estas formas novedosas de relacionarse con el universo circundante estimularon la imaginación tanto de la gente común que recibía las noticias a través de titulares sensacionalistas en los diarios, como de los intelectuales y los mismos hombres de ciencias.
Quizás el sentido común nos lleve a pensar que, frente al protagonismo del discurso positivista, se levantaría de forma reaccionaria un discurso más espiritista o místico. Pero, por el contrario, la investigación atenta de los textos periodísticos que expone Soledad Quereilhac, refleja que más allá de una disputa entre ciencia y pseudociencias, había una actitud de redescubrimiento del mundo mediante lo científico, y un entusiasmo por encontrar leyes que, así como podían explicar fenómenos del tipo de la radiación (1896), también pudieran arrojar luz sobre misterios como el alma o el más allá.
Así surge una forma muy específica de lo fantástico, que es coherente con el avance desbocado de estas áreas de conocimiento que estaban cambiando la percepción de la materialidad: las fantasías científicas. Lejos de zambullirnos en la incertidumbre, que es el objetivo del fantástico al que estamos acostumbrados, los cuentos fantásticos de este período buscan explicaciones científicas para fenómenos sobrenaturales. Así, en Nelly (1896) de Eduardo Holmberg, se le toma la temperatura corporal a un fantasma; o dando un paso más y llegando al terreno de lo sacrílego, en La extraña muerte de fray Pedro (1913) de Rubén Darío, un sacerdote obsesionado con utilizar la ciencia para compartir pruebas de lo divino con los fieles, muere haciéndole una radiografía a una hostia, que revela el cuerpo de Cristo.
Creo que el aporte más interesante de este trabajo teórico es ver cómo la prensa dio vida a formas y narrativas íntimamente relacionadas con su ritmo, los discursos que habitaban su espacio y su circulación. El objeto libro y su sacralización a veces nos hace olvidar que existen y existieron otras formas de compartir ideas y conocimiento. Por otro lado, y de la mano con eso, resulta muy iluminador acompañar a la investigadora a observar las primeras etapas de consolidación de un discurso que por su hegemonía hoy nos parece tan claro e infalible: el científico.
¿Qué leer para ver ejemplos de todo ésto?
Viaje maravilloso del doctor Nic Nac al Planeta Marte (1875) de Eduardo Holmberg (pre H.G. Wells, cuando los habitantes todavía no eran marcianos sino marcialitas)
“La fuerza omega” en Las fuerzas extrañas (1906) de Leopoldo Lugones
El hombre artificial (1910) de Horacio Quiroga
Ficha Técnica:
- Idioma: español
- Editorial: Siglo XXI
- Autora: Soledad Quereilhac
- Cantidad de páginas: 304
- Año: 2016