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16-03-2017 | OPINIÓN | MARTÍN DURAÑONA
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[intense_dropcap]E[/intense_dropcap]l descalificante aumento propuesto por la Gobernadora María Eugenia Vidal, (18% pagaderos en 3 cuotas…) a los docentes de la Educación Pública de nuestra provincia fue el detonante que comenzó a poblar las calles de nuestro pueblo. La respuesta a esta burla abarcó al 90% de los docentes al paro y movilización, incluyendo esta vez, una masiva concurrencia de la educación privada, que lo mismo que los educadores estatales, sintieron como propias tan ofensivas ofertas, que ante lo irresoluto de este acuerdo, la gobernadora planteaba cubrir estos vacíos en la educación, proponiendo un ejército de voluntarios ciudadanos, sin medir la precarización que conlleva medida tan absurda, mostrando una vez más, su incapacidad e insensibilidad política, ante la aparición del menor conflicto.
Era mucho para quedarse quietos en el salón con una tiza en la mano. Los docentes de distintas agrupaciones, de tantísimos distritos, e inclusive, aunque con un menor acatamiento, docentes que hoy ya no ofrecerían más su voto al macrismo, reventaron las calles de Buenos Aires, en un número nunca antes observado. Al día siguiente, estas mismas calles, como tantas otras, volvieron a inundarse de manifestantes, agrupados en gremios representativos de todas las expresiones del trabajo y de lejanas latitudes, acompañados nuevamente por los docentes de la marcha del día anterior, exigiendo Paro Nacional Ya. La convocatoria se gestó a través de la misma CGT, acoplándose la CETERA y la Corriente Federal de los Trabajadores agrupados en la CGT, junto a millares de militantes, kirchneristas, como de otras agrupaciones de izquierda y simpatizantes que se acoplaban tan indignados como golpeados, como cualquier trabajador respondiendo a través de su gremio.
El ajuste no elige ni perdona ningún estómago, el saqueo penetra en el bolsillo del trabajador mejor calificado como en el del más humilde de los cartoneros. No hay afiliación que valga, ni gremio pequeño o grande. Desde muy temprano las calles de Buenos Aires comenzaron a nutrirse de hombres y mujeres junto al rabiar incesante de consignas y el agite colorido de banderas. Pasado las tres de la tarde, el centro era un polvorín a punto de estallar. Primero habló Acuña, no dijo nada que sobrepasara el ánimo caldeado, la típica arenga sindicalista, taladraba como otras veces. Silbidos y abucheos, parches de bombos a full… era mejor escuchar eso. Oscar Schmid, reiteraba la postura ofuscada de su antecesor, las bases exigían fecha de paro: nada, se esperaba entonces lo dijera Héctor Daer, quien cerraría el acto. Pero no. Daer tampoco fijó fecha, retirándose tras una lluvia de botellitas de agua, algún choripán y las más variadas formas de las puteadas… “¡Daer traidor, te va a pasar lo de Vandor!”.
Se temió lo peor, “en otros tiempos pudo ser una masacre”, susurraban los más viejos militantes, “LA JOTAPERRA, contra la JOTAPE”. Pero no fue así, de un lado y del otro, pegó fuerte la traición de este triunvirato, quien dejó claramente evidenciado el acuerdo con Macri, y no con los trabajadores. Después huyeron como ratas, el pueblo allí congregado tomó el escenario, al mejor estilo de la Bastilla, derrumbó el atril con la inscripción de la CGT, y luego se acercó a Plaza de Mayo, a hacer sonar su bronca, a escribir su historia, como siempre lo hizo, toda vez que la Patria se lo requirió.
Como corolario de esta fuerte poblada, al siguiente día las mujeres, como tales, volvieron a colmar la histórica Plaza, en defensa de su género tantas veces violentado. La igualdad de derechos, el respeto de sus cuerpos, la misma consideración remunerativa a la del hombre por un mismo trabajo, la libertad de abortar, fueron sus consignas más salientes. La Catedral, siempre apática, aunque soberbia y solemne, irritó el fervor de justicia de muchas de estas luchadoras, al desafiante agitar de una bandera papal como azuzando a un toro a su cornada. La policía, guarecida tras las rejas que impedían el paso hacia el emblemático templo, cerró esta triple pueblada histórica, como tantas otras veces, cobijando a los poderosos y castigando a los más débiles.