¿Qué puede significar la frase “inspección directa de paradigmas”?
Thomas Kuhn
Estaba por pedir la cuenta cuando Patricio se sentó en mi mesa. Lo vi desaliñado, ojeroso, y noté que le temblaban las manos. Me sorprendió que se tomara tanta confianza, considerando que solo éramos viejos compañeros de secundaria.
—Hola, Jade. Hace tiempo que no nos vemos.
—¿Cómo andás, Patricio? ¿Necesitás algo?
—Estoy como la mierda. No doy más, te juro que no aguanto más… Necesito hablar con alguien. ¿Tenés un minuto?
—Sí, contame, ¿qué te pasa?
—Mirá que no quiero que me escuchés como psicólogo, eh. Yo en esas cosas no creo. Y mucho menos quiero que me cobres por escuchar una boludez que me pasa.
—No te preocupes, hablá tranquilo; este no es un ambiente laboral.
—Está bien, te cuento entonces. El viernes pasado, un compañero del laburo, Pascual, nos invitó a cenar en su casa. Fuimos todos, menos el pollerudo de Pablo, a ese la mujer nunca lo deja.
» Pascual llegó a la administración después de la fusión; nuestra empresa está asimilando a la de él y por eso se unió a nuestro equipo de trabajo desde hace un par de meses. Equipo de trabajo, je, suena solemne para nombrar a seis boludos frente a una computadora hablando de fútbol durante nueve horas. Ahora que lo pienso, Pascual no habla tanto de fútbol, debe ser por eso que… bah, no es que no habla. Dice unas pavadas sobre la estética futbolística del entrenador, la respuesta emocional de los jugadores y la ética de las jugadas; es una especie de bielsista. Aburre bastante, pero es buen tipo. Parece buen tipo, qué sé yo. Quién iba a saber que…
—Bielsa es un gran entrenador, muchos admiramos la forma en que analiza el fútbol…
—¿Y vos qué sabés de fútbol? Si eras un pata dura que quedaba en los equipos por descarte. No me interrumpas con pavadas, te estoy contando algo que me importa…
» El tema, lo que te estaba diciendo, es que nos invitó a cenar en su casa el viernes pasado para celebrar que ya se terminaba el año, típica excusa de juntada en diciembre, y también para agradecernos por el buen trato, porque lo incluimos en el grupo y todo eso. ¡Joya!, dijimos todos, menos el pollera de Pablo, que ya ni siquiera se anima a pedirle permiso a la jermu.
» Cuando salí del laburo, me di una ducha y me empilché bien elegante. Pascual se viste con ropa de marcas modernas, es un tipo fino. Habla de libros que andá a saber quién más lee. Dice que no mira tele. Escucha jazz. No quiero decirle culo con rosca porque tampoco llega a serlo… tiene hábitos refinados… y, después del viernes, más que refinados… demasiado progres. En realidad, habría que ver cómo esos hábitos y su vida, qué relación tienen con… No lo quiero pensar mucho porque me hace mal, siento que me va a explotar el cerebro.
Patricio se agarró la cabeza y se quedó en silencio durante un rato, suspirando. Le ofrecí el vaso con soda que me había sobrado del café. Él lo rechazó y le pidió una cerveza a la camarera, que justo se acercaba para retirar mi taza vacía. Patricio se quejó porque tardaba demasiado y especuló sobre la nacionalidad de la muchacha. Dijo que este país era demasiado generoso y que habría que echar a la mierda a todos los vagos que no hacen bien su trabajo. Se ocupó de que su voz fuera lo suficientemente alta para que lo escucharan la camarera y el resto de la clientela. Cuando le sirvieron la cerveza, siguió hablando:
—En fin. Llegué a la casa. Fui el último. Me encontré a los otros tres sentados, serios, con un Campari. No una birra, ni siquiera una artesanal, que iría con la onda de Pascual. No un Fernet, tampoco gaseosas… un Campari en la mano de cada uno y los tres con cara rara, seria, y algo más…
» Como te dije, somos seis en el equipo: el pollerudo de Pablo, Pascual, yo, Micho, Tito, Negro… jajajaja, no, no, posta: el Zabeca, el Choborra y Goyo. Los tres estaban con unas caras que no sabía si preguntar qué pasaba o salir corriendo aprovechando que la puerta todavía estaba abierta.
» Colgué la campera de un perchero. Me pareció raro que Pascual tuviera un delantal… era de color negro, no tan raro, qué sé yo.
» Vení, vení, me dijo, sacándome del living. Me mostró brevemente la casa y me indicó dónde estaba el baño principal, por si tenía que ir en algún momento. También me mostró la cocina. Mención aparte: aluminio, isla, todo ordenado, parecía del catálogo de Easy.
» Salimos al patio. En el fondo tenía un quincho, nada fuera de lo común: paredes descubiertas, una parrilla, una mesada, la mesa grande para reuniones de varios invitados, un metegol y una máquina de jueguitos electrónicos. Solo le faltaban un fliper y una mesa de ping pong. Yo soy muy bueno en el ping pong, un crack, les rompo el culo a todos.
» Me presentó a su mujer, Elvira. No te voy a decir cómo era físicamente, no es ese el punto… (zafaba)… el punto es que la mujer era la que estaba haciendo el asado. Lo avivaba agregándole un poco de brasas, lo pinchaba para ver cómo iba, chequeaba cuánto carbón le quedaba. Quise pedirle que diera vuelta los chorizos, que le sacara brasa a la carne, qué sé yo, ni siquiera sabía qué había en la parrilla porque estaba anonadado y ella me hablaba de algo que le contó Pascual sobre nosotros y me decía que era hincha de River y me cargaba porque nos habían ganado la final de la Libertadores mientras preparaba una criolla y un chimi que olían re bien, pero era una mujer hablando de fútbol, haciendo el asado y Pascual como si nada… no… como si nada no…. Pascual hacía las ensaladas y no le indicaba nada sobre el asado, no controlaba cómo iba, qué estaba haciendo. Hacía las ensaladas, ponía la mesa, ¡las canastitas de pan! y el salame cortado ¡por ella! en esas fetas grandes que sólo saben cortar los expertos y que a mí no me salen ni por la mitad. No lo podía creer, me bajó la presión incluso, pero me la banqué como un campeón.
—Me contó el Flaco Valderrey que estuviste internado.
—Sí, después de esa noche quedé devastado. Pero eso fue más tarde, todavía no te conté lo peor…
» El Zabeca, el Choborra y Goyo salieron al patio. Estaba linda la noche, daba para comer en el quincho. El aroma de la parrilla nos hacía babear como animales. Olía bien la carne, hay que decirlo. Pascual apareció con un vino y nos contó que era de una bodega bla y una cosecha bla, sabor a Malbec. Me quedó claro que era uno de esos vinos que, mientras más nombres tienen, más caros salen. Para mí todos tienen el mismo sabor, salvo el vino de caja, ese ya no… pero en la botella es el mismo vino con otra etiqueta, no me jodas. Como la leche entera y la descremada, eso lo sabemos todos y se las dejamos pasar. Como a Pascual, le dejamos pasar que preparara las ensaladas y pusiera la mesa mientras la mujer hacía el asado, no lo gastamos ni nada. Pero redobló la apuesta y, junto con el vino, nos trajo a su hija para presentárnosla: pelo rapado a los costados, cresta, tatuajes y (ya era predecible a esa altura)… novia. La hija nos saludó a todos y nos presentó a la chica como si dijera “Esta es mi prima”. Pascual les preguntó si se quedaban a comer y dijeron que no. Yo supuse que se iban porque tenían pinta de veganas, pero la hija, en voz baja, le comentó algo sobre el aborto de una amiga que tenía un ex novio con perimetral. Pascual ahí sí que se puso serio… ponele. Vayan con cuidado, dijo, y listo, como si con eso resolviera todo. Yo a mi hija ni en pedo la dejo meterse en ese quilombo por más amiga que sea… en esas cosas no. Parece que Pascual piensa otra cosa porque las dejó ir como si todo fuera de lo más normal; dos menores de… no sé si de dieciocho o de veintiuno… dos pibas no pueden andar haciendo esas cosas, ni entre ellas ni con las amigas. La mujer en la casa, por Dios, lo sabemos todos. Pero no asando, tampoco eso. Te juro que sentía que me iba a desvanecer ahí mismo. Mirá, con sólo contarlo…
—Estás pálido, Patricio. Pará un poco, calmate. Tomá aire.
—Algo salado, con un sanguchito se me pasa. Mozo…
—Camarera.
—¿Cómo?
—Es mujer, es camarera.
—¿Camarera? ¿No se dice moza, a lo sumo?
—Es mejor decirles camareros o camareras.
—Ah, vos también estás con la a, la o, la e y pensar cómo se dicen las cosas, a quién le afectan y toda esta pelotudez que se viene poniendo de moda. Mirá hasta dónde hemos llegado, Jade.
—Calmate que te va a dar algo. Esperemos el sándwich, relajate y me seguís contando.
Mientras esperábamos la comida, hablamos del clima, de nuestras familias, recordamos nuestra infancia en el pueblo. Él estaba igualito y yo bastante cambiado, según me dijo; con todos los modismos de habla iba para atrás, pero tenía buena pinta. Como Pascual, que tenía estilo, aunque se había ido al carajo:
—A la mierda se fue todo. Con el Zabeca nos mirábamos como si hubiéramos sido abducidos por otra raza o por extraterrestres, nos sentíamos como en algún capítulo de La dimensión desconocida.
» Escuchá esto: la hija, antes de irse, le preguntó si podían llevarse un par de… te caés de culo… un par de cogollos. ¡Cogollos!
» Y Pascual, como si les estuviera dando una pata de pollo y tres chinchulines: Sí, dale, agarrá, están a punto caramelo. ¡A punto caramelo, le dijo! ¡A punto caramelo!
» ¡En cana podría haber terminado si caía la policía y me encontraba en un cultivo ilegal, rodeado de lesbianas y de mujeres asando! Por cierto, el asado estaba exquisito. Las ensaladas podrían haber tenido un poco más de aceto o como carajo le llamó Pascual. También les faltaba vinagre. Yo te juro que no daba más. Mientras repetía una buena porción de mollejas, sentía un sudor frío, la presión baja… los otros tres estaban iguales. La carne, qué carne, bien elegida, bien cocida… una cosa increíble, increíble… en qué mundo vivimos… no se puede creer… ya no se puede vivir así, che.
Patricio susurró las últimas palabras. Estaba pálido y se desvanecía, como si cada parte de su cuerpo se disolviera, empezando por su cabeza. Se levantó y me saludó con un gesto de la mano, sin fuerzas. No pagó su parte, el muy ratón. Cuando salía del café, tropezó con el umbral y se fue dando tumbos hacia la calle.
—¡Se va a caer! —gritó una clienta que estaba cerca de la puerta.
*Hernán D’Ambrosio nació en General Rodríguez (Argentina) en 1985. Es Profesor de Letras. Escribió las novelas Cosas que pasan (2013), Sutra de Buenos Aires (2015) e Imagen y semejanza (2018), y los libros de poesía Singing in the brain (2010) y Una cosa que empieza con P (2018). También es autor de la novela web Hyperville (2012). Coordina grupos de lectura y escritura desde el 2012. Sus cuentos circulan por la web en distintas revistas.