Se acaban de cumplir 120 horas de uno de los episodios más graves y nefastos de los últimos 40 años de democracia argentina, sin que pase absolutamente nada significativo al respecto. Muy por el contrario, las cosas parecen estar iguales o incluso peores que antes y todo parece tristemente encaminarse hacia la consolidación de una impotente quietud.
Hace 5 días tuvimos el no grato agrado de presenciar el intento fallido de ejecución pública de la representante popular más importante de la historia contemporánea argentina y latinoamericana. Un acto que por gracia divina o buena fortuna no llegó a consumarse, ya que de lo contrario hoy nos hallaríamos inmersos en una realidad aún muchísimo más violenta y oscura.
Inmediatamente después del suceso se convocó a una manifestación popular para bancar a Cristina Fernández de Kirchner, denunciar la violencia política, defender los valores democráticos y llamar a la paz social.
La convocatoria fue un éxito, la movilización fue masiva. Pero lo fue no por mérito de nadie, sino por arrojo propio de unas circunstancias extraordinarias que así lo ameritaban. Más allá de eso, poco se hizo para encausar esa efervescencia popular detrás de una serie de demandas tendientes a cambiar el estado de las cosas.
𝗖𝗹𝗮𝗿𝗼 𝗢𝘀𝗰𝘂𝗿𝗼
A estas alturas del partido está más que claro que la gran mayoría de los argentinos queremos vivir en democracia, gozando de un pleno estado de derecho y alejados de todo tipo de violencia. Es una obviedad. Ahora, deberíamos preguntarnos: ¿que estamos haciendo para conseguirlo o que deberíamos empezar a hacer?
Para muchas personas la democracia parece resumirse solo a la posibilidad de elegir periódicamente a sus representantes y tener la plena libertad de expresarse. Creen que la democracia es ¨poder decir y hacer lo que se quiera, cuando se quiera y donde se quiera¨ dentro de los marcos de la ley. El problema subyace en que las condiciones materiales del total de la población no permiten el desarrollo pleno de esas garantías democráticas. Todos y todas tenemos la libertad de expresarnos, pero no todos y todas somos escuchados. Que podamos hablar no significa que nos vayan a oír. Y el sustento de esas condiciones materiales que aseguran la reproducción de un solo discurso, plagado de odio, se encuentra amparado y subvencionado por cada uno de nosotros. Le damos de comer a la máquina de picar carne, no una, sino dos veces.
En este sentido, creo que a más de uno nos hubiese gustado que tras los tristes e infames hechos vividos en los últimos días se dejara en evidencia la imperiosa necesidad de avanzar en el fortalecimiento de la calidad democrática, poniendo el acento en las reformas ineludibles que deben llevarse adelante para así garantizarlo. Pero vuelvo a repetir, nada de eso paso.
Mucho se habló sobre la inoculación de odio que realizan los medios hegemónicos y las consecuencias sociales que esto acarrea. Es sencillo reconocer que en este atentado contra la vida de la vicepresidenta no solo hubo un autor material, sino también un autor ideológico que suele esconderse detrás del oxímoron de ¨periodismo independiente¨. Sin embargo, poco se habló de cómo se financia a esa maquinaria de odio y violencia. El énfasis debería haber estado más que nunca puesto en la necesidad de tener una nueva ley de medios, que evite la monopolización del discurso y asegure los derechos de expresión e información. Una nueva regulación audiovisual que determine una distribución de la pauta más equitativa y justa. ¿O acaso no es obvio también que en este estado de cosas lo único que conseguiremos será reproducir inevitablemente los mismos resultados? ¿Acaso no es evidente que estamos financiando a nuestros propios verdugos? ¿Cuánta guita le estamos pagando a Clarín y compañía para que envenenen a la población? ¿Y no somos por ello, en parte, también culpables del desenlace de los acontecimientos?
Mucho se habló de los intentos evidentes de proscribir a CFK mediante la manipulación de causas judiciales, y en relación con esto sobre el deterioro del estado de derecho argentino, el avasallamiento de las garantías constitucionales y la connivencia política de los jueces con los poderes concentrados de la economía local y transnacional. Es decir, sobre todo el conjunto de problemas que hacen también al deterioro de la calidad democrática argentina y nos condujeron a este punto crítico de tensión política actual. Sin embargo, poco se señaló la urgencia de llevar adelante una reforma judicial que tienda a contrarrestar este acuciante dilema. Reforma judicial que de hecho fue prometida en campaña por el frente político gobernante, pero jamás se atinó siquiera a ensayar. Y acá, en este punto, podemos volver a hacernos de nuevo las mismas incomodas preguntas: ¿Hasta qué punto no somos también culpables del desenlace de los acontecimientos, si no se hace nada por avanzar en el saldo de esta deuda de la democracia? ¿Acaso no es evidente que estamos alimentando un monstruo que, más temprano que tarde y sin piedad alguna, vendrá por nuestras cabezas?
¿𝗬 𝗲𝗹 𝗾𝘂𝗶𝗹𝗼𝗺𝗯𝗼 𝗱ó𝗻𝗱𝗲 𝗲𝘀𝘁á?
Fueron muy pocas las figuras públicas o los representantes políticos de peso a los que se pudo escuchar en estos días haciendo hincapié sobre estos déficits gemelos, por no citar otros tantos, de nuestra democracia. Hasta el momento la acción más osada que vi fue la creación de una remera con la definición de Cristinear. Y sí, estoy siendo sarcástico.
La Confederación General de Trabajo, de la que nada se esperaba, nada está haciendo. Solo emitió una convocatoria para el día de ayer, la cual desactivo durante el transcurso de la jornada con la excusa de que no tenían luz en el edificio. Son un chiste, y uno muy malo. ¿En serio, ante un evento de esta magnitud suspenden la reunión por falta de luz? ¿Quisieron asesinar a la referente política más importante del peronismo y suspenden la reunión porque no tienen luz? ¿Tan aburguesados están muchachos? Hagan la reunión en una plaza, a la luz del sol, déjense de joder. Pero bueno, es algo a lo que ya nos tienen acostumbrados. Vienen llegando tarde a la historia desde hace mucho. Hace unos días atrás también suspendieron una reunión para tratativas paritarias porque caía en fin de semana largo y muchos de sus peses gordos tenían pactado hacer un viaje durante el mismo. Así de bizarro como suena, con este nivel de pérdida de poder adquisitivo y estos ritmos inflacionarios, los tipos suspenden una reunión clave para poder tomarse los días de descanso. A estas alturas podrían pensar en cambiarse el nombre a CGTB, porque parecen una Confederación General de Trabajadores Burgueses.
Mientras tanto, durante el transcurso de todo este quilombo, el gobierno nacional se atrevió a hacer uso por fin la lapicera, pero para hacer recortes presupuestarios. Mientras multitudes se agolpaban en las inmediaciones de la casa de Cristina Kirchner para apoyarla, tras el desopilante pedido de 12 años de prisión por el fiscal Luciani en una causa sin gollete, el ministro de Economía aprovechaba para hacer ajustes de los más ortodoxos y antipopulares que se puedan imaginar. No conforme con eso, horas después del atentado contra la vicepresidenta, el ministerio a cargo de Massa redoblaría la apuesta aumentando las retribuciones otorgadas a los productores de soja que procedieran a liquidar sus cosechas. Lisa y llanamente, un premio más para los especuladores.
Todo esto debería invitarnos a la reflexión, a preguntarnos todos y todas si realmente se tiene dimensión de lo que acaba de acontecer. ¿En verdad entendemos que estuvimos a un segundo de perder no solo a nuestro mayor exponente político, sino también todo el poco atisbo de cordura civilizatoria que nos queda? ¿En serio estamos conscientes de que estuvimos a un gatillado más del desastre?
Hasta el momento todo parece indicar que no. Nada verdaderamente significativo parece estar pasando para revertir este estado calamitoso de cosas. Y que quede claro, nadie está pidiendo acá la revolución bolchevique. Pero algo, aunque sea un centro para el lado de la justicia. ¿Cuál es la excusa para quedarse en el molde, garantizar la paz social? ¿Qué paz social? Acá solo pareciera estarse resguardando una sola clase de paz, la paz de los cementerios.
Deseo con todas las fuerzas de mi corazón estar equivocado, que algo en los subsuelos de la patria se esté gestando para revertir esta situación y que todo esto no haya ocurrido en vano. Ojalá algo se esté cocinando en estos momentos para dar vuelta la taba de una vez por todas, un verdadero proyecto que movilice participativamente al pueblo y lo involucre de lleno en las discusiones que es necesario dar y las reformas que es necesario emprender para poder tener una verdadera democracia y no esta democracia jaqueada. De lo contrario, cerrame la ocho.