Por Leandro Trimarco.
Fernando VII: -Tengo un ejército.
José de San Martín: -Tenemos un Güemes.
Esta es una historia nada objetiva y delirantemente relatada sobre Miguel de Güemes, comandante de los Infernales, defensor de las tierras del Norte, roba barcos a caballo, abofeteador de porteños y españoles por igual, el más hinchapelotas de todos los generales independentistas y uno de los tácticos más finos de su generación. La misma contiene observaciones que pueden herir la sensibilidad de los habitantes de la capital, terratenientes y españoles realistas. Todas las fuentes han sido cotejadas, salvo que se indique lo contrario.
El pequeño Güemes
El pequeño Güemes fue hijo de Don Gabriel de Güemes y Doña María Magdalena Goyechea y la Corte, nació en el seno de una familia patricia de Salta, en 1785 (no se olvide de este dato) y como todo joven nacido entre los chetos de la época tenía dos destinos más o menos claros para su vida: jugar un papel lamentable en el proceso de independencia (acopiar bienes esenciales, reprimir a la población, traicionar, hacer acuerdos patéticos con comerciantes y oficiales ingleses, fusilar a Dorrego), o conducir el proceso revolucionario luchando la mayor parte de su vida para luego ser reducido a una anécdota infantil por los historiadores positivistas. Para esto último tómese como ejemplo a San Martín, Belgrano, Artigas, Remedios del Valle, o básicamente cualquier soldado raso de los ejércitos revolucionarios.
A los catorce años ingresa en el colegio militar y comienza su entrenamiento como jinete, aprende los fundamentos de la táctica y adquiere dotes de organización y logística que serán su sello personal de disciplina militar y su principal virtud en las guerras por venir. A los 26 años verá su primera batalla real durante las invasiones inglesas entre 1806 y 1807.
El saldo de esta contienda fue que las milicias bonaerenses junto con las tropas que fueron llegando del interior vencieron a la armada inglesa primero en 1806, luego definitivamente en 1807 luego de recuperar la ciudad que había sido tomada por el Almirante Whitelocke.
Durante las batallas Güemes participó en el frente de los defensores y protagonizó un episodio entre grandioso y bizarro: tomó un barco con una escuadra de caballería. Es decir, por primera y única vez en la historia argentina un barco y un caballo se enfrentaron, saliendo victorioso el caballo. Rarísimo.
Según las crónicas de campaña, un cambio brusco en la dirección del viento hizo que el nivel del río bajase y el navío inglés “Justine” encallara, siendo así rápidamente abordado y tomado por Güemes que había recibido aviso de los centinelas. Una vez anoticiado, tomó los jinetes que pudo e improvisó una carga sobre el barco artillado y con una tripulación de alrededor de cien soldados. Piense por un segundo en el oficial al mando en la cubierta cuando le tocó explicarle a su almirante que perdió el control de su barco contra caballos. -¿Exactamente cómo perdió usted un barco a manos de un caballo? Güemes. No lo entenderías.
El punto es que, a sus veintiún añitos, su carga le costó una pieza fundamental de artillería al enemigo que no volvería a 1807, pero, aunque el joven Güemes participó de la segunda y definitiva defensa, la muerte de su padre y su situación de salud lo llevaron a pedir licencia por tiempo indeterminado y volvió a Salta.
Sabemos muy poco de la enfermedad que le afectó en Buenos Aires, o si ya tenía alguna condición congénita. Las crónicas describen una afección que podría ser similar a la hemofilia, que es un problema en la sangre dificulta seriamente la cicatrización de las heridas por pequeñas que sean. Hay rumores al respecto de que esta enfermedad sería la causa de que Güemes no participara directamente en la mayoría de los combates, sino solo como estratega. En el futuro, sus detractores, principalmente MITRE, dirían que no tomaba parte en las peleas cuerpo a cuerpo por ser un acobardado demagogo obsesionado con mantenerse en el poder. En realidad, lo que querían decir es que les molestaba mucho que Güemes no se sometiera al proyecto de poder central bonaerense.
¡Flota como mariposa, pica como vinchuca!
Cuando la revolución de mayo estalla, inmediatamente se movilizan los contrarrevolucionarios y tropas realistas son llamadas desde el alto Perú a descender hacia Buenos Aires y sofocar las juntas de gobierno. Este ejército español es mucho más grande, más disciplinado y cuenta con amplios recursos, sus desventajas son la distancia y la geografía. La figura principal enviada desde al Norte, a frenar la contrarrevolución es Manuel Belgrano, quien asume el papel de comandante. Güemes luchará bajo su mando desplegando una irestrategia que irá perfeccionando con los años: vaciar el terreno, evitar las batallas decisivas, atacar como una guerrilla, ser un rival hinchapelotas.
Imaginé que usted es Pio Tristán, generalísimo de las tropas imperiales, la mano del rey en América, y tiene como misión devolver el orden a la colonia y para eso deberá someter con sus tropas a todas las ciudades que encuentren su camino al río de la plata. Pero se le complica un montón: va marchando con sus soldados y de repente se entera que atacaron sus reservas de agua; va a ver lo que ocurre y oye que se roban los caballos; voltea rápidamente, pero a sus espaldas un grupo de gauchos a caballo cargan contra su artillería, golpean una vez y se van. Usted quiere atacarlos con toda la fuerza de su ejército, pero no están en ningún lado. Se fueron de las ciudades, no están en sus ranchos, cubren muy bien sus huellas por el monto y andan siempre en pequeñas unidades. Su comandante no parece estar presente en ningún lugar fijo. Lo molesta a cada paso que da. Pareciera que se va a dormir dejando las órdenes para atacar intermitentemente durante la noche. Usted quiere retarlo a un combate, pero él juega a roerlo lentamente como una gota de agua. Este Güemes. No lo verá jamás, solo oirá de su estrategia, de cómo se vuelve el primer gobernador de Salta, de cómo adiestra a gauchos fantasmas que le siguen ciegamente, y a quienes llaman «los infernales.»
Luego del éxodo jujeño, recurso de Belgrano para retrasar el avance español y la batalla de Tucumán, el Norte queda a cargo de Miguel de Güemes y su familia que darán hasta lo último para defenderlo.
Por si está tarea no fuera de por sí difícil, Güemes además de contener a sus tropas debe soportar las embestidas de Buenos Aires, cuyo gobierno aspira a ser central y exige la sumisión de las provincias. El encargado de someter a Güemes será Rondeau, para lo cual llevará adelante una expedición contra Salta aún mientras existía el peligro del avance español.
Se dice que siempre hay más odio en la interna que contra los enemigos extranjeros. Buenos Aires lo lleva al extremo. Prefiere ver sometidos a sus rivales que consumada la causa de la independencia.
Rondeau pedirá a San Martin que vuelva para ejecutar la represión interna. No obtendrá respuesta. Pero Güemes directamente deberá combatirlo.
Sabe además que una victoria contra los españoles, avanzar hacia el alto Perú, es imposible. Lo único que puede hacer es estirar la pelea hasta que el ejército de los Andes venza, o sea definitivamente derrotado.
Miguel de Güemes terminó sus días dando ese combate hasta el final. Luego de casi una década de atacar, esconderse y resistir, el General fue herido durante una retirada luego de asaltar la ciudad de Salta ocupada por los realistas.
Algunos aseguran que la herida fue demasiado grave en su espalda, otros que fue algo menor pero si enfermedad no le dió oportunidad.
En su lecho de muerte dió las indicaciones finales a los infernales para seguir luchando hasta donde fuera humanamente posible. No vió realizado su sueño en vida: después de asaltar un barco a caballo y pelear casi un tercio de su vida, murió a los 36 años.
Sus gauchos junto a su hermana Macacha y Juana Azurduy seguirían en guerra contra España hasta el día que ya hubiera más reyes en América. Se reencontraron en el campo con el general español al que retiraron para siempre después de propinarle una derrota de proporciones épicas.