#Opinión | Por Ariel Martínez
200 años no han alcanzado para escapar del laberinto. Nuestro país, particularmente los sectores populares, se encuentra girando en una rueda de hámster que impide la resolución de problemas sociales graves que viene padeciendo el castigado pueblo trabajador: una economía primarizada, dirigida por sectores agro exportadores que conforman una oligarquía diversificada, que controla la exportación de commodities, aliada a las finanzas imperialistas, también manejan la timba financiera local. Ese, en muy resumidas palabras, es el entuerto que provoca que una gran parte del pueblo este sumida en una pobreza estructural producto de la falta de un desarrollo industrial.
No es incapacidad, no es pereza, no es maldad. Es un complejo, pero para nada oculto, entramado económico que hace de nuestro país una semi colonia cuya soberanía se ve aplastada por la dominación, de hecho, de los países imperialistas, industrialmente desarrollados.
La pandemia de Coronavirus que afecta al mundo entero no hizo más que exacerbar y dejar expuesta los graves problemas económicos mundiales que cotidianamente genera una economía en la cual más de la mitad de la riqueza producida mundialmente es apropiada por el 1 por ciento de los sectores más ricos del mundo. En ese esquema de robo y saqueo debe comprenderse la realidad que atraviesa nuestro país.
«Sin independencia económica no hay posibilidad de justicia social»
Esa fue una de las premisas que un viejo dirigente sostuvo y llevo adelante a la hora de conducir el gobierno de nuestro país. Esa fue una de las premisas que el pueblo trabajador comprendió, impulso y defendió.
Pues bien, si algo no es hoy la economía de nuestro país, es independiente. Quizás ese vínculo de dominación se oculta, pero sus efectos son bien visibles: mediante múltiples mecanismos de saqueo y robo se transfiere riqueza hacia los sectores dominantes de nuestra injusta estructura económica.
Uno de esos mecanismos que el pueblo padece brutalmente desde hace tiempo, aunque se profundizó aceleradamente en los últimos días, es el aumento constante de los precios en general y, particularmente, el de los alimentos.
La situación en las barriadas es crítica, y no toda la dirigencia política y sindical parece comprenderlo.
El encarecimiento de los combustibles se traslada a la cadena de precios. El consumo de carne se ha convertido en un lujo para una gran parte del pueblo. El pan, las verduras, la leche, es decir, todos los artículos de primera necesidad, han entrado en una escalada de aumentos que cada vez los alejan más de la posibilidad de compra para el bolsillo popular.
A pesar de los esfuerzos de sectores militantes, que a diario buscan la forma de arrimar productos a menor costo a los barrios, o de tímidas, escasas (y a veces nulas), políticas de intervención en las cadenas de precios, la sangría no logra detenerse.
Es que el aumento de precios no es el problema, sino su manifestación. Pueden intervenirse los precios (de hecho, debería ser una medida económica mucho más agresiva) tratar de fijarlos, controlarlos, pero todo, siempre, vuelve a foja cero si no se transforma la estructura desigual de nuestra economía primarizada, sino se modifica la propiedad de los recursos económicos, es allí donde se ubica el origen de la injusticia social.
Es importante que los sectores populares, los trabajadores organizados, los trabajadores de la economía social, comprendamos que es necesario trastocar la economía injusta que sume a gran parte del pueblo en el desempleo, el hambre y la pobreza.
El gobierno del frente de Todos debe generar organización y apoyarse en aquellos sectores para ya organizados, para dar esa batalla necesaria. Retomar el control soberano de los puertos, recuperar la propiedad estatal de los servicios públicos, generar logística de exportación mediante una marina mercante propia, generar mecanismos financieros que estimulen la producción nacional, generando vínculos, de forma solidaria, con los pueblos latinoamericanos.
No es una pelea que pueda dar la dirigencia, ni políticos de escritorio. La economía real es una disputa, y esa disputa solo puede darla el pueblo organizado, politizado, y consciente de sus intereses. Esa es la tarea que nos apremia si realmente buscamos la soberanía económica y el bienestar de nuestro pueblo.
Como dijo ese viejo general: “La economía no es ni ha sido nunca libre: o se la dirige y controla por el Estado en beneficio del Pueblo o la manejan los grandes monopolios en perjuicio de la Nación”.