La historia de esta iniciativa nace de la mano de Adolfo Pérez Esquivel, docente y artista argentino, reconocido en 1980 con el Premio Nobel de la Paz por su lucha en defensa de los Derechos Humanos durante la última dictadura cívico militar.
Su compromiso con los sectores más postergados y desprotegidos, lo llevaron a fundar en 1974 el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), una organización social que busca promover los valores de la paz, la solidaridad y la no violencia.
Para Pérez Esquivel la educación cumple un rol fundamental en la “resistencia social, cultural y política” de los pueblos. Es por eso que, frente a la situación de los niños, niñas y adolescentes en riesgo de pobreza, violencia o exclusión social, crea en la década de los `90 el proyecto «Aldea de Jóvenes para la Paz». Se trata de un programa educativo y productivo, dependiente del SERPAJ, que tiene como objetivo proteger los derechos de la población infantojuvenil.
Inicios
La primera sede del proyecto “Aldea Jóvenes para la Paz” tiene lugar en nuestra ciudad, en el barrio La Capilla, a pocas cuadras de la Escuela Primaria Nº 5. “Desde comienzos de los ´90, Pérez Esquivel venía trabajando con chicos que vivían en la calle. Ahí surge la idea de conformar un espacio para contener esta situación, inspirado en las escuelas de arte y oficio. Por sus propios medios consigue fondos para comprar estas diez hectáreas y, junto a su familia, construyen el quincho y colocan el molino”, explica Cecilia Valerga, Directora de la institución.
La conformación de este lugar se formaliza en 1999, a través de un convenio firmado con la Dirección General de Cultura y Educación donde se reconoce al proyecto como Centro de Formación Profesional 403 de General Rodríguez. Luego, en 2003, se crea una segunda sede en la localidad vecina de Pilar.
Durante sus más de veinte años de existencia, intentan fortalecer esa unidad de lucha, iniciada por Pérez Esquivel, quien hoy tiene 90 años y acompaña desde otro lugar. “La Aldea de los Jóvenes ocupa un lugar sumamente importante en su vida: él la pensó, la peleó, la imaginó y la concretó. Si le decimos que venga él ya está con un pie arriba del auto. Cuando estamos perdidos le consultamos a él, es nuestro consejero”.
La inscripción a este espacio es gratuita y está abierta durante todo el año y, finalizadas las capacitaciones, los estudiantes reciben un certificado que les dan la posibilidad de una inserción laboral real.
Educar y contener
La propuesta es a contraturno de la escolaridad obligatoria, en su mayoría los estudiantes asisten a la escuela por la mañana y, por la tarde, se dirigen a este espacio. “Se trata de capacitarlos en los primeros instrumentos del oficio y en la proyección del mundo del trabajo. Hay muchos chicos que son cuarta o quinta generación de padres desocupados, queremos mostrarles que hay posibilidades de romper con eso”, dice Valerga, que hace más de veinte años trabaja en la institución.
“El proyecto está destinado a adolescentes, de entre 12 y 18 años, de barrios periféricos de General Rodríguez. Actualmente tenemos una matrícula de 110 estudiantes”, cuenta Valerga. Para llegar a la aldea, que se encuentra escondida en las afueras de la ciudad, hay un colectivo que va desde Pablo Marín hasta el barrio Marabó, que luego regresa y deja a los alumnos en la puerta de la Escuela N°5, a pocas cuadras de la Aldea.
Por otro lado, en relación a la educación por la paz y la no violencia, menciona que intentan “desnaturalizar ese tipo de situaciones y mostrarles que hay otras formas de resolver los conflictos”. Es por eso que trabajan también en la promoción de la Educación Sexual Integral (ESI) para construir vínculos sanos y respetuosos.
En la misma línea, Denise Alegría, quien trabaja en el área social de la institución señala: “Realizamos talleres que tienen que ver con la salud, la educación y las formas de relacionarnos entre nosotros y con nuestras familias. Trabajamos en las problemáticas puntuales que surgen en este espacio y en la resolución de conflictos. La idea es poder desarrollar distintas herramientas para construir relaciones diferentes, más saludables para todos”.
Además de la desocupación de sus familias, gran parte de los estudiantes de la institución atraviesan múltiples violencias. “Muchos de ellos no tienen cubierto al 100% su derecho a la vivienda digna o a la alimentación. Algunos tampoco acceden al derecho a la identidad ya que no cuentan con DNI. Cuando cumplen 18 y no están inscriptos la situación se judicializa y es más compleja. El sistema no está preparado para estas problemáticas”, expresa Valerga. Por otro lado, menciona que también se ven atravesados por las adicciones, la violencia de género e intrafamiliar.
Sin duda, la función social que cumple este centro de formación es fundamental ya que, además de capacitar, se encarga de contener y acompañar, tanto a los y las estudiantes, como a sus familias.
En cuanto a la alimentación, cabe destacar que la aldea cuenta con comedores donde los jóvenes reciben el almuerzo y la merienda. Además, a partir del 2020 les dan, una vez por semana, una bolsa de alimentos a las familias. Por otro lado, buena parte del comedor se abastece con la huerta orgánica que posee la institución.
En esta contención es clave el rol de los docentes que día a día acompañan y escuchan a sus estudiantes. Dentro de este centro hay 16 profesores y profesoras, más preceptores/as que encaran la tarea de educar y aportan su granito de arena para que la sociedad sea más justa. Por un lado, se dictan talleres artesanales, como marroquinería, electricidad, plomería, carpintería, panadería, conservación de alimentos, serigrafía. Y, por otro lado, se desarrollan talleres agroproductivos como por ejemplo de apicultura, avicultura, huerta orgánica, entre otros. Leopoldo Martínez es docente del curso de Quesería y comenta: “Los chicos y chicas empiezan aprendiendo cómo es el proceso de producción de la leche, cómo se ordeña y qué alimentos comen las vacas. A lo largo del año trabajamos en la elaboración de queso, dulce y ricota. A medida que vamos teorizando sobre los distintos procedimientos vamos practicando”.
Reflexión
Desde la institución son conscientes de las desigualdades que presenta nuestra sociedad, sobre todo de las problemáticas que atraviesan cotidianamente los jóvenes y adolescentes, por eso reivindican las luchas por sus derechos y el respeto por las diferentes cosmovisiones. “La distribución desigual de la riqueza genera violencia y violación de nuestras facultades. Cada uno de nosotros tenemos que pelear para que nuestros derechos se cumplan, hay que empoderarse de manera no violenta”, comenta Valerga. Además, resalta que esas violencias muchas veces no son físicas, sino más bien simbólicas, y conducen a una estigmatización de los sectores populares marginalizados.
Frente a esta realidad, desde la institución destacan que la aldea está abierta para recibir a todos y todas. A modo de reflexión, Valerga concluye: “Nadie tiene la receta de cómo hay que vivir, todos hacemos lo que podemos con lo que tenemos, pero mi deseo es que los jóvenes se permitan soñar e imaginar. La idea siempre fue mostrarles que otro camino es posible”.