Se cumplen 70 años del atentado terrorista del 15 de abril de 1953 en medio de una multitudinaria concentración popular convocada en la Plaza de Mayo por la CGT.
La central sindical había convocado allí, a un paro con movilización, en defensa del Pueblo y en contra del agio, la especulación y los formadores de precios, que como hoy buscan saquear los bolsillos de los trabajadores a través de la inflación.
Cuando estaba hablando Perón, se escuchó un tremendo estruendo. Era una detonación de 50 cartuchos de gelignita en un hotel sobre una de las calles laterales de la plaza. La reacción del general es inmediata y detiene su discurso, y luego de unos instantes dice: -¡Compañeros! Estos, los mismos que hacen circular rumores todos los días, parece que se han sentido más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba.
Es en ese momento que explota la segunda bomba, esta vez mucho más poderosa: 100 cartuchos de gelignita en la estación Plaza de Mayo de la línea A de subterráneos. Hay corridas, desconcierto, pánico en una multitud que no comprende tan demencial atentado. Quedan como estela, 6 cadáveres, 93 heridos y 16 personas mutiladas…
Los terroristas también habían colocado bombas sobre el techo del Banco de la Nación, con la intención que la mampostería se desplomara sobre la multitud apiñada en sus cercanías. Esas bombas no estallaron.
Queda como un recorte parcial de la realidad la historia oficial, que solo muestra a la multitud llena de indignación y estupor pidiendo ¡leña, leña!. Queda como construcción del sentido común, la multitud incendiando esa noche las guaridas de los responsables, la Casa Socialista, el Comité Capital de la UCR, el Partido Demócrata Nacional, el Jockey Club.
Nada dirán los escribas de la historia, de esos muertos, los heridos y los mutilados. Y construyen -como hoy-, un perverso mecanismo justificatorio. Al tiempo que esa “intelligentzia” le quita todo rasgo de la condición humana a los sectores populares que piensan distinto y piden un reparto igualitario de la alegria, va justificando lo inexplicable para sostener que el Pueblo se merece ese horror y hasta el exterminio.
Nada se dirá de los autores. Al cabo, serán indultados por los golpistas del ´55.
Nada dirán. Y aún hoy, lo leí por ahí, repetirán a coro que la violencia terrorista que provocó muertos, heridos y mutilados fue contestada con “más violencia” que se tradujo en la quema de un par de reliquias inmobiliarias y la pinacoteca del Jockey Club. Como siempre primero la propiedad, antes que los seres humanos.
Sin embargo, recordemos hoy estos abominables hechos recordando a los asesinos:
El capitán Eduardo Thölke fue quien proveyó los explosivos.
Arturo Mathov, el jefe operativo de los atentados, fue diputado nacional por el radicalismo en los ´60. Su hijo, Enrique Mathov será unos de los máximos responsables de la masacre del 20 de diciembre del 2001.
Los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse, exponentes de una familia patricia vinculada a los negocios inmobiliarios y ganaderos; primos de Alejandro Agustín Lanusse, dictador de los 70, que en 1951 atentó contra la vida del Presidente Perón a quien debía proteger como jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Los miembros de la Juventud Radical, Carlos Alberto González Dogliotti y Roque Carranza, éste último llegaría a ser ministro de Raúl Alfonsín, siendo premiado paradójicamente con el nombre de una estación de subterráneos…
Esto nos pasó un día como hoy, hace 70 años. Estos son los responsables. Y para comprender algunos “grietas” y horrores de hoy, sepamos que la historia viene de lejos, y que la naturalización del odio y el terror abona el olvido, y así el olvido solo construye la impunidad: la base de toda injusticia.
*Abogado de trabajadores y trabajadoras. Docente UBA