Por Luis Roa*
Hacía frío esa noche de julio en la Mar del Plata de los años de plomo. El hombre salió – como tantas veces -, de su estudio de la calle Rioja al 1400. Con Ernesto como siempre. De noche como casi siempre. Y caminó unos metros por Luro para tomarse ese café, de parado, como le gustaba a él, como de costumbre. Y fue el último de ese hombre sencillo, sencillo como su obra, enorme como su sencillez.
Norberto Centeno, el tordo, no se pretendió creador, sino compilador: acopiador de doctrinas y jurisprudencias pretéritas, acumulador de la memoria colectiva, intérprete de trabajadores que se sabían anchos de hombros en épocas en que llevaban en sus sobacos nada menos que una LCT y el convenio colectivo: verdaderas armas que edificaron la soberanía de los humildes.
Y al viejo lo tragó la noche triste y brutal. Se lo llevaron, diría el expediente. Como tantas veces: como en el `55 o como en el Conintes por peronista, como con Onganía, como la misma noche del 24 de marzo. Pero esta vez su tozudez no alcanzó. Ya se habían llevado parte de su obra, con el desguace de su ley de contrato de trabajo, apagando la vigencia de 27 artículos y mutilando otros 98: 125 en total diría la estadística.
Y no bastó con la mera abrogación. La bestial dictadura no tendría reparos en la mutilación completa: la de la obra y la del propio creador, la de esa modesta ley y la de ese abogado de trabajadores. Tenían que demostrarlo: nadie jode con los que mandan.
Y siempre me pregunto:
– ¿Qué habrá pensado en su martirio?
– ¿Qué poderosa fuerza pueden tener las palabras para explicar tal masacre?
– ¿Qué subversivo puede ser el ejercicio de abogar por los débiles?
– ¿Qué peligro acarreaba al poder asaltado, el enorme berretín de éste tordo -como otros-, de defender los derechos de los que tienen su trabajo para ofrecer al dios-mercado?
– ¿Habrá visto en su memoria jugar con sus hijas, o abrazar a su mujer?, ¿o tal vez a esos compañeros esperando ser atendidos en sus estudios jurídicos como fábricas?, ¿o quizás torear en el medio del conflicto bravo?
– ¿Qué habrá sentido cuando escucho a los perros ladrar: los que administramos justicia ahora somos nosotros… esta es la Noche de las Corbatas?
No puedo afirmar que tanto él, como Salvador Arestin, Tomás Fresneda, Raúl Alais, Jorge Candeloro, pero también Néstor Martins o Carlos Moreno, fueran héroes de gesta, sólo que ya no están porque decidieron vivir y morir en su ley, la de los hombres justos y consecuentes.
Lo que no pudo prever la dictadura fue la actitud de ese mozo que en el entierro triste puso su chaqueta sobre el féretro, en ofrenda al abogado que daba su vida; en ese llanto de un trabajador ya estaba sembrándose la resistencia.
Y aunque las leyes obreras de la democracia vienen y van, y huelan a saldo deudor con los trabajadores, hoy el mensaje de Centeno se recupera y multiplica en jóvenes que buscan a tientas recuperar la memoria histórica de un tiempo mejor, más justo y más digno. Los que buscan un nuevo tiempo que les pertenezca. Y se levanta como bandera en todos los abogados y abogadas que a contrapelo del olvido rescatan nuestro mejor pasado y nuestro más noble compromiso con los trabajadores, los desheredados, los humildes, los débiles: los que aún tienen hambre y sed de justicia.
*Abogado de los trabajadores y las trabajadoras, Docente UBA y UNM