Los antecedentes
En el año 2001 el país explotó. No es que no se estuviera quemándose ya, pero desde el momento que comenzó la represión por “El Corralito” (una compulsión cuasi dictatorial a disponer de los depósitos bancarios, todo muy liberal), el pueblo salió a las calles cansado de décadas de atropellos. La experiencia política de aquellos días fue insólita: un presidente escapando en helicóptero, sucedido por otros cinco desfilando por la Casa Rosada en una semana, culminando con la designación como presidente, sin un solo voto de nadie, de Eduardo Duhalde ante la literal falta de funcionarios dispuestos a hacerse cargo de la situación.
“Estamos condenados al éxito” afirmaba Duhalde, aunque no expresara claramente el significado de sus palabras. En síntesis: que Argentina iba a volver a estabilizarse fruto de las ganancias por la exportación, ya que los precios de la soja tendían a subir. Si ese desarrollo volvía a concentrarse en las manos de la minoría más rica del país ¿qué importaba? Pero para eso hacía falta hacer competitivo al país de nuevo. Y usted podría pensar ¿Con inversiones y desarrollo de infraestructura, ¿no? ¡NO! Devaluando la moneda y reprimiendo las protestas sociales. La política cambiaba de rostro, pero seguía en esencia siendo la misma. Entonces, Duhalde cometió el error de su vida…
El presidente designado por el Asamblea Legislativa suele ser recordado como un estabilizador, una figura que sentó las bases de la reconstrucción del país, ajustando a los más débiles habría que aclarar, pero también a puro bala contra los piqueteros. Se suele mencionar que Duhalde instaló el modelo de lo que luego serían los planes sociales a modo de contener a las masas excluidas. Pero las distintas organizaciones de trabajadores desocupados, piqueteros, maestros, etc., no se conformaban con estas migajas y la protesta social continuaba. En ese contexto, el de la represión constante, a Duhalde y a Felipe Sola les pasó lo que estadísticamente les pasa a los manolarga: mataron a manifestantes.
El asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, crimen por cierto cobarde y brutal, hizo tambalear el gobierno de Duhalde y cualquier legitimidad pública que tuviera. Por ello debió adelantar las elecciones que, ya no podría ganar, pero tal vez si poner a un hombre de su confianza, o al menos alguien a quien poder controlar desde el aparato del PJ. La década del 2000 sería de Duhalde, fuera en el sillón de Rivadavia o desde las sombras. En frente estaba Menem acechando de nuevo y un rejunte de candidatos sin carisma ni votos. Si vencía al riojano la elección era suya y para eso contaba con una extensa lista de figuras descartables. Seleccionó con mucho cuidado, y eligió al peor…
Punto de inflexión
El segundo favorito a ganar la elección era un alfil de Duhalde, un gobernador de las provincias del sur, desconocido hasta por su madre, con un carácter que a posteriori sería calificado de prepotente y ruidoso. Iba a los canales de televisión en una campaña improvisada discutiendo con periodistas y figuras políticas a las que atacaba por su falta de creatividad y tendencia a recortar siempre por el lado de los más vulnerables. Nada que no hayamos escuchado antes. Para un observador de ese momento y por la memoria histórica del menemismo, el candidato de Duhalde era indistinguible de cualquier otro oportunista de aquella época: un simpático con intenciones incomprobables.
La elección tuvo lugar el 27 de abril de 2003, y no fue nadie a votar. La población, muy desencantada, votaba en blanco o no se presentaba en cierto oscuro. La realidad es que la oferta de candidatos incluía a Menem (incalificable de manera positiva), López Murphy (reaccionario arancelador de universidades públicas), Elisa Carrio, Jorge Altamira, Rodríguez Saa. Si uno no quería votar, era entendible. Por ello muchos de los votos, por simple descarte, fueron al candidato de Duhalde, que expresaba cierta continuidad sin la carga de los crímenes del gobierno de emergencia.
Así y todo, Menem ganó la primera vuelta con el 24% de los votos, seguido de cerca por el alfil de Duhalde con un magro 22%. Por ello, y sabiendo que en una segunda vuelta sufriría una derrota contundente, Menem se bajó del ballotage para que el nuevo presidente asumiera sin legitimidad y con solo un quinto de los votos, en una situación de inestabilidad y fragilidad. Lo que se dice un compañero.
El candidato de Duhalde gana por abandono y el 25 de mayo de 2003 se presenta en la casa Rosada para asumir la presidencia de la nación.
En este punto se termina la historia del alfil de Duhalde y comienza la de Néstor Kirchner, una figura política de la cual, si no tuviéramos el material audiovisual que lo prueba, parecería un personaje de ciencia ficción en los tiempos que corren.
Al momento de sostener el bastón presidencial, una protesta de docentes se extendía por todo el país, la deuda con el Fondo Monetario asfixiaba la economía, el desempleo y la pobreza alcanzaba números insólitos, los piquetes se extendieron por todo el conurbano. El país se movía por inercia.
La correlación de fuerzas que llevó a Kirchner a ser presidente lo dejaba en la posición de un títere, una figura que si quería durar más de seis meses debía someterse a administrar el magro margen de poder que el contexto le dejaba. O hubiera sido así si realmente la correlación de fuerzas pudiera servir para explicar mecánicamente la política. Desde el momento de la asunción, Kirchner inició una guerra relámpago contra los factores de poder. Tras recibir amenazas de la Corte Suprema de Justicia (cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia) inició una cadena nacional denunciando su corrupción y los aprietes del sector privado para mantener el statu quo. Organizó a la población detrás de un discurso en defensa del trabajo, la dignidad y los derechos humanos. Se enfrentó de manera directa al velo de silencio que la dictadura había puesto sobre la democracia argentina. Canceló la deuda con el FMI expulsándolos de control de la economía argentina. Inició un proceso de redistribución progresiva de la riqueza. Cortó los vínculos con Duhalde y creó un movimiento político propio, el kirchnerismo, que hegemonizaría la política argentina por 12 años.
Los que como Duhalde creen que la presidencia de Kirchner fue exitosa por los precios de la soja ignoran que Argentina tuvo muchos ciclos de crecimiento por comercio exterior y casi todos fueron a parar a las cuentas de la clase alta. Kirchner es el ejemplo que anula nuestras presentes excusas frente a los problemas sociales y políticos que afronta nuestro país. Es la prueba de que sin importar la correlación de fuerzas siempre existe un margen de acción, una estrategia, una posibilidad contra todos los pronósticos.
Cuando alcanzó la presidencia en 2003 nadie creía en que fuera a hacer nada distinto, llegó sin expectativas. Al principio de su carrera era ese tipo que puso Duhalde y al final ya era Néstor Kirchner, la figura que la política tanto necesita y extraña.
Hoy se cumplen veinte años desde ese parteaguas de la historia argentina, del momento que probó que otro país era posible pero solo sería alcanzado luchando.