Por Leandro Trimarco
Con el diario del lunes de cuarenta años después es muy fácil explicar las razones por las cuáles Argentina perdió la Guerra por Malvinas a manos de la Inglaterra de Margaret Thatcher: para empezar el comandante el jefe de las fuerzas armadas argentinas era Leopoldo Fortunato Galtieri, y podríamos de entrada decir ¿Pero no es que la historia moderna se cuida de explicar los hechos históricos únicamente a través de las acciones de las figuras políticas? Sí, pero también es cierto que la estupidez como factor explicativo se subestima muchísimo en los análisis que buscan en todas razones sistémicas. Por ahora vamos a limitarnos a decir lo obvio: Galtieri era un ancla, tal vez el peor jugador de TEG de la historia, sin duda la peor persona a la que se podía llamar para pedir refuerzos y despliegue logístico desde un teléfono en Puerto Argentino, y, por último, pero no menos importante, un represor genocida con una visión del mundo binaria y primitiva.
La otra razón por la que Argentina perdió la guerra fue la mala lectura de la coyuntura internacional (otra vez, Galtieri), ya que en ese momento la junta militar, en pleno conflicto con Chile, pensó que era una buena idea recuperar popularidad en la sociedad llevando adelante una guerra contra la segunda potencia marítima del mundo, que además era aliada de la primera potencia marítima del mundo. Todo esto creyendo que EE.UU. iba a apoyar a una república rival de Sudamérica, y no a su principal aliado dentro de la O.T.A.N. Puro sentido común.
Por último, siempre se apela a la cuestión de la diferencia entre la fuerza militar inglesa, país desarrollado, industrializado, ex-potencia mundial del siglo XIX, con por lo menos 500 años de tradición naval unificada, un presupuesto militar enorme, y equipos de aeronavegación de última generación; y luego las fuerzas Argentinas, país esencialmente agrario, en crisis económica y política desde el derrocamiento de Perón treinta años atrás, con equipos que en su mayoría eran remanentes comprados a EE.UU. de guerras anteriores, con una oficialidad dedicada esencialmente a la represión interna y con serios problemas de su gobierno para mantener su imagen pública luego de años de denuncias por violaciones a los derechos humanos.
Todas estas razones opacan algunas consideraciones centrales para entender el conflicto por Malvinas, a saber: que a pesar de las diferencias armamentísticas la guerra contaba con posibilidades objetivas de ser ganada; que contra todo pronóstico, una parte de la sociedad argentina no menor acompañó a la dictadura genocida en su aventura militar haciendo no pocos esfuerzos; que la lucha por la soberanía constituyó un reclamo legítimo en manos de un gobierno ilegítimo, y que el conflicto terminó siendo de gran utilidad para consolidar el neoliberalismo en el Reino Unido. Todas estas cuestiones sólo aumentan la incidencia de la incompetencia y la corrupción en las instituciones militares, de las cuales, su cara más visible es, otra vez, Galtieri.
Vayamos paso a paso.
¿Cómo perder una guerra ganable? Paso Uno: Hay que hacer amigos
¿Cómo podemos convertir una guerra ganable en un papelón militar de proporciones bíblicas? Primero que nada, olvídese de hacer política: es necesario que usted haga la peor lectura posible del contexto internacional. No hablamos de una mala lectura, sino de la peor. Usted debe cerrarle las puertas a toda posible alianza estratégica. Digámoslo así: si usted tiene una fuerte disputa con la dictadura militar de Chile por la ocupación de la Patagonia, lo razonable sería solucionar o enfriar primero ese conflicto para luego batirse contra la marina inglesa con la retaguardia tranquila. ¿No? Claro que no. ¡Usted es Galtieri carajo! Lo que usted va a hacer es un acuerdo de palabra con el dictador chileno. Después de todo, ¿quién podría desconfiar de un tipo como Augusto Pinochet? Usted le va a dar la mano, le va a guiñar el ojo, y le va a sonreír a lo lejos mientras lo ve quieto y serio afilando un cuchillo, y no va a dar ningún paso hacia garantizar el apoyo o al menos la neutralidad chilena. Es más, a usted le va a alcanzar con la mediación del Papa en el conflicto por el canal del Beagle, y confiara en que seguramente Chile no intente aprovechar la situación luego de que usted casi le declarara la guerra. Además, los dictadores chilenos son cristianos así que Dios le cuida sus espaldas.
Pero no debe detenerse allí. Usted tiene poderosos vínculos con los Estados Unidos. ¡El país de la libertad! La Libertad, la democr…y coso, solo coso. Usted tiene buena relación con la CIA, el departamento de estado, y por eso va a emprender un guerra con el principal aliado de los amigos norteamericanos, poniéndolos en una encrucijada muy seria: apoyar a un país miembro de la OTAN y con un aceitado vínculo cultural y comercial, o apoyarlo a usted, país donde llevan a cabo violaciones masivas de derechos humanos, y que, de tenderle una mano, quedaría además pegado a un régimen dictatorial para nada compatible con el discurso de libertad, amor y democracia que los amigos yankees venden en todo el mundo.
Por último, usted no buscará otros apoyos internacionales, básicamente porque no los tiene, y de ninguna manera intentará mediar con Inglaterra. Es cierto que la oligarquía a la que usted representa lleva casi dos siglos chupándole las medias a los ingleses, y le ha perdonado todos sus actos de colonialismo; pero todo sea en nombre de la patria. Usted sacrificaría todo por ella, sin importar a cuántos jóvenes conscriptos mande a morir.
Entonces, usted pelea solo, su vecino más cercano lo odia, y confía en que la principal potencia del mundo le apoye. Usted ya ha dejado todo listo para que, cuando arranque su invasión, le lluevan cachetazos desde todos los puntos cardinales.
Paso Dos: Acomode las piezas
La vida es dura para un genocida. La población ingrata para con sus abnegados servicios, cada vez le muestra más acciones de descontento y protesta. Por doquier, abogados presentan hábeas corpus para ubicar a los subversivos que usted ha hecho desaparecer. La prensa internacional lo califica de vampiro, de asesino, de violador, de ladrón, de represor, de usurpador, pero usted nunca probó sangre humana ni puede convertirse en murciélago. Hasta los sindicatos le hacen marchas en su contra, a usted que tanto ha hecho por la dignidad del trabajador bursátil.
Esta guerra le hará recobrar popularidad, les hará ver a todos que, a pesar de las diferencias, usted es un patriota y un profesional de la guerra, y le permitirá encarar la transición democrática con elegancia, para que otros se ocupen de arreglar sus desastres.
Pero para eso hace falta planificación: sus principales asesores en cada rama de las fuerzas armadas (Osvaldo Jorge García, por parte del ejército cabeza de termo; Juan José Lombardo, representante de la eternamente gorila Armada Argentina; y Martín Pressi, en nombre de la más demencial fuerza aérea conocida) le recomendarán una acción cuidadosamente desplegada (una guerra relámpago y luego defensiva), y una planificación no menor a cinco meses. Pero usted es Galtieri. ¡Usted lo puede hacer en cuatro meses! A las corridas y habiendo asumido el 22 de diciembre.
No poca gente intentará disuadirlo. Muchos otros asesores le dirán que usted camina hacia la guerra, pero no a la victoria. Le dirán que es más de lo que puede morder. Le dirá, por ejemplo, el embajador norteamericano que su país no le apoyará y usted perderá rápidamente por la enorme diferencia militar. Pero usted es Galtieri. Usted iniciará la invasión a las patadas como héroe de acción de los 80’, y cuando le digan que no le da la nafta, saldrá al balcón de la casa de gobierno que ha usurpado y le dirá a la plaza “Si quieren venir que vengan ¡Les presentaremos batalla!” Y usted será cubierto por la ovación de un país entero. Porque recordemos, si a usted lo vitorean los porteños que se juntan en Plaza de Mayo, que viven por Monserrat y San Telmo, ¡usted ES el pueblo carajo! Usted debe seguir con esta invasión hasta el final.
Ahora debe disponer todo para lograr el éxito: necesita medios que animen a la población y le relaten cómo su gobierno se eleva majestuosamente. Necesita una cadena de logística y proveedores que sean de su más íntima confianza; que le cobren lo justo y por nada del mundo se queden con municiones, alimentos o dinero para la causa. Necesita que la población haga suya esta causa, o que usted se apropie de la causa, o mejor confundirlos a todos, para que hasta sus víctimas lo apoyen contra Inglaterra. Por último, necesita poner al frente sus mejores recursos militares para ganar este pleito: cuenta usted con varios de los oficiales más rudos que el mundo ha visto, verdaderos depredadores alfa de lomo plateado y mirada de trueno, veteranos templados al calor de la guerra… interna. Contra mujeres atadas y hombres desarmados, contra estudiantes y madres que buscan a sus hijos, contra periodistas, intelectuales, delegados sindicales, trabajadores, amas de casa, artistas. Si usted ha podido vencer a estos subversivos tan peligrosos de seguro podrá contra el estado mayor inglés. Después de todo ¿Qué pelearon esos tomadores de té, dos guerras mundiales?
Paso tres: toque todos los botones sin un orden aparente
Increíblemente y contra todo pronóstico, usted cuenta con oficiales y suboficiales de considerable talento y valentía. Algunos de ellos llevan su vida entrenando y están más que capacitados para la tarea. En otros casos, como el de algunos pilotos de la aviación, directamente poseen poderes sobrenaturales que les permiten ser una verdadera amenaza incluso con aviones viejos volando al ras de piso y utilizando bombas las cuales deben embocar calculando la trayectoria y la resistencia del viento porque no tienen sistema de telemetría. De verdad, nadie quiere encontrarse con esta gente en alta mar. Ni en ninguna otra parte. Usted necesita a esta gente en el banco de suplentes. Usted convertirá las hazañas militares de sus hombres en una anécdota. Principalmente porque pondrá a sus soldados más experimentados y capaces ¡en la frontera con Chile! Así es, su diplomacia ha dado frutos y como su más lograda amistad amenaza con avanzar sobre la Patagonia, usted necesita al grueso de su ejército mirándose fijo con las tropas chilenas en una guerra de miradas que no será tan comentada pero que constituirá el grueso de su esfuerzo militar. ¿Y qué hay de las Islas Malvinas? ¿Cómo las invadirá si su ejército está ocupado? Llegó la hora de convertir a los niños en hombres… o cadáveres. ¡Usted es Galtieri, abanderado del pueblo, y el este lo seguirá… a la fuerza! Comenzará una leva compulsiva. Todos los jóvenes en condición de pelear recibirán un entrenamiento express, y prestarán servicio a la patria, y para mayor gloria del ejército. Se les dará un arma que quizás funcione, una muda de ropa ligera para que tengan mayor movilidad y, tal vez, munición. Todos serán seleccionados mediante métodos imparciales, y enviados a pelear a Puerto Argentino bajo el mando de oficiales capacitados que mantendrán el orden sin importar cuántos delitos de lesa humanidad deban cometer contra las propias tropas. Recuerde que usted no solo es un militar, es ante todo un pedagogo, y la disciplina militar es dura: deberá torturar a sus conscriptos, matarlos de hambre, frío, agredirlos cuanto sea posible, encomendarles misiones suicidas, y exigirles que mueran al menos el 50% antes de considerar la probabilidad de rendirse. Es más, cuando su subalterno Mario Benjamín Menéndez lo llame personalmente y le diga que lo están sacando a pasear, y que necesita refuerzos y equipos, usted se hace el boludo. Repito. Usted se hace el boludo.
Cualquiera puede perder una guerra. Pero usted es Galtieri. Usted tiene que hacer un papelón interdimensional, y lo conseguirá si sigue rigurosamente este simple procedimiento de tres partes. En menos de tres meses usted perderá la guerra, la presidencia, la continuidad de las fuerzas armadas en el gobierno, toda la franja del Beagle, una generación de jóvenes argentinos, la amistad con Benjamín Menéndez, cualquier rastro de dignidad y el archipiélago de las Islas Malvinas y las Islas Sándwich del Sur. Es más, tan malo será su gobierno que hasta ayudará indirectamente a consolidar al neoliberalismo inglés de Margaret Thatcher. Usted convertirá la grandes ventajas geográficas y estratégicas argentinas en materia de debate de futuros historiadores que, cuarenta años después, todavía se preguntaran cómo hizo usted para renegar de la diplomacia en un contexto de descolonización y perder una guerra que usted mismo agitó, en su territorio, con un enemigo en crisis interna, y cuya base está en el hemisferio norte del planeta. Cada vez que nos pregunten por esta locura, empezaremos diciendo “hubo una vez, un hombre llamado Galtieri.”